En la primavera me permitían opinar en la revista leonesa “Mil y una palabras”, -cuarta entre las nacidas en el fructífero Ágora de la Poseía-, acerca del último lío que asomaba al Parlamento: la propuesta de ciertos viticultores alaveses de separarse de la Denominación de Origen Protegido (DOP) La Rioja, que hasta ahora gestionaba de manera unitaria y tomaba en consideración las características de tres zonas vinícolas: Rioja Alavesa, Rioja Alta y Rioja Oriental. El debate había quedado congelado debido a otros más perentorios, pero ahora, pactados los Presupuestos, regresa en su crudeza.
La nueva DOP se llamaría “Viñedos de Álava” y el resto de los bodegueros culpan del riesgo de cisma al Partido Nacionalista Vasco. Uno tiene un respeto al vino y a sus criadores; considera, además, que el funcionamiento de la DOP riojana ha garantizado el aumento progresivo de la calidad de los caldos, ha consolidado riqueza en una zona agrícola, y es una buena disculpa para darse unos paseos en torno a los viñedos.
Reconozco mi debilidad por Laguardia, probable capital de la nueva denominación; en conversaciones con los cosecheros, jamás he escuchado una sola crítica al papel de los veedores, hermosa palabra que define a quienes controlan que no se haga trampa con la producción, razón por la que me sorprende la noticia de la presunta escisión. Así que he recurrido a revisar las fotos de mi última visita al entorno riojano, concretamente a Ezcaray, encantadora, hospitalaria villa, que nos sirvió de base para explorar las diferentes tierras; allí tomé esta imagen que puede explicar las causas por las que algunos se quieran separar: no es buena publicidad que el Gobierno de La Rioja invierta en agua y encima lo exhiba; desde las bodas de Caná, -conocido cuentecillo de la mitología hebrea-, no se considera buen hábito comercial el cristianísimo hábito de bautizar el vino.
Reflexionando sobre el tema, repaso la situación en Francia, patria de maestros en vender linajes del vino, y me encuentro con que el estar comprendido en una denominación no es óbice para que se remarquen ciertas características locales; bajo el manto Bourdeaux nadie se asombra, por ejemplo, de las iniciativas de Saint-Émilion, ni pone obstáculos a la promoción específica de los châteaux. Se pueden contar hasta 57 DOP de la zona bordelesa. (Nota al margen, importante noticia: Le Beaujolais est arrivé!)
En este sentido, no debería ser de preocupar otro movimiento, la agrupación de los pequeños cosecheros bajo un tercer epígrafe, “Tierras de Álava”; necesitan defender lo artesanal contra la invasión del Capital, más preocupado en edificar suntuosas catedrales del vino que en la calidad del veterano caldo.
En cualquier caso, en su eficiencia periodística habitual, el Grupo Prensa Ibérica nos ha informado, por el tradicional método del crucigrama, de que ya no hay razones para preocuparse de maniobras separatistas: debemos darnos por enterados de que se ha cumplido el viejo sueño de la nobleza de la Llanada contra el anexionismo euskaldún: desde el día viernes 26 de noviembre del año 2021 del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, ¡Álava es provincia del Reino de Castilla! De nuevo. La Reconquista ya no empieza desde las tribus asturcantábricas.