El abandono de los espacios y los conocimientos locales a cambio de modelos estandarizados de explotación y producción puede tener repercusiones inesperadas. La cosificación del paisaje y del territorio convierte a estos en un producto a explotar y se distancia de la perspectiva del espacio vivo que es sustituida por una lógica urbana y de consumo. A diferencia de las ciudades, las zonas rurales y los espacios naturales son muy frágiles, muy vulnerables al exceso y en ocasiones incluso a un turismo reducido.
Uno de los grandes problemas que se repite en cualquier parte del mundo es el crecimiento turístico sin planificación ni concienciación previa. Las dinámicas de explotación erosionan de manera significativa los espacios en los que se desarrollan. La saturación de servicios, normalmente pensados para una población local mucho menor, unido al aumento de uso de viviendas con fines turísticos en detrimento del uso privado, acompañado de una subida de los precios, acaba por empujar a sus habitantes, se les expulsa.
La cosificación del paisaje y del territorio convierte a estos en un producto a explotar y se distancia de la perspectiva del espacio vivo que es sustituida por una lógica urbana y de consumo.
En otras ocasiones surgen fricciones con la comunidad local, pues se habla del lugar pero no con quienes lo habitan obviando su presencia, opinión o necesidades. Esto genera frustraciones, enfados y hasta enfrentamientos con los visitantes. Por otro lado, las expectativas irreales derivadas del maquillado de las campañas turísticas o las propias redes sociales, muestran solo aquello que permanece dentro del marco estético y se obvian las dificultades de vivir en estos entornos o las necesidades de preservación. El enseñar sin contexto convierte estos espacios en decorados y como tal son tratados.
Ocurre también una pérdida de identidad cultural, donde hasta la gastronomía se adapta al gusto del visitante o es estandarizada mediante la repetición de una misma oferta convirtiendo un producto en algo pseudo identitario (cachopos por todos lados), que no sé qué será peor. Y cómo no, la erosión de los espacios naturales o rurales, la acumulación de residuos, la alteración en fauna y flora o el sobre abuso de los recursos hídricos, entre otros.
Frases manidas como “ruta poco conocida” o “lugar perdido en…” son tendencia, o mejor dicho, tendentes a la sobre exposición.
El territorio termina entonces por dar mucho más de lo que recibe y los beneficios, meramente económicos, en la mayoría de los casos no repercuten a nivel local, sino que se desplazan hacia grandes plataformas, empresas externas o sencillamente hacia otras localidades próximas con mayores pudientes o servicios.
Las redes sociales, grandes causantes de estos procesos, actúan como mapas del tesoro donde encontrar esas “gemas ocultas” que todos queremos conocer mediante su ubicación exacta. Compartir todo en todo momento proporciona alimento emocional y/o soporte económico para quien se dedica a ello mediante la cultura del falso descubrimiento. Frases manidas como “ruta poco conocida” o “lugar perdido en…” son tendencia, o mejor dicho, tendentes a la sobre exposición.
Cuando cualquiera de esos vídeos o reels se difunde o se vuelve viral, un lugar natural pacífico se convierte en una marabunta innecesaria y destructora en cuestión de días. Basta con poner de ejemplo la Olla de San Vicente.
Difundir la geolocalización acarrea la degradación de espacios que, por sus características, no están preparados para recibir grandes flujos de personas. Para que se entienda: una pequeña cala con unas formaciones rocosas singulares no es un espacio planificado como un centro comercial o un parque temático de ocio donde todo está pensado para acoger a las personas casi de manera indiscriminada y sostener su impacto. Cuando cualquiera de esos vídeos o reels se difunde o se vuelve viral, un lugar natural pacífico se convierte en una marabunta innecesaria y destructora en cuestión de días. Basta con poner de ejemplo la Olla de San Vicente.
Estos resultados poco o nada “bonitos” me lleva a preguntarme ¿todo espacio o lugar debe ser compartido?, ¿es ético y responsable hacerlo?, ¿dónde está el límite? Si de verdad me preocupa la singularidad y aprecio las características propias de un espacio ¿pienso en las repercusiones que puede tener mi actividad sobre aquel y las personas que lo habitan?
Quizá debamos entender que muchos de estos lugares necesitan silencio mediático, anonimato y para garantizarlo será obligatorio ponernos límites, entender, aceptar e interiorizar que no todo es visitable o consumible y, por tanto, difundir también implica adquirir responsabilidad sobre las consecuencias derivadas.
Recordar que dar visibilidad no es un acto inocente. Cada imagen y recomendación, cada ubicación compartida perjudica al espacio y beneficia al ego.
Habrá que pensar desde un nuevo enfoque, desde el deber de priorizar los procesos lentos y evitar los impactos rápidos en oposición a la dinámica de las rrss. Poner en el centro las comunidades locales y la protección de estos espacios hablando antes de los límites, características y fragilidades, no desde la pura estética. Evitar propiciar un turismo de consumo rápido y, sobre manera, realizar una difusión desde la perspectiva de la educación social y ambiental, es decir, desde la escucha y el respeto con mucha autocrítica. ¿Somos visitantes que comprenden, respetan y disfrutan el ecosistema o solo somos consumidores?
Recordar en todo momento que dar visibilidad no es un acto inocente. Cada imagen y recomendación, cada ubicación compartida perjudica al espacio y beneficia al ego, de una manera muy efímera además, donde la satisfacción se sostiene con la mejora de las métricas, es decir, el mismo refuerzo que recibe una persona ludópata cuando maneja una tragaperras.