En Al Andalus hubo almotacenes con el fin de que el vendedor del zoco no engañara en el precio o en la calidad de los productos; en Asturias se llamaba consumero al encargado de la policía en las plazas de abastos, dura tarea en los años que la materia prima escaseó.
En estos tiempos parece que el mundo se ha vuelto del revés, en la foto es un comerciante humilde del mercado semanal de Candás quien pide respeto. Las grandes cadenas gastan millones en personal y artefactos de seguridad y aún se ven en la necesidad de presupuestar menoscabo de existencias, consecuencias de una sociedad donde la norma es el máximo beneficio personal; cada cual intenta mejorar su renta engañando a su vecina.
La prohibición de ambicionar los bienes ajenos nos llegó grabada en una roca del Sinaí que bajó un Moisés espeluznado del dios tronante, “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”, pero la censura del latrocinio ya era vieja. Hammurabi, cuatro siglos antes, en piedra más elegante, anunciaba castigos para el infractor (y no tenía el mal gusto de considerar a la mujer del prójimo un mueble). “Ley 8: Si uno robó un buey, un carnero, un asno, un cerdo o una barca al dios o al palacio, si es la propiedad de un dios o de un palacio, devolverá hasta 30 veces, si es de un funcionario, devolverá hasta 10 veces. Si no puede cumplir, es pasible de muerte”.
La gravedad del hurto depende de la posición de la víctima, así el problema para la persona que pegó el siguiente anuncio por las calles de un barrio de Valencia es que su bicicleta no era un artículo de lujo, sino imprescindible para acudir al puesto de trabajo; doble agresión a su economía, perder un bien y dejar de ingresar el salario.

Curiosamente, redacta su nota en castellano, rumano y árabe. Desconozco la intención, aunque me sirve para recordar a quiénes solemos echar la culpa de nuestros problemas, a la gente que vive peor que nosotros. Los españoles, que afirmamos no ser racistas, hablábamos mal de los gitanos, luego les pasamos las culpas a los rumanos (parte de ellos gitanos, además), luego a los inmigrantes magrebíes… En definitiva, siempre pensamos que los más pobres son sospechosos.
Deberíamos preocuparnos menos de los pequeños latrocinios y señalar más los gordos. ¿No recuerdas una cadena de dentistas que dejó sin tratamiento a centenares de personas que los habían pagado mediante créditos bancarios? ¿Es necesario que te traiga a la memoria el fraude gigante del Fórum Filatélico?, auténtico y veraz “timo de la estampita”. O los productos bancarios irrecuperables. O la quiebra sucesiva Banco Pastor/Banco Popular, que acabó en manos del Santander por 1 €, y dejó sin sus ahorros a miles de pequeños accionistas.
«Deberíamos preocuparnos menos de los pequeños latrocinios y señalar más los gordos. ¿No recuerdas la quiebra del Banco Pastor/Banco Popular, que acabó en manos del Santander por 1 €, y dejó sin ahorros a miles de accionistas»
Peor se pone la cosa cuando entran en el gremio de estafadores los propios gobernantes. La moda trumpista lleva a hacer desaparecer las leyes reguladoras de mercados en nombre de una presunta libertad; conforme se vaya consolidando echémonos a temblar: habrá libertad para que los bancos nos cobren las comisiones que quieran, las cadenas de alimentación podrán vender productos que atentan contra la salud, los electrodomésticos no llevarán garantía de uso, nadie controlará que la cesta de la compra no se dispare, no se señalará salario mínimo ni jornada máxima…
Ejemplo de anteayer: El tramposo Javier Milei, presidente de la República Argentina, hace publicidad de una criptomoneda, la gente crédula invierte en el producto, a poco se ha esfumado. Alguien en unas horas ha ganado muchísimos dólares, a costa de que 74.698 inocentes hayan perdido la módica cifra de 100.000.000 USṨ. No hay sitio donde reclamar, porque es la plena expresión de la “Santísima Libertad de Mercado en vos confío”.
Para manejarse en esa moneda nueva no hace falta ser economista por Harvard, basta consultar el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, “Cripto: Del griego. κρυπτός kryptós. Oculto, encubierto”. Un pensionista del Barrio, con muy buen criterio, bajaba una vez al mes a la Caja de Ahorros a que le enseñaran los billetes del millón de pesetas que tenía allí depositado. Prudencia, se llama esa figura.
«Un pensionista del Barrio bajaba una vez al mes al banco a que le enseñaran los billetes del millón de pesetas que tenía allí depositado. Prudencia, se llama esa figura»
Malos tiempos para la lírica proletaria, aunque no hay nada nuevo bajo el sol, en Levítico, 19-13 se ordenaba pagar el jornal cuando correspondía, al final del trabajo diario: “No explotarás a tu prójimo, ni lo despojarás; el salario del jornalero no quedará en tu mano de la noche a la mañana”.
Recomendaciones necesarias, puesto que en el siglo IV antes de Cristo no existía el UMAC. Hoy los nuevos líderes de la libertad (propia) lo suprimirían si pudieran. Ejemplo próximo: En Valladolid, la Junta (PP/VOX) intentó cargarse su instituto de mediación (SERLA); como no lo consiguió por vía directa recurrió a dejar de pagar al director y a la propietaria del local alquilado. El 25 julio 2024, -por fin-, entró en razón y resolvió abonar los 28.000 € que debía, cinco minutos antes de pasar la vergüenza del desahucio, previsto para septiembre, después de las vacaciones judiciales.
En el siglo XIV, Pedro López de Ayala, escribía en su Libro Rimado de Palacio: “Asaz veo de perigros en todos nuestros estados”, es decir, en todos los estamentos del reino, -religiosos, reyes, consejeros y privados-, ágiles en malas artes y separados del bien, “prestos de mal fazer e del bien muy arredrados”, y la razón era clara, “ca en el dinero tienen todos sus finos amores”.
La codicia general nos vuelve desconfiados y se generan dudas en sentido biunívoco; la siguiente foto muestra el mensaje dejado por un vecino al técnico de elevadores. Le llama payo, que es la forma de referirse a un ciudadano no gitano; si bien es recomendable leerla en versión original, para comodidad de nuestro amable público la traduzco a nuestra lengua habitual:
“Payo del ascensor: Cógeme las llaves, que se me han caído por el agujero abajo, y me las das. Si no estoy, me las dejas en mi casa encima de la mesa; pero no me entres a robar, que sé dónde vives”.
