Las encuestas periódicas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) vienen destacando, cada vez de forma más pronunciada, una grave desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones y, en particular, hacia todo lo que rodea a la actividad política.
La crisis nos demuestra, entre otras muchas amargas enseñanzas, que es más fácil de lo que pensábamos poner en cuestión todos los consensos sobre los que se edificaba nuestro modelo social y político, blandiendo la necesidad de adoptar medidas que se presentan como obligatorias, sin elección posible.
Al calor de la crisis económica, algunos debates se reavivan y asuntos que llevaban tiempo bajo escrutinio se someten a decisiones rápidas, a veces insuficientemente meditadas y no precisamente en el sentido esperable por la orientación de las discusiones previas.
Hasta fechas no tan lejanas, helenizar significaba introducir las costumbres, cultura y arte griegos, en referencia principalmente al legado histórico que la Grecia clásica aportó al conjunto de la humanidad.
En las últimas semanas Asturias ha acogido la muy recomendable exposición 'La colonia', sobre los inmigrantes españoles en Nueva York en la primera mitad del siglo XX, comisariada por el norteamericano James Fernández, él mismo descendiente de asturianos.
Durante años la izquierda europea y latinoamericana ha crecido cultivando una profunda desconfianza hacia la política exterior norteamericana, y sus argumentos cabales tenía para este recelo.
Cuando Beate Klarsfeld, tras colarse con un pase de prensa en el Congreso de la CDU en Berlín, saltó a la mesa presidencial para propinar una bofetada al Canciller alemán, el antiguo miembro del partido nazi reconvertido a democratacristiano Kurt-Georg Kiesinger, provocó en un primer momento sorpresa e indignación.
La aportación más conocida del Estado de Bután a la teoría política y la macroeconomía es el concepto de Felicidad Nacional Bruta, como indicador y directriz de las políticas públicas desarrolladas en el pequeño reino del Himalaya.
Hace apenas unos años era inimaginable que los responsables de los gobiernos europeos se viesen movidos a celebrar cada poco tiempo reuniones urgentes e ininterrumpidas –casi sesiones permanentes- con la perentoria necesidad de llegar a acuerdos de calado durante el fin de semana, antes de que los mercados de deuda pública y de valores retomasen las transacciones al lunes siguiente.
El inevitable convencionalismo propio de las próximas fechas nos invita a hacer balance del año que concluye y formular las aspiraciones para el que viene.