La futura política energética de China será determinante para limitar el calentamiento global.
Desde principios del siglo XXI, las emisiones globales de gases de efecto invernadero han crecido de forma sostenida en comparación con las dos décadas anteriores, debido principalmente al aumento de las emisiones de dióxido de carbono (CO₂) provenientes del uso de combustibles fósiles en China, India y otras economías emergentes. En el año 2020, la tendencia al alza de las emisiones se vio ralentizada por la desaceleración de la economía mundial debido a la crisis de la COVID-19. Sin embargo, en el año 2021 se produjo ya un repunte. En el año 2022 las emisiones globales aumentaron un 1,4% en comparación con 2021, cifras que son un 2,3% superiores a las emisiones registradas en 2019, y en el año 2023 las emisiones volvieron a aumentar 1,9% con respecto al 2022. En el 2023, el último año con datos contabilizados, la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero fueron de CO₂, con un 73,7% de las emisiones totales. Por otro lado, el metano (CH₄) contribuyó con el 18,9% al total (aunque con un poder de efecto invernadero 28 veces superior al CO₂; ver apéndice *), el dióxido de nitrógeno (N2₀) con el 4,7% y los gases fluorados (hidrofluorocarbonos (HFCs), perfluorocarbonos (PFCs) y Hexafluoruro de azufre (SF₆) con el 2,7%.
Como comentábamos en nuestra anterior publicación, China es el país que más gases de efecto invernadero emite con mucha diferencia (Figura 1). Según datos de un informe realizado por la Comisión Europea, en el año 2023 las emisiones de China representaron el 30,1% de las emisiones globales. China e India, los países con mayor población mundial con alrededor de 1400 y 1450 millones de habitantes respectivamente y que suponen un 36% de la población total mundial (8000 millones), suman un 37,9% de las emisiones globales. Si a estos datos sumamos a EEUU, la suma asciende a casi la mitad del total, con un 49,2%. Como vemos, frente a estos datos, el 6,1% que emite Europa en su conjunto es casi un dato anecdótico.
Vistos estos datos, está claro que la evolución futura de las emisiones de gases de efecto invernadero depende en gran medida de las acciones de China (con EEUU e India en un segundo plano) y con Europa jugando un papel totalmente testimonial. Es por esto que los especialistas en clima han estado muy atentos a los anuncios de China en cuanto a sus futuros planes energéticos.
Con los datos ya en la mano, algunas voces apuntan a que las emisiones de CO₂ de China podrían haber tocado techo en 2023. Esta conclusión se apoya en un análisis del Instituto de Políticas de la Sociedad Asiática publicado en octubre de este 2024 en el que se muestra que la creciente dependencia de China de la energía renovable había reducido la producción de CO₂ durante el primero trimestre de 2024 en un 1% en comparación con el mismo período de 2023.
Sin embargo, esta reducción de emisiones podría ser una mera anécdota en el futuro ya que, a la vez que China supera con creces al resto del mundo en instalación de nueva capacidad solar y eólica, lo que evidentemente reduce las emisiones, es también el país líder mundial en la puesta en marcha de nuevas plantas de generación de energía alimentadas con carbón, la fuente más importante de CO₂. Estas dos tendencias contradictorias plantean preguntas sobre exactamente cuándo y a qué nivel podrían alcanzar su pico las emisiones de China, una cuestión clave para los esfuerzos globales por frenar el cambio climático.
A la vez que China supera con creces al resto del mundo en instalación de nueva capacidad solar y eólica, es también el país líder mundial en la puesta en marcha de nuevas plantas de generación de energía alimentadas con carbón.
Esto crea mucha incertidumbre a los analistas a la hora de proyectar el futuro de las emisiones globales, ya que, como ya se mencionó, las emisiones de China son de aproximadamente un 30% de las globales. A esta incertidumbre causada por esas dos estrategias energéticas contradictorias hay que sumar otros factores económicos y políticos en un país tan complejo como China, incluida además la presión de las empresas energéticas chinas para que las plantas de carbón sigan produciendo ingresos el mayor tiempo posible.
A pesar de la compleja situación, muchos expertos auguran que China reducirá significativamente sus emisiones para el 2030, un objetivo que el mismo presidente Xi Jinping estableció en 2020. Ese objetivo parece al alcance si se atiende a los datos de potencia de energía renovable instalada en el año 2023. China puso en funcionamiento este pasado año tanta energía solar como la que todo el mundo junto puso en funcionamiento en 2022, y su capacidad para generar energía eólica se amplió en dos tercios. Según un informe de julio de este 2024 del Global Energy Monitor (GEM), China tiene actualmente en construcción 339 gigavatios (GW) de energía solar y eólica a gran escala, más que el resto del mundo en conjunto. Y esta cantidad no incluye los paneles en tejados y otras instalaciones solares a pequeña escala que representaron alrededor del 40% de la nueva capacidad solar del año pasado. A esto hay que sumar también que China también ha ido añadiendo otras fuentes de energía de bajas emisiones de carbono, como por ejemplo la energía nuclear aprobando la construcción de 31 reactores nucleares.
Pero todos estos datos pueden quedar en mera narrativa dependiendo de lo que haga con sus nuevas centrales eléctricas a carbón, que podrían permanecer en servicio durante décadas. En el 2023, el país añadió 44 GW de capacidad de carbón, lo que representa dos tercios de lo que se puso en funcionamiento en todo el mundo, según GEM. Se están construyendo otros 140 GW de capacidad de carbón, y hay aún más en la etapa de planificación. Oficialmente, se supone que la energía a carbón se convertirá en un respaldo a las fuentes de energía renovables.
El gran problema al que se enfrenta China y todas las economías desarrolladas es que no se puede renunciar al carbón (y demás combustibles fósiles) de forma rápida ni sencilla.
El gran problema al que se enfrenta China y todas las economías desarrolladas es que no se puede renunciar al carbón (y demás combustibles fósiles) de forma rápida ni sencilla. Esto se debe a múltiples factores, pero cabe destacar que uno muy importante es que las empresas energéticas quieren operar sus nuevas plantas lo suficiente como para obtener un rendimiento de su inversión y que además el sector del carbón también es un importante empleador.
Cambiar este escenario es complicado y no hay muchas opciones. La más directa es la de incentivar mediante dinero público a las empresas energéticas a abandonar poco a poco la producción con carbón. Por ejemplo, en China, la Administración Nacional de Energía anunció en noviembre de 2023 que pagará a las plantas de carbón una cantidad fija en función de su capacidad de generación independientemente de la cantidad que realmente generen. Y por otro lado está el camino más a largo plazo, el de la investigación y desarrollo de tecnologías que utilicen el carbón pero que tengan una huella de carbono mucho más baja, como, por ejemplo, las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono.
Sin embargo, estas son medidas que parece que no significarán el fin a corto plazo de las emisiones provenientes del carbón. De hecho, algunos analistas apuntan a que los problemas asociados al uso de las energías renovables en China han creado una oportunidad para el uso continuo del carbón. Y es que China cuenta con una red eléctrica centrada en el carbón y no preparada para absorber grandes cantidades de energías renovables. La mayoría de los parques eólicos y solares de China están en las soleadas y ventosas provincias occidentales (sobre todo en la gran región de Xinjian, la región más occidental y que hace frontera con Kazajistán), por lo que es difícil trasladar la energía que producen a la población y los centros industriales de su costa oriental. Otro punto importante (y uno de los problemas más importantes a la hora de instalar plantas de energía renovables a gran escala) es que la red tampoco está optimizada para manejar la variabilidad de la producción de energía solar y eólica. Si a eso le sumamos que la capacidad de almacenamiento de energía es todavía limitada (las tecnologías de almacenamiento no están todavía suficientemente desarrolladas), tenemos una situación en la que no es posible utilizar todo el potencial de generación renovable. Por ejemplo, en marzo de este 2024 estas limitaciones significaron que el 5% de la energía solar de China no se pudo introducir a la red.
La realidad actual es que las dudas sobre la estabilidad y la flexibilidad de las energías renovables llevaron a la actual oleada de construcción de plantas de carbón.
Esta última limitación debería de resolverse en parte con nuevas instalaciones de almacenamiento y las líneas de transmisión eléctricas de alta capacidad. Pero la realidad actual es que las dudas sobre la estabilidad y la flexibilidad de las energías renovables llevaron a la actual oleada de construcción de plantas de carbón.
Nuevas pistas de la evolución de las emisiones chinas deberían de aparecer el próximo año 2025 cuando el gobierno tiene previsto publicar un plan actualizado para reducir las emisiones en virtud del acuerdo climático de París. Sin embargo, el despliegue masivo de carbón y energía verde por parte del país complica los pronósticos futuros.
*Para cuantificar el efecto de los diferentes gases de efecto invernadero en una misma escala y poder compararlos, se utiliza la unidad de medida de toneladas de CO₂ equivalente. Esto quiere decir que cada gas de efecto invernadero se pondera como equivalente al CO₂ mediante el llamado “Potencial de Calentamiento Global”, que nos dice cuántas toneladas de CO₂ tendrían el mismo efecto sobre el calentamiento global que una tonelada de CO₂. Por ejemplo, 1 tonelada de metano (CH₄) emitida tendría el mismo efecto que 28 toneladas de CO₂. Por lo tanto, por cada tonelada emitida de CH₄, sumamos 28 toneladas de CO₂ equivalente. Esto se hace con el resto de gases de efecto invernadero (ver figura 2).