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viernes 22, noviembre 2024

Revolución Femen

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Al principio algunos dejaban escapar la risa nerviosa y se limitaban a quitar relevancia a que un grupo de activistas semidesnudas montaran un escándalo en algunos actos públicos. El tratamiento que los medios de comunicación les otorgaban no difería mucho de la mirada entre condescendiente y rijosa que los poderosos lanzaban a las acciones de Femen.
Pero las cosas han cambiado rápidamente porque lo que ocupaba los minutos dedicados a las anécdotas de un acto oficial y para el gran público no pasaba de esporádicas irrupciones, ha adquirido una dimensión totalmente nueva, amplitud de objetivos, difusión global, y, a su vez, reacciones en su contra desabridas o directamente violentas.
Sobre todo, Femen ha dado en la clave de la espectacularidad, que es la garantía del éxito en nuestros tiempos. Si para llamar la atención no es eficaz la gastada ortodoxia reivindicativa (porque, tristemente, nos hemos acostumbrado a ella) y ya no bastan manifiestos, artículos, comentarios, discursos, que dirían los versos de Rafel Alberti, bien vale en lugar de las balas del poema la desnudez con la que captar la atención del público y de los medios y aprovechar las circunstancia para llamar (para gritar, que hace falta) las cosas por su nombre. Para denominar dictador a Putin, lo que nadie se atreve a hacer pese a la terrible deriva de su régimen; opresión al machismo esencial de las grandes confesiones religiosas, empeñadas relegar a las mujeres y condenar la homosexualidad como pecado o enfermedad; obsceno a Berlusconi, que de momento apenas ve amenazada su impunidad tras décadas de corrupción, abuso de poder y complicidad con el proxenetismo; y para tantas otras causas, desde pedir la libertad de las Pussy Riot a combatir el turismo sexual o denunciar el crecimiento del neofascismo en Europa.

En la historia del feminismo, no es la primera vez que se utilizan tácticas rompedoras para espetar a la cara de los represores, con toda su crudeza, el clamor de la rebeldía frente a la dominación.

Las activistas de Femen han llegado a tal grado de hartazgo con el orden hegemónico que la exhibición no es sólo excusa para divulgar las proclamas sino también desafío y liberación. Saturación que no es de extrañar con la cosificación permanente de la mujer; su consideración en muchos ámbitos y en el mejor de los casos como «objeto a proteger» (generalmente por quien acaba destruyéndola); y con involuciones sorprendentes sobre las conquistas alcanzadas, como las que contemplamos en España, en la que una parte no pequeña del PP, con el Ministro de Justicia a la cabeza, promueve la posibilidad de obligar a la mujer que desea interrumpir su embarazo a llevarlo hasta el final contra su voluntad, porque de eso también se trata cuando se habla de restringir las posibilidades legales de abortar.
En la historia del feminismo, como en otros muchos movimientos sociales, no es la primera vez que se utilizan tácticas rompedoras para espetar a la cara de los represores, con toda su crudeza, el clamor de la rebeldía frente a la dominación. Y los resultados a la larga suelen ser fértiles porque la persona valiente que, a riesgo de exposición, burla, insulto o ataque, da la cara, siempre acaba abriendo caminos. En el caso que nos ocupa, de la quema de sujetadores, del «yo también soy adúltera» y del «nosotras parimos nosotras decidimos», pese a ser sus adalides escupidas, vituperadas o agredidas, se han beneficiado muchas mujeres con -a pesar de lo que queda por avanzar- muchas más oportunidades que las de generaciones anteriores y a quienes lo que con desprecio se llama ahora «feminismo radical» a priori no les dice mucho; y, sobre todo, se ha acabado beneficiando toda la sociedad, porque la superación de las desigualdades de género es un síntoma saludable de civilización.
Épater les bourgeois que decían las vanguardias, romper con la inercia de los atavismos y los biempensantes, en las artes, en la moral o en la política, es hoy más difícil que nunca, pero algunas personas aún lo consiguen, con sus benditos excesos.

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