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jueves 10, octubre 2024

La Odisea según Renfe

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El original era cantado, se transmitía por vía oral, quizá por ello se fueron dando versiones diferentes. Luego se fueron adaptando a las lenguas y a los siglos, es La Odisea uno de los relatos más repetido de los tiempos. Nosotros hemos podido conocer la versión ferroviaria.
Camino de Córdoba, desde Oviedo. La cafetería de la estación tiene un letrero con el que dejan zanjada de una vez y de manera bien práctica la polémica en torno al cambio de horario. Está bien claro, creo yo, el de invierno y el de verano.

Horarios de una cafetería

La azafata nos recomienda, por el número de vagón, que esperemos el tren a la altura de los baños; así lo hacemos pacientemente, envueltos por ese familiar aroma que nos indica la escasez de personal a la par que la precariedad laboral de las limpiadoras. A bordo, el televisor no funciona, parpadea de una manera molesta; un viajero dice al revisor que lo apague, por favor. “No se puede”.

Vía lenta, camino de León; no ya en Payares, cosa conocida, sino en el tramo Mieres-Pola de Lena; se supone que por obras. Cuando llegamos a la capital vecina hemos hecho la increíble media de ¡50 kms/hora! Gran avance, desde los tiempos en que los convoyes circulaban a 30 y la gente decía que mayor velocidad no podría ser soportada por el ser humano. Ya ven que la desafiamos intrépidamente, son los signos de la modernidad.

Transbordo en Chamartín, es menester coger un cercanías para desplazarse a Atocha. Advertencia, si usted necesita ir al baño sepa aquí que los aromas son diferentes, vegetales; incluso, en tanto que desahoga, será usted mecido por un agradable gorjeo de pajarillos. Claro que para ello es preciso que camine un buen trecho por el perímetro de la estación y pague un euro por la amabilidad.

Pasamos el control de seguridad con arco de metales, escaneo de equipajes y toda la pesca, sin embargo, en la cafetería nos dan un cuchillo metálico y puntiagudo para los bocadillos. Se puede secuestrar el convoy y exigir que te lleven a Madagascar.

El primer tren que lleva sentido Atocha es el regional a Guadalajara, solamente tres estaciones y llegaremos al AVE. Pasada la de Nuevos Ministerios, el rótulo interior anuncia: “Próxima estación Guadalajara. Final de trayecto”. Desconcierto general, ¿cómo es posible llegar a la capital manchega en diez minutos? ¿Por qué no se ha detenido en Atocha? Intentamos serenar a los viajeros de otras nacionalidades, que se ven perdidos en la playa de vías, como Ulises abatido por la mar océana en la ribera de Circe. Tranquilos, que para.
Atocha, bromeo, “¡Los de Guadalajara, abajo!”, pero no está la cosa para gracias, el pulsador de apertura de puertas no funciona, estampida general a la siguiente; el pasillo es estrecho para correr con maletas, cuando la alcanzamos ya los que entran la están taponando, blandiendo los bultos los amenazamos al grito de antes de entrar dejen salir. Una señora ha sido más lenta y tenemos que bloquear el acceso para pueda bajar. No hubo heridos. O, por lo menos, no vimos correr la sangre.

Pasamos el control de seguridad con arco de metales, escaneo de equipajes y toda la pesca, sin embargo, en la cafetería nos dan un cuchillo metálico y puntiagudo para los bocadillos. Se puede secuestrar el convoy y exigir que te lleven a Madagascar. En los andenes se ve asomar la competencia de Renfe, tendrán que ponerse las pilas.

Estación de Atocha
AVE. Comodidad, tranquilidad, velocidad adecuada, paisaje de olivos. En los asientos de atrás el arquitecto jefe manifiesta al colega recién contratado que entiende su defensa de los horarios justos, ahora bien, aclara, cuando le obligue a hacer horas extras sin pagárselas, no será por propia iniciativa, sino “por órdenes de la empresa”. Me tomo buena nota, por si me hiciera falta, de la siguiente explicación, el ingenioso método para facturar el 30 o el 50% de una obra que todavía no han empezado; “pero, tranquilo, que a mediados del mes siguiente o al otro se inicia”.

Delante de nosotros, dos varones se reparten besos, abrazos, confidencias al oído y un pastel que deja el asiento lleno de azúcar. Cuando uno de ellos se levanta, aprovecha el otro para visitar desde el móvil páginas de muchachos con el torso desnudo; reparte algunos “likes”.

Llegamos a Córdoba a su hora. La temporada de caracoles continúa. Han desaparecido de las calles los olores a incienso y aparecen las proclamas electorales. La vida sigue, las odiseas con Renfe reclaman buenos cantores.

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