A juzgar por las declaraciones triunfalistas del Presidente, los miembros del Gobierno de España y los dirigentes del Partido Popular, debe de haber algo que celebrar. Si uno se atiene a sus palabras, parece ser que ya hemos salido de la crisis y la recuperación económica es un hecho, que en breve tiempo dará paso a un futuro de prosperidad y oportunidades, que haga olvidar rápidamente el largo periodo de estrecheces vivido.
No sé si será suficiente para tal triunfalismo un crecimiento del 0,1% del Producto Interior Bruto (PIB) en el tercer trimestre de 2013 y del 0,3% en el cuarto trimestre, dato anticipado en exclusiva por el Ministro de turno como viene siendo costumbre en este Gobierno, que maneja las fuentes de información estadística oficial a su antojo. Tampoco la reducción del desempleo (147.385 parados menos en 2013) es para tirar cohetes cuando a la par se pierden cotizantes a la Seguridad Social en el ejercicio (85.041 menos), disminuye la población (en 118.238 en el primer semestre de 2013) y el saldo migratorio es negativo (-124.015 personas en el primer semestre de 2013). Que la deuda pública sea del 93% del PIB en el tercer trimestre de 2013 (en 2008, antes de la crisis, era del 39%); que el déficit público incluyendo las ayudas a la banca nos sitúe a la cabeza de Europa; y que en el camino nos hayamos dejado derechos sociales, políticas públicas, integridad del sistema y cohesión, son casi anécdotas marginales, al decir de las voces autorizadas. Sin embargo, aquí tenemos, por obra y gracia del discurso oficial, de su repetición, de la ausencia de pluralidad informativa en los grandes medios y de la credulidad de algunos, el milagro de la percepción de salida de la crisis. Antes en España tener un empleo era sinónimo de vivir con cierta dignidad material, ahora esto ya no está garantizado para una buena parte de la masa laboral.
Vivir fuera de la realidad ya ni siquiera es una condena para el responsable político o empresarial que lo demuestra. Hace pocos años, la prueba de tal circunstancia exponía al dirigente al reproche de la ciudadanía (para ejemplo, el café de 80 céntimos de Zapatero); pero ahora puede decirse abiertamente que la crisis es cosa del pasado, que el porvenir es dorado, que el dinero llueve sobre España (palabra de Botín), que hemos vuelto a la situación anterior a la crisis (aserto de Lagarde) y que las familias españolas pagan menos en el recibo de la luz (eso es lo que ha dicho Álvaro Nadal, Secretario de Estado de Energía en la era de la pobreza energética para una parte no pequeña de la población), sin que nadie tenga que salir a escobazos. No hay espacio para el rubor porque es innecesario si podemos construir, sin escrúpulo alguno y a un escaso coste en la reputación, un universo paralelo.
También se nos dice que la ganancia en competitividad de la economía española es tan significativa que, en breve espacio de tiempo nos convertiremos -y he aquí el frustrado mantra que escuchamos de lustro en lustro- en la «Alemania del Sur». De todas las falacias de la recuperación, esta sin duda es la peor porque lleva en su seno la semilla de la perpetuación de la crisis. ¿Hay motivos para creer que se ha mejorado la organización empresarial? ¿Hemos cambiado el modelo productivo de España? ¿Se han introducido mejoras en la eficiencia de nuestra actividad económica? ¿Es superior el nivel formativo y el conocimiento aplicado? ¿La actividad de investigación y desarrollo y su incorporación a la actividad, está acaso en niveles aceptables? ¿O no será que el único aspecto en el que ha mejorado sustancialmente la competitividad es en la contención o incluso rebaja salarial, objetivo último no declarado de las reformas laborales? Es un error económico mayúsculo y una inmoralidad política jalear un aumento de competitividad que se basa casi exclusivamente en la condena a la precariedad, a la incertidumbre y al inusitado binominio trabajo+pobreza: antes en España tener un empleo era sinónimo de vivir con cierta dignidad material, ahora esto ya no está garantizado para una buena parte de la masa laboral.
¿Se lo creen? ¿O sólo pretenden que nos lo traguemos nosotros?