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jueves 28, marzo 2024

Revolución climática

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La crisis económica y todo el rosario de consecuencias que trae consigo, por dramáticas que sean, no deben acaparar el cien por cien de la atención.
Porque si bien es cierto que estamos en el ojo del huracán –nunca mejor dicho-, enfrascados en una auténtica guerra en la que los mercados se enfrentan con todas sus armas en campos de batalla financieros y dejan tras de sí un reguero de víctimas, paralelamente tienen lugar otros acontecimientos globales cuyos efectos están siendo mucho más trascendentes.
No hay más que observar las consecuencias del cambio en el clima, un proceso que en la medida que continúe desarrollándose, cambiará los modos de vida, la organización económica, la estructura de las sociedades, el mundo tal como lo conocemos, en definitiva. Por tanto, sin restarle importancia a nada de lo que sucede, no hay que perder la perspectiva dejando que el bombardeo diario de noticias nos nuble una visión más abarcante del lugar en el que habitamos. Porque si algo es evidente ya, es que el clima está experimentando una transformación crucial. Si antaño era un augurio que se achacaba a ecologistas exagerados y a visionarios apocalípticos, hoy la ciencia ya respalda ampliamente lo que los ciudadanos comprobamos en nuestra vida cotidiana: el clima ya no es como antes, varía con velocidad, se hace más extremo, se multiplican y se hacen familiares fenómenos que antaño eran totalmente excepcionales.
Aquí, en este rincón del mundo llamado Asturias, ya no elucubramos: basta mirar por la ventana o preguntar a los mayores, los habitantes de los pueblos, los que tienen un poco de perspectiva para que nos cuenten que las estaciones ya no son lo que eran, que el sempiterno «orbayu» se ha acabado, que se seca el campo, que aumentan los incendios, que las mareas son más grandes, que desaparecen las algas, que los temporales que llegan son más numerosos y más intensos que antes.
Acostumbrarnos a tales eventos nos hace incapaces de valorarlos adecuadamente. Y ser conscientes de lo que sucede en un asunto de tal trascendencia resulta fundamental, tanto para adoptar nuevas actitudes individuales como para exigir a los gobernantes que atiendan lo global y lo que perdurará en el tiempo más allá de los picos económicos puntuales, cíclicos y reversibles.
Es un error grave dejar que el interés por el bienestar a corto plazo destierre lo fundamental. O es quizá lo que se persigue: que exista una ausencia de una concienciación, no vaya a ser que se fuerce a los gobernantes a ocuparse de lo que no caduca, a ofrecer posibilidades y soluciones, a incrementar los euros destinados a investigación, a preparar a los ciudadanos para afrontar los cambios de la mejor manera posible. A preocuparse, en fin, de lo que se avecina y no tiene vuelta atrás.
Las generaciones futuras conocerán una Asturias, como poco, diferente. Será la suya, la que hemos dejado en herencia. Por eso, a pesar de que es un mal momento para la economía que sólo busca realizar «ajustes presupuestarios» es también necesario recordar la necesidad de seguir investigando en aquellas cuestiones que son vitales para el futuro inmediato, y dar a conocer a la población lo que ya está sucediendo, sin escatimar información. Conocer para poder adaptarse, o al menos para no decir que no sabíamos. Después habría que esperar que la clase política, la que debería tener amplitud de miras, responsabilidad, etc, se desligue de sus propios intereses y tome las decisiones adecuadas. Ellos, los que cobran siempre a fin de mes son los que pueden –desde la serenidad que da la seguridad- pensar en poner las bases para un futuro diferente. Desde luego esto es a día de hoy una quimera. Es difícil decidir sobre algo que no se quiere ver.

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