Probablemente, los que quieren llevarnos vuelta atrás, nos dirán que hay que revisar los manuales escolares; os ofrezco un aperitivo. La obra de portada la encontré en el rastro de León, junto con otras que explican en qué siglo estaba la Enseñanza cuando mandaban los abuelos de los que ahora nos amenazan. Por ejemplo, “Cómo quiero ser”, editado por Hijos de Santiago Rodríguez, Burgos, donde se escribe que eso de la democracia es una tontería, que lo nuestro es el Imperio.
“Niñas candorosas” parte de la preocupación de “muchas maestras y religiosas de la enseñanza” por la escasez de libros específicamente femeninos. Este ejemplar pertenece a la tercera edición, 1957, no sólo “con licencia eclesiástica”, sino con la cita a un, al parecer, famoso cardenal: “Dar la misma educación a los niños y las niñas, aunque separados en apariencia, es confundir lo que el buen sentido, el orden, la sociedad y la religión mandan distinguir bien”.
¿Enteradas, queridas? Bien, os lo complemento con el resumen de estas páginas, llenas de anécdotas morales, vidas de santas y otros asuntos igual de útiles para la vida diaria, que “se han tenido en cuenta al componer este libro, que está destinado a las niñas y habla exclusivamente de niñas”.
Las buenas chicas aprenden a cocinar, a coser, a lavar en el río la ropa que su madre no ha podido, a repartir por las casas pudientes lo que plancha su madre pobre; a atender hermanitos y abuelitas; son ordenadas, cuidadosas y nada presumidas. Seguimos en esto la españolísima tradición de Quevedo que escribía durante la mayor plenitud de nuestra gloria imperial.
En carta a Doña Inés de Zúñiga y Fonseca, Condesa de Olivares, Duquesa de Sanlúcar y Camarera mayor de la Reina, -previo permiso del marido, valido del rey, supongo-, explicaba sus dudas de acertar en la elección de esposa. “La mujer buena, dice el Espíritu Santo que ¿quién la hallará?”, por lo que desea una que haya servido en casa ducal, “que si ha sabido obedecer a vuecelencia, no hay dote temporal ni espiritual que no traiga”.
Hace referencia de sí mismo, “mi persona no es aborrecible ni enfadosa”, para pasar a describir cómo debería ser su futura cónyuge. Ni rica ni pobre, ni fea ni hermosa, -que si lo fuere le exigiría atención-, “si no pudiese ser entreverada la quiero flaca y no gorda”, ni niña ni vieja, ni huérfana ni con mucha familia…
No dedica mucho tiempo a los quehaceres escolares de las pequeñas inocentes el libro que citamos, asunto claramente secundario, salvo para ponerles obligaciones de conducta. Quevedo tampoco la quiere muy lista: “Si hubiese de ser entendida con resabios de catedrático, más la quiero necia”.
No podía faltar la referencia religiosa, dice Don Francisco: “Ni beata, ni religiosa; su coro y su oratorio ha de ser su obligación y su marido”. O sea, en casita, leyendo las vidas ejemplares que recomienda el autor de “Niñas candorosas”; santas que en general tienen muertes atroces, descritas de manera cruda para que las lectoras, -se supone en torno a los 8 años-, se enteren de lo que es sufrir de verdad.
A Basilisa, por respondona, “el juez la hizo callar a bofetadas. Enseguida la mandó azotar. No satisfecho aún, le hizo taladrar los pies, ponerle unos anillos en los agujeros y colgarla cabeza abajo sobre una hoguera”. La malísima de madrastra de Panasia la mató a golpes de rueca; sobre Emerenciana “cayó una nube de piedras que trituraron su cuerpo”. Lo más común era el fuego; Eulalia de Barcelona y Margarita de Antioquía fueron quemadas con antorchas; peor fue para Lucía, “untaron su cuerpo de pez, aceite y resina y encendieron una hoguera a sus pies”.
La civilización fue avanzando, desde entonces; estos usos eran propios de paganos, luego los cristianos, a los herejes, solamente los quemaban. Además, los confesaban antes, si no eran recalcitrantes, para que no fueran a parar al fuego eterno.
Viene también en el libro consejo sobre la orientación profesional. Paquito juega con su escopeta “mientras su hermana acuesta la muñeca en la cuna y le dedica cuidados”. Ella causa la admiración del chico “pues yo soy una hermana de la caridad que cuida a los heridos y los enfermos”. Le reprende que quiera causar padecimientos, él lo tiene claro: “Pero somos valientes y defendemos la Patria”. La niña también: “Nosotras somos sufridas y servimos a Dios”.