Una y otra vez insiste mi querido amigo Toni Puchal, para que prepare un trabajo dirigido a los jóvenes, por supuesto más extenso que un simple artículo, sobre la naturaleza asturiana, aunque el reto de fascinar a éstos desde la dialéctica es arduo.
Seguro que sería más fácil si pudieran vislumbrar, aunque tan sólo fuera una centésima parte, vida y maravillas que bosques, torrentes, nubes, huellas, cielo, flores, trinos, zumbidos, colores, murmullos, albas, ocasos, aromas, desafíos, dramas, fresnos, amores, cabañas, rocas, muerte, leyendas, picos, tormentas, brañas, castros, senderos, sombras y lugareños esconden con celo al advenedizo que mira sin ver, aunque muestran sin pudor sus entrañas a los que no les hace falta mirar para ver. No digo salir al campo con los cinco sentidos, porque es un tópico insufrible, pero si recomiendo acercarse a él con espíritu sagaz. Sólo así, después de muchas jornadas, nos revelará sus enigmas.
No había asomado la aurora y ya, tratando de observar algún lobo, tenía instalado trípode y telescopio en un observatorio que siempre te entretiene, porque si no llegas a divisar los cánidos nunca faltarán venados, corzos, jabalíes, raposos o buitres por las inmediaciones para amenizar el aguarde. Pronto me di cuenta que no era el día adecuado para tal propósito: unos nubarrones negros lastrados con ventarrón y lluvia se adueñaron del paisaje al amanecer. La fauna salvaje, que no precisa parte meteorológico, conoció con antelación el cambio atmosférico, buscó refugio en laderas protegidas y no asomó la nariz por estos lares. Imitando su estrategia, hice otro tanto y dirigí mis pasos hacia espacios resguardados del suroeste en donde sabía que el vendaval no incordiaría.
Marzo nialarzo; abril güeveril, mayo pajarayo, por San Juan volarán… aunque en otoño tampoco callan. Poco importa el dicho cuando transito junto al río que resopla crecido y ahoga el alboroto pajaril. Desde el primer metro, la pista maderera que asciende a través del desfiladero en compaña del torrente no da respiro, aunque el paso sobre las agujas de pino que almohadillan el camino es placentero y discreto. Dos ardillas en celo interpretan el baile nupcial saltando vertiginosamente de rama en rama hasta que, al notar mi presencia, hacen mutis por la espesura. Pierde vigor el pinar dejándose querer por castaños, hayas y madroños al trepar por el escarpado. Por ello no me extraña que los osos se acerquen hasta aquí cuando el fruto de estos últimos está en sazón; los borrachinos les apasionan tanto que a veces tienen que ir a dormir la mona. Unas pisadas, un resbalón usado recientemente y unas hojas salpicadas de barro me advierten de que muy cercano tiene que haber unas bañeras de jabalí. Así es, unos metros más adelante, a la vera del camino, me topo con ellas: el agua revuelta indica que se pringaron de barro al amanecer y no andarán muy lejos.
No lo creerán pero los árboles gimen si los tortura el viento; por eso cuando estoy a punto de alcanzar la collada, allí sopla con más intensidad, escucho sus quejidos cuando se doblegan ante él. Al igual que el jabalí que topo por debajo del camino se rindió ante la bala traidora del furtivo no hace muchas horas; así lo denuncia su mirada helada y un sanguinolento orificio de entrada, a la altura del vientre, por el que se entrevén las costillas al que acuden las primeras moscas grandes y verdosas.
Comprobamos que la naturaleza, al igual que el lenguaje del que tú tanto sabes, no queda a la zaga y se expresa con claridad cuando vamos interpretando sus señas de identidad con rigor y respeto. Lecciones de cosas, ciencias naturales, área natural, capítulos transversales… Misma asignatura con diferentes nombres.
El manto de coníferas ya es recuerdo cuando, después de fotografiar el jabalí, prosigo la ruta hacia otro valle más elevado. Avellanos, hayas, piornos, tojos y brezos, entre los que todavía se alberga algún madroño, toman el relevo en un espacio agreste, rocoso y angosto, con el lecho preciso para acoger el torrente cuando el deshielo apriete. Dos palomas torcaces despegan ruidosas desde la copa de un haya, poco antes de escuchar el ladrido cercano de un corzo, tan asustado por mi sorpresiva presencia, que en su huída apresurada se deja ver a pocos metros y hasta hace una parada cuando cruza la vereda: mal porvenir tiene si repite la escena ante un cazador.
Qué disfrute de verdor y qué contraste de color cuando la caliza aflora. De ella se aprovechan acebos y espineras que se estiran para alcanzar el solar de los abedules: conquistadores de las alturas, colonizadores del suelo y avanzadilla del bosque. Por algo son los elegidos para sentar los reales en lo yermo del monte.
Esto es sólo una pequeña muestra de lo mucho que podemos llegar a percibir, querido Toni. Comprobamos que la naturaleza, al igual que el lenguaje del que tú tanto sabes, no queda a la zaga y se expresa con claridad cuando vamos interpretando sus señas de identidad con rigor y respeto. Lecciones de cosas, ciencias naturales, área natural, capítulos transversales…Misma asignatura con diferentes nombres. Todo perfecto si, de vez en cuando, a niños, adolescentes y jóvenes se les llevase a escuchar esa lección magistral que da la creación, gratis y a diario. Amar requiere conocer, su defensa estará garantizada cuando esto se alcance.