La distancia a la que nos autosometemos es un abismo salvable solo mediante el conocimiento y la implicación personal. La misma aumenta significativamente en un momento en el que el sector primario de toda Europa atasca con tractores cuantas vías le parece necesarias.
Desde los sofás y mesas de lo que pretenden ser tertulias matutinas en televisión (que son más mierda que el propio cucho) se agita la opinión pública donde vuelve la burra al mismo trigo: “no sé a qué viene tanta protesta del campo”, “la culpa de los inmigrantes”, “voy a comprar aguacates de X país porque tiene más vitaminas” y otras tantas saetas borreguiles que bien se afanan en abastecer los medios de comunicación de un país al que más le valía aplicar el pensamiento crítico y dejarse de abaratar su opinión, rancia ya de por sí.
Este olor a sobaquina de metro y ‘take a way’ que desprende cada una de las directrices provenientes de Europa y/o MadriZ […]
Creemos que la realidad es lo que ocurre a través de una pantalla y parece que no importa hace cuantos siglos del mito de la caverna, pues no hemos mejorado. Además, nos empeñamos en mantener la atención en la frivolidad de las sombras con tan solo adaptar el formato.
Este olor a sobaquina de metro y take a way que desprende cada una de las directrices provenientes de Europa y/o MadriZ, son la brillante aberración de quien no tiene ni puta idea de lo que aprietan las lumbares al tirar de fesoria, el costo del combustible para la maquinaria y la vergüenza de quedarse mirando para la palma de la mano con los cuatro céntimos que reciben por cada kilo de patatas arrancadas de la tierra (entre otros muchos factores).
[…] habría que cambiar el sistema de abastecimiento, regular precios, emitir leyes proteccionistas, saltarse intermediarios y educar a la población […]
Mientras los argumentarios se enmohecen de boca en boca con ese ya mítico “¡pues anda que no reciben ayudas!”, la vida en el campo se ve atropellada por una sociedad tan desvinculada del origen de sus alimentos que asume, inconscientemente y sin pretensiones de tomar conciencia, que todos ellos nacen en las estanterías del supermercado o en los furgones de Amazon.
Para revertir esta situación habría que cambiar el sistema de abastecimiento, regular precios, emitir leyes proteccionistas, saltarse intermediarios y educar a la población sobre la importancia de ser muy estrictos y críticos con lo que consume y, para eso, hace falta tiempo, recursos, esfuerzos y, sobre todo, ganas. Ni los gobiernos ni las empresas quieren y los productores no tienen ganas, la mezcla perfecta para que todo continúe prostituido.
Solo espero que llegue el desabastecimiento real, no el que venden los perioditicuchos de cualquier país de la Unión, y veamos la verdadera necesidad de prestar atención al campo para comprender sus necesidades, sus verdades y potenciar sus virtudes a fin de que todos, del productor al consumidor, tengamos la calidad que merecemos, no la que nos están metiendo.