El siglo VIII a.C. devino en algo especial en cuanto al futuro de Grecia y la democracia, aunque hay que hacer extensión hasta el VI a.C. Dos siglos de profundos cambios, modificaciones y perfeccionamiento de la vida en las polis y de sus ciudadanos. Se pasa de la Edad Oscura a la Edad Arcaica, del desmoronamiento micénico a la Grecia Antigua.
Nacen – o se hacen patentes – los poemas homéricos con la llegada del alfabeto desde Fenicia a Tebas, se plasman por escrito, aunque resulte por ahora muy difícil especificar una fecha exacta. Se cree que fue Pisístrato el primero en recopilar todos los cantos que iban transmitiendo los aedos.
Fundación de las Olimpiadas en el 776 a.C. y sus consecuencias de las que hablaremos posteriormente. Hesíodo, contemporáneo de Homero para unos y posterior para otros, escribe La Teogonía y pone orden al panteón griego de dioses y héroes. La fecha exacta se basa en una lista de vencedores encontrada en Bizancio muchos siglos después, escrita en época romana.
Cambia la forma de guerrear entre las polis y de las batallas singulares se pasa al combate de hoplitas, en falange, que modifica la forma de vivir y comportarse de los “aristoi”. Ya no pelearán entre sí para robarse la tierra o las mujeres. Lo harán mediante implicación directa de los súbditos, apareciendo los hoplitas (de “hoplon”, escudo) con escudo, coraza y yelmo, grebas y espada o pica, que pelearán junto a su señor, pero modificando la forma de pelearse. No el fondo.
Esto implica un compañerismo especial entre una clase que sin ser aristocracia pura – que pervive hasta la actualidad – tampoco eran los desfavorecidos de la fortuna. Había que tener medios suficientes para costearse la panoplia y tener los bastantes como para considerarse superior, una clase media alta que luchará por un señor y al que exigirá cambios en la distribución del poder en las polis. Ya no se tomarán decisiones fundamentales desde el estrato superior, se tomarán entre todos. La democracia avanza. Es un cambio parecido al que acaeció en el siglo V cuando Temístocles incorpora remeros pagados.
De cualquier modo, los juegos formaron parte del entrenamiento de la clase bien, los poderosos, llevados a término primero en los palacios y aledaños y más pronto que tarde en los gimnasios, hasta que Teodosio decretó la clausura de juegos y demás parafernalia en el 394 a.C. Pero se hicieron extensivos a un sector más amplio de la población, los zeugitas, labradores que se podían pagar una yunta de bueyes, un tanto adinerados, aunque sí un sector amplio de la población y que a la postre exigieron “votar” las decisiones que les concernían.
Adolfo J. Domínguez Monedero en su interesante libro: “La Polis y la expansión colonial griega. Siglos VIII – VI” (páginas 83 y ss.) hace un estudio pormenorizado de lo que acabamos de exponer y diferencia los juegos organizados en La Ilíada de los que se llevan a cabo en La Odisea, cuando los Feacios quieren impresionar a Odiseo con unos juegos a los que solo le invitan a “mirar” creyéndole “hombre del pueblo”, marinero, alejado de la aristocracia, clase social donde la práctica deportiva era habitual.
Los primeros eran juegos funerarios mientras que los segundos ya son “lúdicos” aunque se incluyen en lo sucesivo dentro de los grandes festivales religiosos.
Había nacido el deporte popular.
Por qué permanecieron las Olimpiadas en el tiempo
Ocurrió cuando las guerras se masificaron, cuando dejaron de ganarse batallas al caer el jefe, el aristócrata que iba al frente de su grey, el eupátrida. Cuando los ciudadanos pasaron a ser hoplitas por obligación (y rapiña).
Las gentes del entonces, muchísimo más que ahora, vivían inmersas en dos “mundos”: el de las guerras y el de la religiosidad. Las guerras se hacían siempre por motivos económicos. Cuando una poli devenía a menos por la causa que fuera, se dedicaba a invadir terrenos colindantes, a secuestrar y vender como esclavos a quienes pillaban por delante, a fundar colonias cerca o lejos de la metrópoli, etc., etc. Pero también cuando una poli venía a “más” como la Atenas de Pericles (por no hablar de Esparta, Tebas, Corinto, Argos…) se dedicaba a someter por la fuerza a quien se salía de madre o a quien le molestaba en sus negocios.
El mundo de la religiosidad era bastante diferente – al de la guerra – pero con tantos lazos comunes que se diferenciaba poco. Eso sí, no solían hacerse guerras porque los dioses lo dictaran. Se mataba directamente, pero en casos individuales, siendo el más famoso el de Sócrates condenado por “asebeia” o impiedad, por corromper jóvenes e introducir nuevos dioses en Atenas. Pero ésta es otra historia.
Volviendo a la areté de los hoplitas, estos soldados tenían a lo largo de su vida y cotidianeidad ocasiones para mostrar su grandeza. Tanto los hoplitas como los “aristoi” (aristócratas, eupátridas) eran “ciudadanos” con plenos derechos. Después estaban las mujeres y niños, los esclavos y los metecos, entre otros pobladores, que no tenían esos derechos. Los hoplitas y los aristoi eran los que iban a las guerras, en cabeza. Aquí es donde – a mi entender – viene a colación el nacimiento y posterior mantenimiento de los Juegos Olímpicos. Los griegos, sobre todo los de la pobre Grecia Continental, desangrados en guerras intestinas, necesitaban un espacio para reflexionar e idearon un alto en sus peleas que en adelante barnizaron de religión y al que denominaron Tregua Sagrada, donde estaba terminantemente prohibido guerrear entre polis y que abarcaba desde un mes antes de la concentración de atletas en Elis, hasta pasado un mes del final de los Juegos. Es decir, un verano completo cada cuatro años. A quien se saltaba la tregua, le tiraban por el acantilado o le pasaban a cuchillo y en caso de ser una ciudad (Esparta, por ejemplo) se le impedía llevar a sus atletas a Olimpia.