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martes 12, noviembre 2024

Carlos X. Blanco, autor de La luz del norte. Pelayo, revisitado

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Es asturianista declarado, y va más allá: se considera covadonguista. ‘Y no me avergüenzo. Cuando voy a Covadonga, reconozco mi identidad en aquella cascada y aquella gruta’. Como niño asturiano, se familiarizó con el mito de Pelayo y el inicio de la Reconquista. Como adulto, ha querido recrear aquellos escenarios y hechos históricos, rindiendo su particular homenaje al héroe astur.
-¿Por qué volver a contar la historia de don Pelayo?
-Me pareció justo, casi un deber, recrear esta figura que es muy desconocida entre los propios asturianos, y muchas veces no se toma ni en serio. Los historiadores han discutido mucho, que si era un noble godo, que si era astur… pero más allá de ese enigma, es fascinante lo que siempre se consideró su gesta: defender esta patria de un invasor extranjero. Así que la novela está enfocada como una especie de tributo a un héroe muy nuestro, asturiano y español, que fue un liberador al margen de cualquier ideología.
-¿Por qué La luz del norte?
-En los primeros capítulos se cuenta como esas fuerzas extranjeras dominaban, saqueaban, esclavizaban… Hispania entera estaba en una gran oscuridad, y en un país remoto, muy mal comunicado, se abre una luz de esperanza, un proyecto de futuro. Eso fue la batalla de Covadonga. En realidad no debió de ser más que una pequeña escaramuza, pero ahí el reino asturiano puso el freno a una pretensión de imperio mundial, algo que el islam tenía y tiene.

«Los que hemos estudiado la cultura y la lengua asturiana también somos culpables del mal momento actual. No hemos sabido transmitir un mensaje de autoestima y conocimiento»

-¿Cuánto de invención y cuánto de narración histórica hay en esta novela?
-Bueno, tenemos unas crónicas de la época muy parcas en información, así que yo parto de los datos históricos, pero también he incluido aventuras de mi propia cosecha: hay batallas, persecuciones, incluso algún elemento fantástico. En realidad tenemos muy pocos testimonios arqueológicos, e incluso hay quien desprecia la batalla de Covadonga como una leyenda. ¡Pero es que la leyenda es realidad para nosotros! A todo niño asturiano se le ha hablado de Covadonga, siempre se le ha hecho revivir lo que ahí pasó.
-No sólo con esta novela, usted siempre se ha movido en terrenos asturianistas, ¿Cómo percibe que se trata lo astur hoy en día?
-Pésimamente. Estamos en un momento crítico en el que o dejamos de tener conciencia colectiva como asturianos, o nos rearmamos para que permanezca al menos un rescoldo. Y, desde luego, los que hemos estudiado la cultura y la lengua asturiana también somos culpables. Lo hemos hecho fatal, no hemos sabido transmitir un mensaje de autoestima y conocimiento no de nuestros tópicos, sino de nuestra verdadera historia y nuestras raíces.
Esto no tiene que ver con ninguna ideología: ser asturianista no es ser de izquierdas ni de derechas, ser independentista o dejar de serlo. Es amar a tu patria, y eso implica investigar, conocer, transmitir ese amor a tus hijos.
-Sin embargo, se publica mucho sobre temas relacionados con lo asturiano. ¿Es un baremo fiable?
-No, porque en un mundo editorial muy falso, que depende de la subvención, se forman círculos cerrados de personas subvencionables. Hay un exceso de pedantería y una especie de cultismo de escribir sólo para unos críticos que te van a ser favorables ya a priori. El error es escribir para un grupo reducido, sin abrirse a ese pueblo asturiano que tiene pocos libros, revistas, documentales, actividades que le permitan reencontrarse con su identidad.
-¿Haría falta un nuevo Pelayo?
-Más que una figura individual, debería crearse un sujeto colectivo. Ni si quiera sería imprescindible que fuera político, pero sí que hubiera un grupo ilustrado, como en la época de Jovellanos, que supiera transmitir a sus hijos y a su entorno ese amor por lo propio, esa autoestima que estamos perdiendo.
En ese sentido, sería importante no dejarse llevar por un nacionalismo falso, porque a partir de la creación del estado de las autonomías en España se ha tendido a crear una especie de disfraz de identidad regional, que no es real. Es como cuando uno va disfrazado con el traje regional, que muchas veces no se corresponde con la verdadera indumentaria que habría que investigar y recuperar.

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