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martes 19, marzo 2024

Ana Cristina Aguado

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Atleta de montaña por decisión meditada y médica por vocación y con dedicación plena.
Cuando se le pregunta si tuviera que escoger entre ruta y trail, no hay duda y solo una respuesta lacónica: trail.

Nacida en Oviedo hace unos años e iniciada en esto de atletismo, como tantos niños, de la mano de un entrenador de la antigua escuela: Pepín Teverga, histórico del CAU y de Asturias y uno de los grandes de cuando los cronómetros eran de manivela y la pista de la Universidad de Oviedo – de ladrillo molido – insufrible. También guarda recuerdos hermosos hacia dos insignes: Irineo de Lucas de Frutos (recientemente fallecido) y Juanjo Azpeitia – el mejor entrenador que tuvo Yago Lamela – y sus correrías de la infancia con un club de Trubia, y en el Instituto Femenino de Oviedo, donde la profesora de “ginasia” les decía que el deporte no era para las chicas, el Club OJE Oviedo (y por extensión OJE Asturias), hasta llegar a la Universidad para estudiar medicina con personajes de la resonancia de Nico Terrados (PDM Avilés) que sabe todo (y una que no sabe nadie) en medicina deportiva.

Equipo de atletismo del Instituto femenino de Oviedo, en el Cristo de las Cadenas, a mediados de los años 70
Equipo de atletismo del Instituto femenino de Oviedo, en el Cristo de las Cadenas, a mediados de los años 70
Ana Cristina (primera por la izda.) de estudiante en la Sala de Anatomía de la Facultad de Medicina de Oviedo
Ana Cristina (primera por la izda.) de estudiante en la Sala de Anatomía de la Facultad de Medicina de Oviedo

Hace años, estudiar Medicina en Oviedo era una epopeya que tenías que batallar entre las ocho de la mañana (prácticas de laboratorio o de anatomía) y las nueve de la noche, en un horario enrevesado que parecía establecido con la insana intención de alejar vocaciones. Aquello dejaba poco tiempo para entrenos y esfuerzos añadidos y obligaban a nuestra Ana a levantarse a las cuatro de la mañana a estudiar, ir a clase y en los pocos momentos libres ir a “correr”, más para despejar la mente que para hacer grandes marcas.

Cuando se casó – con Jorge, buen amigo mío – vivieron por un tiempo en Oviedo, pero muy pronto, al mes, se fueron a vivir a la Carcarosa y hasta hoy: La mediquina de la Carcarosa, implicada con la sociedad y el paraíso donde vive, a cuatro pasos de Mieres y dos de Turón, a dos kilómetros de Urbiés y de la Cuenca Hermana del Nalón; lugar ideal para entrenar – ahora ya con un poco más tiempo libre – por la naturaleza.

Hace años, estudiar Medicina en Oviedo era una epopeya que tenías que batallar entre las ocho de la mañana y las nueve de la noche, en un horario enrevesado que parecía establecido con la insana intención de alejar vocaciones.

Jorge ayudó bastante – cinturón negro de artes marciales –. Compaginaba sus entrenos corriendo con ella cuando los críos (ahora dos ingenieros, forestal e industrial) eran pequeños, haciendo esquí o bicicleta de montaña.

Por las tardes dedican su tiempo libre, tres días a la semana, a impartir clases de gimnasia en el Centro Social a las personas mayores del entorno, mayores que ya son número mayoritario en nuestros Valles; mayor que el número de jóvenes. Una actividad que refiere como muy gratificante, que da “más” sentido a su vida por eso de ayudar de forma altruista a personas que – caso contrario – declinan en actividades vitales.

Hoy, Ana, es un referente de las carreras de montaña, de las demasiadas carreras que se amontonan, porque cada pueblo quiere tener una, quiere su “trail” propio, y los organizadores no se ponen de acuerdo – esto (cosecha propia) se viene sufriendo desde hace años en toda Asturias – para disponer un calendario que, al menos, aleje unas carreras de otras cuando menos por configuración geográfica.

Le gusta llevar su cuerpo al límite y sobre todo en las competiciones, dice que ayuda bastante pero siempre bajo control.

Ana Cristina Aguado en una de sus últimas travesías de trail
Ana Cristina Aguado en una de sus últimas travesías de trail

Le gusta llevar su cuerpo al límite y sobre todo en las competiciones, dice que ayuda bastante pero siempre bajo control; a veces hasta desaparecen esas pequeñas lesiones que se nos acumulan con el exceso de entrenamientos, “darle caña” al cuerpo, sentirse viva.

En toda la charla, extensa y amena, solamente una queja: las licencias de la Federación de Atletismo son demasiado caras (ciento noventa euros) y las ayudas más bien escasas o nulas, casi inexistentes: la camiseta y poco más, cuando se desplazan fuera de España a competir a Europa o por la misma geografía patria. Una queja constante en todos los que de alguna manera nos dedicamos al atletismo, bien atletas o padres que pagan desplazamientos y hoteles a sus peques, porque las federaciones, dicen, no tienen recursos.

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