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viernes 18, octubre 2024

Las ciudades son hijas de la aldea

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El origen de las ciudades -recordaba el geógrafo y escritor asturiano Jaime Izquierdo, excomisionado para el Reto Demográfico del Gobierno del Principado-, se produce cuando algunas aldeas de una determinada zona se ponen de acuerdo para generar un espacio central de reunión entre ellas. Dice que se realiza una especie de implosión rural para generar ese entorno urbano. Dicho de otro modo, las ciudades son hijas de la aldea. Por esta misma razón, comentaba Izquierdo, no puedes ir a vivir a un pueblo y comportarte como un urbanita porque entonces no estás aprovechando la verdadera dimensión que te puede aportar el pueblo. Hay que saber cuándo estás en modo urbano y cuándo estas en modo rural, y no todo el mundo lo sabe.

Hace unos días, ganaderos asturianos reclamaban al Principado medidas legales que les protegiesen del turismo y de los “nuevos colonizadores” ante la escalada de conflictos entre los habitantes y los visitantes que provienen del entorno urbano.

El problema no es nuevo, pero la realidad es que se agudiza en la época estival con la llegada de turistas a la región que vienen atraídos por este paraíso natural, pero que luego se quejan de los usos y costumbres de la actividad rural. No puede ser, denuncian los colectivos ganaderos, que un turista de la ciudad venga a pasar unos días o compre una casa y termine con la actividad que se desarrolla en los pueblos de manera ancestral. Y ponen ejemplos que han ocurrido recientemente: hay ganaderías en Navia que han tenido que insonorizar las salas de ordeño porque la máquina empieza a trabajar temprano y molesta. O ganaderos que no han podido subir a ver a sus vacas al puerto, porque había autocaravanas aparcadas en la pista ganadera que impedían el camino. En Llanes, tuvieron que recubrir las cadenas de una cuadra con plástico para amortiguar el ruido.

Recuerdo que hace unos años en Ribadesella se puso en marcha una original iniciativa para defender su ruralidad ante los visitantes. No eran muchas las quejas que llegaban al consistorio, pero sí generaban tensión entre la población. Se trataba de un cartel informativo que se colocó en todos los pueblos del concejo que decía: “Atención pueblu asturianu. Usted accede asumiendo los riesgos: aquí tenemos campanarios que suenan regularmente; gallos que cantan temprano; rebaños que viven cerca e incluso algunos llevan lloqueros (cencerros) que también emiten sonidos; tractores propiedad de agricultores que trabajan para alimentarte y caminos asfaltados, no autopistas (circule con precaución)”. Al final añadía que, si no pudieses soportarlo, a lo mejor no estabas en el lugar correcto. Pero que si podías convivir con ello entonces disfrutarías de este entorno maravilloso, sus costumbres, su gastronomía… en fin, de este paraíso.

Esta iniciativa había surgido antes en un pequeño pueblo francés, de apenas 400 habitantes, que vio cómo su ruralidad se veía alterada por los veraneantes y vecinos de segunda residencia que presentaban todo tipo de protestas por los sonidos y los inconvenientes del campo. El cartel está colocado allí desde hace varios años.

Las quejas no son muchas, pero sí generan conflictos entre las partes. En la vecina Cantabria, una propietaria de una casa rural llegó a solicitar al párroco que mantuviera en silencio las campanas desde las 23:00 a las 8:00 horas porque molestaba a sus inquilinos. Hasta que los vecinos se opusieron porque aquello formaba parte de la cultura del pueblo. En otro término municipal, se llegó a prohibir a los ganaderos verter estiércol en las fincas durante la época estival. Y en otro, los carriles bici desaparecen por el verano porque se convierten en aparcamiento para coches.

¿Es este el modelo que queremos? Sinceramente, no. “En las ciudades se van sumando una serie de indicadores que nos dicen que la calidad de vida no va bien, deberíamos de haber hecho cambios hace mucho tiempo”, recordaba Izquierdo. Y esas referencias siguen vivas en el entorno rural, aquí es donde se dan las verdaderas condiciones para la vida.

Los pueblos y las aldeas no son un escaparate, ni una moda pasajera. No es ese lugar solo deseable para los fines de semana, siempre y cuando el pueblo sea bonito, que si no ni eso… Es un medio indispensable para todos, tanto por los recursos naturales como culturales, ya lo experimentamos durante la pandemia. Hacer turismo rural no es alojarse en una casita, desconectada del resto del pueblo, donde llenamos la despensa con la compra del Mercadona para que no nos falte de nada. Para disfrutar del entorno lo mejor es estar con la gente que convive con la naturaleza, que la respeta, la conoce y la ama. El entorno rural conserva la memoria y espera las condiciones adecuadas para volver a ofrecer sus frutos.

Cada rincón de esta tierra ofrece algo único, sólo cuidando esta singularidad podremos huir de lo que las ciudades llevan sufriendo hace tiempo.

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