Experto en envejecimiento saludable, Antonio Flórez Lozano ha dedicado buena parte de su vida a estudiar y comprender cómo podemos vivir más y mejor. Y, ahora, este Catedrático de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Oviedo recorre los diferentes concejos asturianos revelando los secretos para una vida activa y feliz.
El catedrático asturiano, que dirigió la Escuela de Enfermería y Fisioterapia de la Universidad de Oviedo, es también el autor de numerosos libros y publicaciones científicas. Flórez, que considera el envejecimiento como un reto personal y de superación, promulga una vida más larga si está aderezada con los ingredientes de humor y generosidad, entre otros. Esta y otras claves son algunas de las que cuenta en Felicidad, salud y longevidad, uno de sus títulos.
-Dice que la peor vejez es la del espíritu. ¿Puede explicarnos este concepto?
-Sí, efectivamente. Tal vez por las propias circunstancias sociales en las que nos encontramos, hay muchas personas que han desarrollado una actitud defensiva, o más bien negativa, que cristaliza en pensamientos negativos. Plantean cosas como “¿qué pinto yo aquí?”, “no valgo para nada” o “esto se acabó”. Y esta vejez del espíritu no se sitúa solo en cotas de 80 o 90 años, también la hay en personas de 20 y 30, jóvenes con un gran envejecimiento en su espíritu, fracasados en sus metas, en sus proyectos y en su capacidad de superación. En realidad, esta es una frase que utilizó mucho el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, y lo remarca también claramente otro premio Nobel de Medicina, Rita Levy-Montalcini, cuando dice de una manera más científica y técnica: “Mi cara se arruga, pero no mi cerebro”. Por eso, tenemos un programa en marcha que va en ese sentido, en evitar ese envejecimiento patológico que puede fiscalizar en numerosas enfermedades y que, por lo tanto, hace muy difícil conseguir esa salud, esa autonomía y esa independencia.
«No hay que mirar a la vejez, ni tampoco a la juventud. Hay que situarse en cada una de las edades porque aquí no hay viejos, hay personas»
-¿Cómo debemos mirar realmente hacia la vejez?
-Yo creo que no hay que mirar a la vejez ni tampoco a la juventud. Hay que situarse en cada una de las edades porque aquí no hay viejos, hay personas. Personas que tienen una razón profunda de su ser, personas que tenemos que mantener esa capacidad de independencia y que, digamos, nuestro gran objetivo es realmente mantener la dignidad de la persona, la capacidad de tomar decisiones. Y si no es así, nos encontramos con este edadismo, con este viejismo, porque de alguna manera la crisis social se atribuye muchas veces a los viejos, a las personas mayores, acusándoles de depredadores sociosanitarios. Esto es necesario borrarlo absolutamente, porque son personas que lo han dado todo, que tienen superávit económico en la Seguridad Social porque han trabajado desde los 12 o 14 años y también superávit afectivo y, sin embargo, ellos reciben el gran apagón emocional que es la soledad, que es el aislamiento.
-¿Con una buena actitud se puede evitar tanta medicación? ¿Tenemos dentro de nosotros la farmacia que necesitamos?
-Efectivamente, el organismo tiene su propia farmacia y continuamente estamos cambiando células, modificando estructuras, etc. Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina, nos recordaba que somos canteros construyendo constantemente nuestro cerebro. Y cada vez está más claro que lo que tú piensas, sientes, dices o haces se refleja en las células. Y se refleja en algunos parámetros fisiológicos, como, por ejemplo, la tensión arterial o la frecuencia cardíaca.
Hay un medicamento maravilloso que tendría que patentar que se llama Calmacín, porque en estos momentos el ritmo impuesto por la propia sociedad a beneficio es incompatible con una fisiología normal. Y es necesario parar y encontrarse con uno mismo, bajarse de esa montaña rusa que nos lleva a un abismo sin precedentes donde las enfermedades se multiplican día a día, porque somos unos seres tremendamente frágiles. La fragilidad va con nosotros en toda nuestra vida y en nuestro día a día, ante la enfermedad, ante la soledad, ante la inseguridad, ante las causas perdidas. Pero ya decía Einstein que tenemos nuestro propio medicamento; hay que descubrirlo en uno mismo y neutralizar la intoxicación tecnológica que nos está acosando por todas partes con una sobreinformación muy agresiva.
«el organismo tiene su propia farmacia y continuamente estamos cambiando células, modificando estructuras, etc. (…) Cada vez está más claro que lo que tú piensas, sientes, dices o haces se refleja en las células»

-¿Qué puede llegar a producirnos?
-Produce disfunciones cerebrales, disfunciones en el equilibrio de los neurotransmisores que regulan el funcionamiento cerebral, la capacidad cognitiva, y que nos llevan a situaciones de tristeza, de soledad y también de depresión. Pensemos que, aproximadamente, un 77% de los usuarios sufren de nomofobia provocada por la ansiedad de no poder acceder al móvil.
Pasamos semanas al año en redes sociales, leyendo correos, etc., pero nunca se ha de sustituir una charla, una conversación cara a cara, con un intercambio de WhatsApp, porque una conexión de este tipo solamente puede transmitir un 3% aproximadamente de la comunicación, porque falta la mirada, el contacto físico. La comunicación es una necesidad imperiosa y cuando tú estás hablando con tu padre, con tu madre o con tu amiga estás insuflando lo mejor para el cerebro que son las endorfinas.
-¿Podría decirse que la digitalización descontrolada resta muchísimo a la comunicación?
-Sí, es un secuestro de la comunicación, y la comunicación es más importante que la propia alimentación porque es una necesidad de amor, de un contacto físico, de esas caricias que son capaces de calmar nuestro organismo y tener un efecto regulador en nuestro sistema nervioso, sobre todo en el simpático.
«Nunca se ha de sustituir una charla, una conversación cara a cara, con un intercambio de WhatsApp, porque una conexión de este tipo solamente puede transmitir un 3% aproximadamente de la comunicación»
-Me habló del Calmacín, pero ¿qué me dice del Humorosín? Le he oído decir que el sentido del humor prolonga la vida. ¿Cómo lo hace y por qué debemos darle tanta importancia?
-Vamos a ver, si vives cien años de mal humor, amargada y avinagrada, ¿para qué quieres vivir? Y desde un punto de vista científico o médico podríamos asumir que sólo con humor se vive más. ¿Qué es lo que hemos observado? Que, efectivamente, los grandes centenarios de las Zonas Azules (lugares en el mundo donde se encuentran las personas más longevas como pueden ser Ikaria en Grecia, Cerdeña en Italia u Okinawa en Japón etc.), nos dan una lección de humor, incluso en situaciones especialmente delicadas como casos de grave enfermedad.
Desde el punto de vista bioquímico, con el sentido del humor mantienes a raya los niveles normales de serotonina, que nos hacen más positivos, más felices y más tranquilos. Incluso hay un libro sobre la anatomía del humor que explica que es un potente analgésico y también un buen indicador de solvencia, de superación de enfermedades graves, como puede ser el cáncer, porque refuerza el sistema inmune. Activa lo que llamamos las células asesinas naturales, las NK, que destruyen virus, bacterias, etc. Por lo tanto, creo que tenemos ahí una terapia eficaz para aumentar esos niveles de serotonina, para tener ese desarrollo personal. El humor alarga la vida y la prisa acorta la vida.
-¿Y cómo se puede poner en marcha esta terapia?
-Esto no forma parte de un curso, no es como ir a pilates o a yoga un mes. Es una disposición personal profunda que tenemos que mantener con muchísimo esfuerzo, y no dejarnos seducir o secuestrar por este tsunami de sobreinformación que arrasa el pensamiento humano. Encontrar esa alegría y ese placer en las cosas más simples de la vida es realmente espectacular. Lo fundamental de estas personas activas y pletóricas, con un funcionamiento mental impresionante a sus 90 o 100 años, es que mantienen un deseo maravilloso, luminoso, porque el deseo es el motor de la vida.
Como decía una señora llamada María de 92 años con la que hablaba: «hay que desear lo que uno tiene y disfrutar de los pequeños gozos», aludiendo en ese momento a la conversación que teníamos.
«Con el sentido del humor mantienes a raya los niveles normales de serotonina, que nos hacen más positivos, más felices y más tranquilos»
-Con los años el cuerpo va perdiendo unas capacidades y hay una serie de circunstancias que parecen asociadas a cumplir edad, como olvidarse de las cosas. ¿Cómo debemos asumir estos cambios?
-En ese sentido, estamos llenos de prejuicios, porque hablamos por ejemplo de los olvidos, y si eso sucede en una persona mayor, decimos que está chocha, que está pasada, pero si un chaval de 22 años se olvida un examen de bioquímica, lo consideramos un despiste. Por lo tanto, vamos a hablar de personas, no de viejos. La científica Margarita Salas decía que de joven era discriminada por ser mujer y hoy por ser mayor. Tenemos que vencer ese edadismo, acabar con la idea de que a medida que cumplimos años nos convertimos en juguetes rotos, porque es falso. Tenemos grandes intelectuales, grandes médicos, grandes ingenieros, grandes camareros, grandes periodistas que tienen una vida pletórica y cuya fuente, su manantial del conocimiento, es muy caudaloso. Ese edadismo acorta nuestra esperanza de vida y realmente empeora también nuestra salud física y mental.
Lo que hay que hacer es tener un propósito vital, una razón profunda de ser que es lo que a veces nos falta, de hecho, hay muchas personas que no han llegado a la muerte biológica pero que en realidad tienen una muerte social. Tenemos ejércitos de zombis a nuestro alrededor cuya meta es el IBEX 35.
-¿Hay que perder el miedo a esta etapa de la vida?
-Sí, Rita Levi-Montalcini, que trabajó de forma incansable hasta poco antes de fallecer a los 103 años, decía que lo peor de la vejez es la obsesión por los años. Pero el miedo al envejecimiento está ahí, el otro día escuché por la radio a una señora que acababa de cumplir años y se ponía a llorar por ello. Hay que eliminar ese miedo porque nos incapacita. La premio Nobel pensaba que la obsesión por los años es ridícula, y además muchos de estos importantes galardones se han conseguido a los cien años.

-Según cómo enfoques tu vida, ¿puedes decidir tu propia felicidad? ¿Está, en realidad, en uno mismo?
-Sí, es una disposición personal y también una lucha continua, probablemente es el reto más difícil, porque uno se siente feliz cuando proyecta felicidad a los demás. Felicidad es compartir, es ayudar. Tenemos un ejemplo en Levi-Montalcini que, con grandes dificultades, desarrolló un método científico, una proteína neurotrófica capaz de regenerar las células nerviosas. Y lo hizo en situaciones inéditas, insólitas, siendo perseguida por los nazis. Ella consideraba que la enfermedad del Alzheimer no es producto del envejecimiento, del paso de los años, si no que tiene mucho que ver con tu aptitud en la vida y especialmente con tu aprendizaje. Si sigues manteniendo ese aprendizaje, las enfermedades neurodegenerativas se pueden mantener perfectamente a raya.
Otro pilar fundamental, esencial para nosotros, es ese grado de generosidad silenciosa que vemos en muchas personas, porque el componente de ayudar a los demás se relaciona con una hormona muy importante, la oxitocina. Y cuando tienes esa actitud positiva, liberas ese fármaco potente; por eso decíamos que el cerebro tiene su propia farmacopea. Esa capacidad de ayuda que libera este neuropéptido es un antídoto natural frente al estrés. Es decir, contrarresta los efectos dañinos de las hormonas del estrés, como el cortisol y frena también la depresión y la ansiedad. Y siempre se puede ser más cariñoso, más educado, más amable. Ese es el gran reto en cada persona, que no se compra ni se empaqueta.
-Impartes charlas donde cuentas secretos para vivir mejor y entre ellos hablas de introducir más comedia en nuestras vidas y menos informativos estresantes y generadores de miedos.
-Pues sí, tenemos que bajarnos de esa montaña rusa porque la sobreinformación, de una forma silenciosa, activa circuitos que tienen que ver con la ansiedad y con la depresión. Hay que apagarla, y con eso no me refiero al apagón emocional de vitalidad, de energía, de observar y disfrutar. Tenemos que ser capaces de respirar más profundamente y tener esa capacidad de optimismo tan importante en nuestra vida personal, incluso para la superación de las enfermedades. E incluir una vivencia de gratitud, porque es el mejor jarabe para la felicidad. En definitiva, hay que aprovechar la vida que quieres y que nadie te puede robar, llevar una vida apasionante, porque lo peor de lo peor es caer en la monotonía y en la rutina.
«Tenemos que vencer ese edadismo, acabar con la idea de que a medida que cumplimos años nos convertimos en juguetes rotos, porque es falso»
-También hablas de la importancia de una buena higiene cerebral. ¿Qué debemos tener en cuenta para mantenerla?
-Una tesis que tenemos que asumir es la de Nunca te rindas. Se habla mucho, por ejemplo, del pensamiento que ha sido secuestrado en acciones puramente automáticas donde la reflexión incluso ha desaparecido. Pensemos que el cerebro está generando miles y miles de pensamientos, la mayoría de corte negativo porque están influenciados por el miedo. Y el miedo, cuando se ha extendido tanto, es incompatible con una buena higiene cerebral. Hay miedo a epidemias, a enfermedades, a las guerras, a los crímenes y robos, etc., y esto tiene que ver con la sobreinformación de medios de comunicación como la televisión. Por eso tenemos que tener un cortocircuito y recuperar la comunicación viva, la comunicación con el vecino, con el amigo. Recuperar algo esencial que es el tiempo que es el mejor regalo que puedes hacer.
-¿Cómo se vive en el día a día este concepto de higiene cerebral?
-Pues, por ejemplo, si estás en una cafetería donde hay gente que está gritando, márchate, porque esto te está golpeando y, como consecuencia de esto, el cerebro modifica el trazado electroencefalográfico. Tenemos que coger senderos de personas a las que yo llamo personas medicina, que son las que te dejan un buen sabor de boca, las que te escuchan, te felicitan, te cogen la mano, personas que te miran. Y ser conscientes de la importancia de un pensamiento positivo. Un día como hoy, que está un poco oscuro y cerrado, puede ser un día de lo más maravilloso porque el color lo pinto yo. Esta es la estrategia mental de esta gente feliz y centenaria, convertir lo negativo en positivo, tan sencillo como esto.
Además, sabemos que desde un punto de vista fisiológico consumes menos oxígeno con un pensamiento positivo y respiras más lentamente. Activas lo que llamamos el lóbulo prefrontal izquierdo, que tiene que ver con la satisfacción y alegría. La felicidad tiene que ser autogenerada en el día a día, en un crecimiento personal inacabable.