Con frecuencia citamos aquí a los duendecillos de la linotipia, seres imaginarios propios de la mitología periodística, que pretendía justificar erratas, meteduras de pata y hasta faltas de ortografía, culpándolos de una traviesa alteración de los textos mientras recorrían el largo y tortuoso camino desde el bloc de notas a la linotipia, pasando por la mecanografía. Cambiaron las técnicas, pero no los errores, así que daremos en creer que tales genios realmente existen.
Como su pariente el trasgu, revoltoso tracamundiador astur; o sus primos, el daimón griego, el gobelin francés, el kobold alemán, el goblin hebreo, y el djinn árabe, que tiene el honor de ser citado por el Profeta (Alá lo tenga en su gloria) varias veces en El Corán. Su figura más famosa es el genio embotellado, agradecido al verse libre, que se conoce a través de Aladdin y “Las mil y una noches”. Cuentos fantásticos para mentes infantiles.
O no tanto, la Ciencia tardó en abrirse paso entre las nieblas de la Mitología. Durante siglos, los seres humanos han seguido explicando el mundo a través de seres imaginarios que intervenían en sus vidas. Todavía hoy vemos que se cuelgan amuletos del cuello de los recién nacidos “contra el mal de ojo”; nadie recuerda que se debe a los obscuros tiempos en que nos amenazaban las brujas. De manera casi mágica ha llegado a mis manos el libro que con más saña y detalle las señaló, “Malleus maleficarum” (El martillo de las malvadas), 1487, aproximadamente.
Dos dominicos, Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, parten de una bula de Inocencio VIII que llama a acabar con ellas para publicar un amplio catálogo de sus maldades y la forma de combatirlas, tarea imprescindible para mantener la especie. No se andan con rodeos: “Negar la existencia de las brujas es herético. Los convictos de tan malvada doctrina deben ser excomulgados”. “El pecado de Satán es imperdonable…pecó sin instigación de nadie…es incapaz de arrepentirse, es incapaz de perdón…Pero a pesar de todo esto su pecado es pequeño comparado con el de las brujas”.
Todavía hoy vemos que se cuelgan amuletos del cuello de los recién nacidos “contra el mal de ojo”; nadie recuerda que se debe a los obscuros tiempos en que nos amenazaban las brujas.
¿Cómo se distingue a las malhechoras? Fácilmente, cualquier mujer puede serlo. Desde Eva, culpable primigenia de nuestros males, las señoras transmiten el pecado de generación en generación. Por la vía copulativa, explican los autores, mediante “la asquerosidad de un acto que un demonio sentiría repugnancia a cometer”.
No sé lo que les dirían actualmente los preocupados por el descenso demográfico, pero desde este importante descubrimiento histórico, van desgranando los dos predicadores las grandes maldades que nos acechan: las brujas matan niños para hacer ungüentos mágicos con sus despojos, provocan tempestades con mirar un vaso de agua, enferman personas, sembrados y ganados…Para hacer todas sus fechorías tienen la capacidad de volar a donde quieran de modo instantáneo, sin preocuparse de la huelga de Ryanair. ¡Y se aparean impúdicamente con el Maligno!
Porque ésta es una de las grandes obsesiones que recorre el texto, magnífico ejemplar para un psicoanalista: la feroz concupiscencia y la contumaz perseverancia en la actividad venérea. Con grandes aportaciones a la Ciencia, como que las brujas pueden hacer desaparecer el miembro masculino o evitar su función, así como provocar abortos sólo con imponer las manos a la embarazada.
Ahora bien, toda su actividad está dirigida por el mismísimo Demonio, si bien nos dan un pequeño respiro, ya que “su poder se mantiene limitado a las partes privadas de los hombres y al ombligo de las mujeres, donde radica la capacidad generativa”.
Para muchas personas ha sido Luzbel personaje real hasta nuestros días. El Siglo de las Luces, la Ilustración, no fueron suficientes. Benito Feijoo (1676-1764), denunciador de supercherías, tan pegado a la realidad para otras cosas, habla de él en sus escritos. Daniel Defoe (1660-1731) pone a Crusoe a explicar a Viernes que el Diablo nos perjudica, el buen salvaje le hace la misma pregunta que muchos teólogos, ¿por qué Dios no acaba con él? Defoe escribió, absolutamente en serio, una “Historia del Diablo”, en la que combate las opiniones de John Milton (1608-1674), autor de un largo poema sobre su desahucio del Reino de los Cielos, “El paraíso perdido” (Paradise lost).
No es de extrañar que discrepara, porque Milton se mete en política, nos explica las verdaderas razones de la rebelión de Satán: Proclama Dios, “This day I have begot whon I declare may only son… En este día he tenido a quien yo declaro mi Único Hijo…a quien ahora contempláis a mi derecha…todas las rodillas en el Cielo han de doblarse…Permaneced unidos ante este gran Vicegerente”. Así que claro, él, que se consideraba el primer arcángel en el escalafón celestial, se ve desplazado por el nepotismo de Dios, y llama a sus subordinados a la sedición contra el arribista y sus secuaces. “Nuevas leyes ves impuestas…to utter is not safe…que no es saludable discutir”.
Todos estos libros ponen en evidencia las mañas de Lucifer, así que él va interviniendo para dejarlos en ridículo. En estas páginas ya he comentado que mi edición de la Historia del Diablo está mal traducida y peor impresa; el Espíritu Maligno les ha hecho cometer varios errores, el que más destaca es cuando habla de Jesús como “el hijo de Dios encamado”, en vez de encarnado.
En cuanto al Martillo de brujas, ha provocado el Jefe de las tinieblas que Wikipedia declare que ha sido publicado (1482) antes que redactado (1486), o que en el libro que yo uso (Reditar Libros S.L. Barcelona 2006) se cite a un filósofo árabe del siglo XI, Al Gazali abu Hamid Mohammed, y se diga que “algunas de sus argumentaciones parecen haber sido retomadas por San Agustín”. Debía ser adivino, el de Hipona, si consideramos que había vivido setecientos años antes. Por último, se refiere a los profesores de la Universidad de Colonia que presuntamente apoyaron la obra, no como colectivo de teólogos, sino de la Facultad de Tecnología. Notable adelanto alemán.
Algunos autores dicen, para acabar de arreglarlo, que la Facultad, rechazó la obra. Realmente tuvo mucha oposición, tanto que en España ni se publicó, nuestros numerosos inquisidores la consideraban una estupidez; aún hoy Amazon la ofrece en varios idiomas, pero no tiene versión castellana. Cuentan que Kramer y Sprenger solucionaron el tema por un procedimiento diabólicamente infalible, acudieron a Arnold Kolich von Eusskirchen, al parecer notario falsario, que dio por buenos los testimonios escritos de nueve profesores y una carta del emperador Maximiliano para permitir que se publicara el texto que más daño a hecho a las mujeres en siglos.
En tiempos de turbulencias es bueno que escuchemos a quienes piensan. Cicerón: “Si dejáis entrar en vuestra casa la superstición, os perseguirá por todas partes y no os dejará un momento de descanso”.