Demuestran cada día que la tradición puede enriquecerse gracias a la fusión de culturas. Con Hyottoko, Jorge Román Toquero (cuchillero vallisoletano) y Keiko Shimizu (artesana japonesa de forja artística) han cogido el relevo de la artesanía de navajas en la localidad de Santa Eulalia de Oscos.
En Santalla, una pequeña aldea del Valle de Los Oscos ubicada en el occidente asturiano, es habitual escuchar el golpeteo del martillo sobre el acero. Allí la vida transcurre de forma tranquila, amparada por una naturaleza exuberante propia de una Reserva de la Biosfera y rodeada por los sonidos típicos del campo asturiano. En este enclave, que llegó a tener una importante industria metalúrgica con más de ochenta casas dedicadas al sector, hoy apenas queda quien siga la tradición, pero Jorge y Keiko son una de las excepciones que confirman la regla.
Jorge se instaló en Taramundi para aprender la técnica de elaboración. “En el año 2000 me enteré que estaba proyectada una escuela taller sobre cuchillería allí, me interesaba y me vine desde Valladolid a probar suerte y solicitar entrar. Me apunté y me cogieron. A partir de ahí monté un taller en ese pueblo, donde estuve siete años. Después, ya con Keiko, nos trasladamos a Santalla”.
Jorge elabora navajas y cuchillos usando técnicas tradicionales asturianas, pero también con un punto de innovación al incorporar en ocasiones acero y técnicas japonesas milenarias.
Keiko hizo su primer viaje a España en 2005. Su primera parada fue en Oviedo donde conoció el Prerrománico, aunque el mayor impacto lo recibió del paisaje y los pueblos asturianos. Apasionada del arte rupestre se informó de las cuevas que podría visitar y quiso aprender español de forma intensiva en tres meses. En una de sus paradas llegó a Taramundi y conoció a un maestro cuchillero que la invitó a aprender su oficio. “Creo que él lo dijo por decir algo, pero yo me lo tomé en serio y seis meses después vine y pedí un curso particular sobre cómo hacer navajas -explica la japonesa-. Durante el curso, Carlos Quintana me iba contando historias de esta zona y de la forma de vida tradicional, de cómo por ejemplo, comía toda la familia junta. Yo repetí la visita más veces para seguir aprendiendo sobre las navajas”.
El destino que unió a Jorge y Keiko llegó bajo el paraguas de las navajas de Taramundi, donde se conocieron. “Mi padre dijo que, para casarnos, él tenía que aprender una cultura japonesa y elegimos la cuchillería. Hicimos dos exposiciones de navajas en Japón fusionando técnica asturiana y técnica japonesa. Le pedí a Jorge que les pusiera el nombre y salió ‘La tradición traspasa las fronteras’. La frase nos gustó mucho y seguimos con ella”.
“En Japón hacen bastante hincapié en las terminaciones de los trabajos y las líneas son más sencillas, menos recargadas, y eso es lo que intenté absorber de esa cultura”
(Jorge Toquero, artesano)
Ahora Jorge elabora navajas y cuchillos usando técnicas tradicionales asturianas, pero también con un punto de innovación al incorporar en ocasiones acero y técnicas japonesas milenarias. “A través de Keiko conocí a un ingeniero industrial que había recopilado muchos conocimientos sobre técnicas tradicionales y tenía mucho interés en traspasar esa información que allí también se estaba perdiendo”, explica el vallisoletano.
De lo aprendido en el país nipón resalta los acabados, “allí hacen bastante hincapié en las terminaciones de los trabajos y las líneas son más sencillas, menos recargadas y eso es lo que intenté absorber de esa cultura. Yo empecé con la navaja asturiana, una navaja sencilla, aunque hay gente que la ha elevado a un nivel superior con decoraciones e incrustaciones de plata. Aun así, los japoneses juegan en otra liga”.
Algunas de las navajas que crea el artesano vallisoletano pueden llevar hasta tres días de trabajo, especialmente cuando se hacen con hierro antiguo -de más de 100 años-.
Con el tiempo y la experiencia aprendida, Jorge ha conseguido encontrar puntos en común entre el suroccidente asturiano y la sabiduría japonesa, descubriendo que al final y a pesar de la distancia “desde sitios muy diferentes se buscan las mismas soluciones. Hay ciertas cosas en común, como el martillo tradicional japonés que es parecido al que se usaba en esta zona y que, al igual que aquí, sólo se utilizaba para cuchillería”.
En el taller de Santalla cada artesano tiene su propia zona de trabajo, incluso Ayako, la hija de ambos y experta en origami, tiene la suya, y como buena hija de artesanos apunta maneras en el arte de las manufacturas. “Sólo tiene 11 años, pero no para de hacer cosas, siempre está con papeles, tijeras y pegamentos”, añade su madre.
En la zona reservada para Keiko encontramos, entre otras cosas, figuras de animales prehistóricos que evidencian su interés por el pasado del planeta. “Me gusta buscar cosas primitivas, todos nosotros somos una parte de la historia y a mí, representar o transmitir este tipo de figuras rupestres me permite entrar en el túnel del tiempo. Hacen que me sienta más libre de los pensamientos diarios porque, al final, cuando hay algún problema sólo miramos el momento presente”.
“Todos nosotros somos una parte de la historia y a mí, representar o transmitir figuras rupestres me permite entrar en el túnel del tiempo”
(Keiko Shimizu, artesana)
Otra de las habituales creaciones de forja artística de esta artesana son los utensilios para comer, por eso en el taller encontramos todo tipo de cucharas. Las hay largas, perfectas para los tarros de miel, salsas o los cócteles, o de menor tamaño, pero todas con un punto diferenciador y a menudo sonrientes o con forma de corazón.
La nipona lleva 13 años viviendo en Asturias y valora de forma especial estar en una zona rural en la que todo está cerca y donde las personas tienen valores bastante similares. “Aquí tenemos el taller y la tienda al lado de casa, también la huerta; el colegio está muy cerca y nuestra hija puede ver cada día lo que hacemos, en qué trabajamos, lo que cultivamos… es como hacer un estudio de muchas cosas”.
“Aquí en Santalla tenemos el taller y la tienda al lado de casa, también la huerta; el colegio está muy cerca y nuestra hija puede ver cada día lo que hacemos, en qué trabajamos, lo que cultivamos… es como hacer un estudio de muchas cosas”
(Keiko Shimizu)
Su espíritu inquieto es lo que ha llevado a esta artesana a conocer mundo y establecerse tan lejos. Podría haberse quedado en el país del sol naciente desarrollando su arte cómodamente en el taller de su padre, también del gremio del metal, pero la necesidad de aventura era mayor. “Soy inmigrante, y aunque mis padres nacieron en Tokio, mis abuelos emigraron a esta ciudad desde otros lugares. Cada uno fue buscando su vida, su sitio, y yo no tengo raíz en un lugar de mis antepasados, por eso quise encontrar el mío y vine aquí”.
Jorge tampoco entendería la vida fuera de un núcleo pequeño. Se marchó de un pueblo de Valladolid al ver cómo iba aumentando su población y cómo poco a poco iba siendo absorbido por la capital, “yo quería seguir disfrutando de la naturaleza y seguir viviendo en un pueblo”.
La vida para una pareja de artesanos no siempre es fácil porque como explica Keiko: “nunca hay cosas fijas y no podemos dejar de trabajar, es como conducir una bicicleta que no puedes dejar de pedalear. Pero muchas veces, cuando estamos entrando en crisis aparece un siguiente trabajo que viene a nuestro rescate”.
Afortunadamente, los artesanos de Santalla se han hecho su propio hueco en el mercado “antes salíamos mucho a ferias -comenta Jorge- ahora ya no hace falta porque las redes han ayudado muchísimo y lo vendemos todo a través de Internet. Hemos conseguido acceder a un tipo de mercado más de coleccionistas o de gente que quiere tener un detalle exclusivo regalando navajas o cuchillos. Y como cada vez queda menos gente que lo haga a mano, los que quedamos tenemos demanda. No ha sido fácil porque la navaja que se hace en esta zona suele ser una navaja sencilla, más utilitaria, y claro, lo que pides por un trabajo con procesos más largos y con un buen acabado hay gente que no lo termina de entender”.
En el espacio de Jorge es posible encontrar acero carbono japonés, todo tipo de maderas nobles e incluso astas de ciervo. Algunas de las navajas que crea este artesano pueden llevar hasta tres días de trabajo, especialmente cuando se hacen con hierro antiguo -de más de 100 años-. “Este tipo de hierro lo encuentro en España y tengo que trabajarlo más que el japonés. Tengo que caldearlo muchas veces, porque es un material que tiene burbujas y hay que compactarlo a base de golpes. Se machaca, se extiende, se pliega y todo ese proceso que se hace con alta temperatura se repite unas 10 o 15 veces”.
“Te pueden enseñar a hacer navajas, pero a la hora de ponerlo en práctica hay una parte que es intuitiva y en la que tienes que estar con los cinco sentidos. La conexión con los elementos, con el fuego y el aire, es lo que lo hace tan atractivo” (Jorge Toquero)
Con serenidad y con las palabras justas, el vallisoletano explica qué es lo que le enamora de esta profesión, que, aunque incierta, transcurre a fuego lento como la vida en Santalla. “Te pueden enseñar a hacer navajas, pero a la hora de ponerlo en práctica hay una parte que es intuitiva y en la que tienes que estar con los cinco sentidos porque utilizamos hornos, medimos temperaturas… La conexión con los elementos, con el fuego y el aire, es lo que lo hace tan atractivo, y por supuesto que no hay límite, esto te anima a no perder la ilusión”.
El significado del término japonés Hyotokko es ‘hombre de fuego’ (Hy-hombre, Ottoko-fuego). Y si algo destaca de este taller de artesanía es el aprendizaje y la búsqueda de una excelencia que no distingue fronteras. En términos nipones podría decirse que los pasos de este artesano afincado en Asturias apuntan al de un auténtico Shokunin (artesano japonés que dedica su vida a ser maestro en una técnica u oficio), algo de lo que sin duda es para estar humildemente orgullosos.