Quiso robar tiempo a la muerte y se metió de lleno en esta aventura: pasar cien días en la absoluta soledad de una cabaña del Parque de Redes sin luz, sin teléfono, sin ordenador, sin reloj. Allí creó una especie de paraíso íntimo donde vivió con plenitud su particular historia de amor con la naturaleza. La experiencia quedó recogida en este documental que cuenta con reconocimiento internacional y que podremos disfrutar en las salas de cine a partir del mes de marzo.
«Necesitaba vivir, enfrentarme a la vida, ver qué me quería mostrar. Experimentar que se puede vivir con mucho menos de lo que se tiene, a otro ritmo y con ello sentirse feliz. No quería comprobar cuando me fuera a morir que no había vivido lo suficiente». Por eso este diseñador de interiores, naturalista y amante de la fotografía decide embarcarse en este proyecto, con tan solo un pequeño equipo de filmación: cuatro cámaras, una de ellas de cine, tres GoPro, un dron para llevar una de ellas, micros, un pequeño equipo de sonido y Atila, el caballo que le ayudaría a transportar el material en las largas caminatas hasta lugares impensables y se convertiría en su gran amigo.
-¿Tuvo esta historia de amor sincero por la naturaleza, un final feliz?
-Sí, más que un final feliz -todavía lo sigo saboreando a día de hoy- ha sido una importante experiencia personal que en el fondo te lleva a asomarte al vacío de tu propio interior. Una experiencia que te deja aún más enamorado de este maravilloso tesoro que tenemos ante nosotros y no valoramos. Una experiencia que te lleva a una reflexión: somos la especie más necia del planeta y si seguimos por este camino la catástrofe será importante.
-Para vivir esta experiencia no hizo falta que se marchara a ningún lugar lejano.
-En Asturias tienes la suerte de que a solo cincuenta minutos de Oviedo puedes estar absolutamente solo. En esos cien días me pude cruzar de lejos con alguien pero nada más. En cambio Nepal, Himalaya o el Everest están abarrotados de personas. Asturias es un paraíso que no valoramos.
«Una de las escenas más complicadas fue grabar la fauna salvaje con dron. Primero localizarla, luego intentar que no te descubran y conseguir grabar su huida a través de zonas tortuosas»
-¿Qué cosas ha traído en su mochila?
-Muchas cosas aún las estoy empezando a ver ahora. Durante mi estancia allí estaba tan ocupado que no era consciente de lo que estaba viviendo. Pasaba el día fuera, por las noches organizaba el material, dormía pocas horas… Luego vino la postproducción del documental, sintetizar todas aquellas horas de grabación, un proceso muy laborioso. Ahora que estoy más tranquilo y miro hacia todo lo vivido me doy cuenta de que he sido un gran privilegiado. Trabajé mucho pero al ritmo que yo quise, cuando quería aprovechar más tiempo fuera lo hacía, tenía hambre y comía sin pensar en horarios, sin someterme a un método, creando cada día. Es una gozada estar en silencio, no depender de nadie, vivir sin prisas, sin reloj.
-El ritmo lo marcaba la naturaleza…
-Sí. Si pasas una temporada larga, notas cómo te va absorbiendo y pasas a formar parte de ella. Los días en los que hace mucho viento, te notas agitado. Los días con nieve, son más tranquilos, hay más silencio y vas a otro ritmo más pausado. La naturaleza marca un ritmo contrario al que vivimos en la ciudad. En el monte fui absolutamente feliz, no sentí la soledad como algo triste, al contrario, me siento mucho más solo en la ciudad.
-¿Qué es lo más duro que vivió en esos cien días?
-A nivel psicológico… separarme de la familia. A nivel físico no me costó nada porque estaba haciendo algo que me gustaba, tenía un objetivo. Viendo las imágenes del documental soy más consciente de la dureza de lo vivido. Creo que si llego a saber con detalle todo lo que iba a vivir a lo mejor no lo hubiera hecho. Adelgacé ocho kilos comiendo muy bien, comida sana, pero era mucho el desgaste físico diario. Como no tenía espejo ni manera de verme, no me lo noté hasta que llegué a casa y me lo dijeron.
-¿Cómo fue el ‘aterrizaje’ en la vida diaria?
-El ser humano tiene una gran capacidad de adaptación. Pasé de estar en la más absoluta soledad a llegar a un concierto que celebramos en el pueblo todos los solsticios de invierno, en medio de trescientas sesenta personas, saludando a familia, amigos… eso me puso un poco nervioso.
«Ha sido una importante experiencia personal que te lleva a asomarte al vacío de tu propio interior»
-¿Echa algo de menos?
-Me sobra mucha de la tecnología que nos rodea. Me exaspera ir por la calle y ver que la gente no levanta la cabeza del móvil, que camina abstraída, no observan lo que les rodea, no ven los árboles que para ellos son un obstáculo. Tienen los rostros tristes, preocupados, van con prisa. El contacto con la naturaleza no lo he perdido, lo disfruto a diario porque me da mucho. Vivo en Muros del Nalón y tengo esa gran suerte.
-Estuvo parte del otoño y del invierno en el Parque de Redes. ¿Cuál ha sido el mayor espectáculo natural al que asistió?
-Estuve desde finales de septiembre cuando se escapaba el verano hasta el 19 de diciembre con las primeras nieves. Viví un par de cosas muy especiales. Un día que nevó muchísimo y me cogió fuera de la cabaña. El espectáculo fue impresionante. Y luego, alrededor del día sesenta o setenta cuando las nubes se pusieron rojas y hubo un atardecer como si el cielo estuviera ardiendo. Estaba en una zona alta y pude hacer fotos en time lapse durante cuatro horas seguidas, cuando lo monté vi algo espectacular. Luego hubo días ventosos donde los arboles parecía que bailaban, tormentas importantes… soy una persona que se sorprende con todo. Conozco toda aquella zona como la palma de mi mano y puedo decir que cada minuto allí es distinto al anterior.
-¿La escena que más le ha costado grabar?
-Hay varias. El seguimiento de fauna salvaje con dron. Primero descubrirla ya es difícil, luego que no te descubran a ti y después conseguir grabarlos porque buscan salidas muy tortuosas donde es difícil llevar el dron. Otra toma complicada que salió relativamente bien, fue grabarme caminando de noche solo con el haz de luz que emitía el frontal que iluminaba unos pocos metros delante de mí. Era una zona boscosa y no sabía si me estaba filmando o no. Y para grabarme caminando por cornisas, con tomas con teleobjetivo, lejanas, tenía que poner la cámara a grabar a cuatrocientos metros de distancia, ir al lugar en cuestión y volver de nuevo a la cámara para ver si había salido bien encuadrado. Eso tenía un importante coste físico.
«Haber quedado finalista en el Festival Jackson Hole al lado de David Attenborough (Planeta Tierra) ha sido un sueño para mí»
-Es el protagonista y también quien realizaba la filmación.
-Sí, creo que es lo que más realismo da a la historia. Desde la productora me ofrecieron ayuda, me decían que en un programa como El último superviviente, nunca está solo el protagonista, tienen a los cámaras detrás. Yo tenía claro que eso no lo quería. Engañar a la gente era engañarme a mí mismo: quería filmarlo yo. Tan solo me grabaron terceras personas en la despedida de mi familia y el regreso, el resto está todo grabado por mí.
-Como padre de la criatura y después de tantas horas de grabación, ¿cómo elige las escenas que luego van en el montaje final?
-Es algo muy difícil. Los que se dedican al cine dicen que el protagonista no puede participar en la última selección. Tenía 7.800 vídeos, trescientas horas de grabación, así que acceder a todo ese material y hacer las primeras cribas nos costó cuatro meses. Al final lo dejamos en cuatro horas y se lo pasamos al montador que hizo la síntesis final. Para todo este trabajo conté con la ayuda de Rubén. He de confesar que al final no pude aguantarme y metí algunas tomas a calzador porque no quería que se perdieran. Una vez terminado el documental escribí un libro con textos del diario que había hecho en mi estancia allí, volví a visualizar todos los vídeos para elegir los fotogramas para el libro y me mordía las uñas al ver imágenes impresionantes que al final no habían podido incluirse en el documental.
-Con todo ese material siempre se puede hacer una versión extendida.
-Sí, es algo que valoramos porque la TPA nos lo planteó pero el presupuesto es tan pequeño que no da ni para contratar a un montador. El material grabado daría para hacer una serie de diez capítulos de media hora sin ningún problema.
-Hizo también el guión, la narración…
-Me dijo el productor que era la primera vez en la historia que se hace un documental donde el director, guionista, cámara, locutor y director de fotografía es una misma persona. No lo puedo comparar con Cantábrico, documental de la misma productora, que contó con un presupuesto quince veces mayor y ofrece unas imágenes impresionantes. El nuestro es un documental que cuenta una historia desde otro punto de vista, con imágenes técnicamente normalinas, en ocasiones tirando a malas. Dimos prioridad a la historia, la vivencia y ahí tengo mucho que agradecer a Juan Barrero, el montador. Mi hijo Pablo es el autor de la banda sonora, no es el tipo de música que él suele hacer pero el resultado final creo que engrandece a las imágenes.
-¿Qué le supuso haber quedado finalista en los que se denominan los «Oscars del cine de naturaleza»?
-La productora Wanda Natura decidió enviar Cantábrico al festival Jackson Hole de naturaleza, y de paso presentar también el mío. Codearme con documentales de David Attenborough que también fue finalista, ha sido un sueño porque para mí es un dios, siempre me enamoraron los documentales narrados por él. Técnicamente sé que no llegamos ni por asomo a la calidad de cualquiera de ellos pero nosotros contamos una historia que tiene alma, es sencilla, sincera y realizada con muy pocos medios, eso le da un valor extra. Creo que es lo que ha llamado la atención del jurado. Hicimos un primer pase en La Laboral ante mil trescientas personas y fue un éxito. La presentación oficial tendrá lugar el 16 de marzo. Tengo mucho interés en conocer las críticas.