Hay quien dice que esta pandemia nos va a hacer mejores, que la dureza vivida, la incertidumbre, el dolor, y todo lo que ocurrió y sigue ocurriendo, va a transformarnos y volvernos mejores personas.
Es más, se dice que este planeta no va a ser igual, que esta humanidad está recibiendo una gran y dura lección y ello va a cambiar muchas cosas para el futuro próximo.
Sin embargo, si analizamos con frialdad los acontecimientos que están sucediendo en la llamada desescalada, el comportamiento de las personas, su frivolidad, su exigencia de algo que ellos llaman “libertad”, los intereses de los partidos políticos, etc. nos tememos que nada ha cambiado, que todo continúa igual, solo que más exacerbado, como si el confinamiento hubiera servido a algunos para “calentar” motores y, una vez abiertas las puertas, se lanzarán a tumba abierta.
En todo este tiempo que llevamos de pandemia, los “buenos” fueron buenos y los “malos” fueron malos.
Hemos visto a personas darlo todo, incluso su vida, por ayudar a los demás. Hemos visto desapego, empatía, entrega hasta la extenuación, auténtica hermandad, verdadero sentido de humanidad. Pero también hemos visto a personas aprovecharse de la situación para hacer negocio, negar su ayuda a los necesitados, proponer el abandono de los más mayores a su suerte, mentir, inventarse noticias falsas que podían causar mucho daño, realizar ataques cibernéticos a hospitales que, además, se encontraban colapsados de enfermos.
Hemos visto, en fin, lo mejor y lo peor del ser humano. Pero eso ya estaba dentro, ya formaba parte de la naturaleza de cada uno y, simplemente, se manifestó de una y otra forma cuando las circunstancias fueron extremas. No podía ser de otra forma.
¿Quiere esto decir que nada ha cambiado? Pues sí, generalmente sí, y eso lo iremos comprobando poco a poco, porque para que podamos pensar o soñar con un mundo mejor, nos falta mucho más dolor por vivir, mucha más dureza, para que el ser humano comprenda de una vez por todas que este planeta no le pertenece, que es de todos y nadie en particular. La Tierra no es el cortijo de nadie, por muy poderoso que se crea.
La humanidad es un adolescente que solo piensa en pasárselo bien, que solo persigue esa estúpida palabra, felicidad, creada e impuesta por aquellos que se alimentan y engordan con la “sangre” de los demás.
A lo mejor, tenemos que pensar que este virus vino a mostrarnos la cruda realidad, a dejarnos en evidencia y a someternos a un “examen” en el que se evaluará todo lo que creemos que somos, en el que quedaran a la luz nuestras vergüenzas, nuestras hipocresías y, sobre todo, la falta de unidad de la especie humana.
Todavía no conocemos el alcance, en cifras de muertos, de esta pandemia, porque aun no ha terminado y porque se nos ocultan datos, en todo el mundo.
Además, los más acertados son aquellos que dicen que este virus vino para quedarse, lo que significa que tenemos que aprender a vivir con él, con un “enemigo” letal, invisible y al que no se le puede dar tregua.
Pero ¿está la humanidad preparada para eso? Por supuesto que no.
La humanidad es un adolescente que solo piensa en pasárselo bien, que solo persigue esa estúpida palabra, felicidad, creada e impuesta por aquellos que se alimentan y engordan con la “sangre” de los demás.
La felicidad hace que seamos esclavos de los creadores de esta colosal mentira y que lo demos todo por conseguirla. Nos convierte en borregos, en zombis.
Pero… ¿qué significa ser feliz? Muy sencillo, cerrar los ojos al hecho de que tres cuartas partes de la humanidad se mueren de hambre, de enfermedades fácilmente curables, en guerras creadas por los que solo buscan poder. Querer ser feliz es ser egoísta y, sobre todo, un poco idiota, porque es perseguir un sueño imposible, ilusorio.
Por eso, este virus está aquí porque ha sido invitado para comenzar a poner orden en este caos absurdo y sin sentido, para recuperar el verdadero sentido de la Vida.
Por eso, este virus se queda con nosotros y nos va a obligar a repensar nuestras vidas, a preguntarnos quienes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Estamos comprobando que en momentos duros como los que vivimos, ponemos nuestra esperanza en los mismos científicos que nos están advirtiendo de cosas mucho más terribles que están a punto de suceder, pero que no escuchamos, no les hacemos caso.
Y este es solo el principio, porque más allá de las creencias, religiones, filosofías y formas de pensar, existe una parte inmensa de humanidad que, desde su soledad, desde su olvido por el resto, desde su sufrimiento, está gritando justicia, está gritando compasión, está gritando “basta ya”, y seguro que “alguien” está recogiendo su llamada y está poniendo en marcha el “final de estos tiempos”.
Si tenemos el valor de mirar hacia el planeta en su conjunto, hacia la Madre Tierra como ser vivo, veremos que algo muy gordo está en marcha, algo en lo que el virus es sólo una pieza más.
Se dice que cuando pase esto vamos a ser mejores, pero no será así. Los que ya eran mejores serán aun “más mejores”, y los que eran peores serán “más peores”.
Se trata de ampliar la brecha entre unos y otros. Se trata de potenciar el bien y de quitar poder al mal. Se trata de poner a la humanidad en su sitio, aunque ello suponga una “limpieza”, sobre todo entre aquellos que se creen los amos del mundo.
Eso ya está ocurriendo y poco a poco irá acentuándose más, porque nada ha terminado, el virus sigue aquí, por todas partes, y otros vendrán para ponernos a prueba, y otras cosas sucederán que están anunciadas desde los tiempos remotos.
Necesitamos grandes dosis de humildad y también grandes cantidades de amor. Es la única forma de superar el “desierto” que nos queda por cruzar.
Seguro que habrá quien tache estas palabras de fatalismo, pero ¿acaso no es verdad que nadie esperaba lo que está sucediendo? ¿Acaso no es verdad que nuestra forma de vida nos incapacita para estar preparados para lo que venga? Por supuesto que es cierto. Quedó muy claro con esta pandemia. La prioridad de los gobiernos mundiales no es proteger la vida de los ciudadanos.
Deberíamos entender de una vez por todas que mucho más de lo que aquí se menciona, muchos más acontecimientos catastróficos futuros, están siendo anunciados por los científicos de todo el mundo. Bueno, menos por aquellos que han sido comprados por los gobiernos o por las multinacionales.
Y estamos comprobando que en momentos duros como los que vivimos, ponemos nuestra esperanza en los mismos científicos que nos están advirtiendo de cosas mucho más terribles que están a punto de suceder, pero que no escuchamos, no les hacemos caso.
Pero esto no es ser fatalista, sino realista, y ello permite que estén despiertos los sentidos, que podamos mirar de frente la realidad y prepararnos para el gran cambio, físico y espiritual.
La prioridad de los gobiernos mundiales no es proteger la vida de los ciudadanos.
Somos seres humanos, habitantes de un planeta que se nos “prestó” para que evolucionáramos en él. Somos átomos de un inmenso universo y, de momento, ignorantes de la Verdad.
Necesitamos grandes dosis de humildad y también grandes cantidades de amor. Es la única forma de superar el “desierto” que nos queda por cruzar.
Somos poca cosa, pero tenemos mucho potencial. Solo si somos inteligentes y estamos unidos podemos pensar en un mundo mejor.