Cuesta creer que en tiempos de inflación y de escasez, en tiempos de pandemia mundial, los millonarios sean ahora multimillonarios mientras que la clase media se desvanece y los pobres son cada vez más pobres. “Se está produciendo una intensificación en la concentración de riqueza en España”, denuncia Susana Ruíz, responsable de Justicia Fiscal de Oxfam-Intermón; “se ha acelerado esta tendencia en un contexto de pandemia y también como resultado de la crisis del coste de la vida en 2022”. Y lo peor… la tendencia se mantiene.
Asturias tiene en estos momentos más ricos que nunca. El Principado roza los 3.400 contribuyentes millonarios, según datos de la Agencia Tributaria, la cifra más alta desde que se restituyó en 2011 el Impuesto de Patrimonio. Las grandes fortunas han aumentado sus bienes durante la crisis, en la mayoría de los casos, incluso han conseguido mejores resultados.
Si nos fijamos en los ceros, en Asturias los ricos son más ricos que la media, sólo superados por Galicia -gracias a la fortuna de Amancio Ortega-. Los tenemos de cuna y por herencia, algunos por mérito propio, otros por esfuerzo y algún avezado ha conseguido entrar en este selecto club gracias a su olfato financiero y un golpe de suerte. Estas familias no viven la crisis ni la esperan.
El otro día en una comida, coincidí con un padre de familia que a juzgar por lo que comentaba al resto de comensales, vivía de forma muy desahogada, vamos, que dejó claro que era rico. Hablaba de lo bien que le había venido esta pandemia a nivel laboral y también económico ya que antes realizaba más de trescientos vuelos al año y ahora viajaba de forma puntual y todo lo hacía a través del teletrabajo. Comentaba que en este tiempo se había incrementado su patrimonio considerablemente y que sus dos hijos, a día de hoy, “viven de las rentas”, recalcó que eran unos “terratenientes”. Podía ser millonario, no lo dudo, pero la discreción no era una de sus cualidades.
Iba vestido de forma minimalista, camiseta azul marino, vaqueros y deportivas, unos básicos que pasarían desapercibidos si no te fijas en las marcas. Camiseta y vaquero de Ralph Laurent, pero de línea sobria y deportivas de Hermés. Lo llaman lujo silencioso.
Recuerdo que antes se asociaba la riqueza a la opulencia, ya fuera con joyas, pieles o tejidos exóticos. Luego llegaron los logotipos y las etiquetas, las marcas tenían que estar en zonas visibles para demostrar que quien llevaba esa prenda era una persona vip. Como eso también llegó a estandarizarse, -los raperos llevaban gorras de Louis Vuitton-, las marcas de lujo dieron una vuelta más al tema y nace la idea del lujo silencioso. Prendas que no se diferencian nada de la normalidad, parecen discretas y se distinguen de otras parecidas por los pequeños detalles o por la calidad (están confeccionadas con materiales escasos y exquisitos). Sólo ellos son capaces de gastarse en una camisa -sin nada especial- mil euros, y sólo ellos son capaces de identificar esa prenda ‘tan especial’ entre la multitud.
Recuerdo que el asturiano Daniel Sánchez, fundador de Cycle Platform -plataforma de venta y recompra de ropa de lujo-, me comentaba en una entrevista que, a pesar de la crisis, el mercado de lujo no paraba de crecer y que lo seguiría haciendo aún más en el mercado online. “Aquí hay un nicho de mercado”… y no se equivocaba.
Para la mayoría de los mortales resulta incomprensible ver, con la que está cayendo, cómo puede haber gente que se sume a este lujo silencioso, -que de silencioso no tiene nada, para qué nos vamos a engañar-, a un estilo que refuerza estereotipos y divisiones; a un estilo asociado a una minoría que además compite entre sí para ver quién lleva qué; una minoría que se enriquece mientras los demás empobrecen, que vive en un universo paralelo ajeno a la realidad que nos rodea y que se retroalimenta.
Está visto que la crisis afecta a todo, pero por el momento no a la aspiración al lujo.