Una neglicencia médica estuvo a punto de causarle la muerte, pero salió adelante victoriosa y con la necesidad de reorientar su vida. No estaba dispuesta a desaprovechar una segunda oportunidad y se lanzó de cabeza a cumplir sus sueños. Sorprendió al mundo viajando sola hasta la India, atravesando territorio iraní a lomos de su querida moto. Pero no ha sido la única hazaña realizada, ni será la última de esta viajera. Hace apenas unos días pudimos despedirla en la que será otra de sus aventuras en solitario.
Su nombre completo es María Elsi Ribeiro, aunque es muy conocida en ambientes moteros como Elsi Rider o María Elsi. Su apellido delata sus raíces gallegas, pero para ella no existen fronteras. Nació en León y desde hace varios años reside en Asturias, pero en realidad su hogar es el mundo.
El pasado 29 de marzo partió en su moto rumbo a la península arábiga acompañada solamente por AKITIL, un muñeco que será su compañero de experiencias durante los cerca de 20.000 kilómetros. “Será a mi regreso, ya en Asturias, cuando desvelaré el verdadero mensaje de este nuevo viaje, un mensaje que no dejará indiferente a nadie y que podéis intuir a medida que sigáis mis etapas en las diferentes redes sociales”.
-¿Qué fue lo que viviste, lo que te condujo a transformar totalmente tu vida?
-Un buen día fui a hacerme una prueba médica y una negligencia terminó conmigo en la UCI de un hospital. Tuve una septicemia muy grave de las que solo se salva un 1% de la población. Me desperté en la UCI totalmente monitorizada (menos el corazón se me paró todo). Físicamente me recuperé, pero psicológicamente fue muy duro; estuve como tres o cuatro años muy tocada.
Aquello fue terrible, creo que lloré todos los días hasta que un día me dije “María, si la vida te ha dado una segunda oportunidad es para que la aproveches, deja ya de llorar y ponte a hacer esas cosas que querías hacer”.
Siempre dije que quería ir a la India en moto; y es lo que hice y para mí fue un viaje SANADOR, un viaje para dejar el dolor atrás. En cada kilómetro fui derrochando las lágrimas que tenía dentro. Recuerdo que en Irán se me acercó una chica y me preguntó qué me pasaba; yo no me daba cuenta, simplemente es que estaba llorando. Este viaje significó volver a coger las riendas de mi vida en la estrecha línea que hay entre seguir cuerda o volverme loca. El viaje engancha, y la prueba es que luego vino un segundo, un tercero y ahora ya un cuarto.
“Estamos manipulados por las ideas que nos quieren transmitir determinadas personas, países o políticos pero luego, en el terreno, te das cuenta que las cosas son muy diferentes”
-¿Has hecho del viajar tu forma de vida?
-No me dedico a esto, pero me paso todo el año ahorrando y privándome de muchísimas cosas para esto porque he descubierto que es la mejor inversión que puedo hacer en la vida. Estos viajes me enriquecen, me dan paz y me ayudan a entender muchas cosas y a ver el mundo de una forma totalmente diferente.
-¿Por qué fuiste sola a la India?
-En primer lugar porque necesitaba estar conmigo misma y en segundo, porque es un viaje muy largo y no todo el mundo está dispuesto a recorrer 18.000 km hasta la India. Si hubiera aparecido otra persona que quisiera acompañarme posiblemente le hubiera dicho que no, porque era mi viaje y necesitaba curar las heridas del corazón de todo aquello que me había pasado. Sí es cierto que hubo una persona de aquí de Asturias, mi pareja, que tenía muchas ganas de conocer ese país, y cuando yo llegué allí él cogió un vuelo a Nueva Delhi, estuvo recorriendo conmigo el Rajastán y luego se volvió otra vez para acá.
He hecho algunos viajes acompañada, como cuando fui al Cáucaso, pero el resto, como el del año pasado que recorrí 15.000 kilómetros y estuve por Uzbekistán, Kazajistán, Rusia, Moldavia y Bulgaria los hice sola. Me gusta hacerlo así porque de esta forma se interactúa mucho más con la gente que te encuentras, te involucras en su día a día, es algo que se produce de forma natural. La gente se acerca a ti, te pregunta, se interesa por la razón que te lleva a hacer ese viaje y es algo muy enriquecedor.
-En tu cuaderno de bitácora mencionas la cantidad de ideas preconcebidas que tenemos de algunos países como, por ejemplo, Irán. ¿Qué te has ido encontrando?
-Pues sobre todo gente buena. Esa idea de que todo el mundo es malo es equivocada, porque siempre aparece un ser humano que te echa una mano. En Irán fue tremendo porque allí las motos de alta cilindrada están prohibidas, y de aquella, las mujeres empezaban a conducir coches pero no podían llevar motos. La gente me decía que estaba loca, que me iban a meter en la cárcel, que me darían latigazos, y cuando llegué allí me encontré a una gente tranquila, nada violenta.
Esa imagen que tenemos de Irán terrorista no la encontré por ningún lado. Los iranís cuando me veían aparcada me preguntaban si necesitaba ayuda y me daban la bienvenida, fue una experiencia maravillosa. Estamos manipulados por las ideas que nos quieren transmitir determinadas personas, países o políticos pero luego las cosas son muy diferentes. En el terreno te vas dando cuenta de que las cosas no son como nos las cuentan, y si algo puedo resaltar es la gente. En momentos muy complicados siempre hubo personas que me han tendido su mano y me han ayudado. Eso es maravilloso porque es la esencia del ser humano.
-¿Tuviste que vencer el miedo en tus primeros viajes en solitario?
-Tengo que ser muy sincera y, curiosamente, en el primer viaje es en el que menos miedo he tenido de todos, ni siquiera me lo planteaba. Cuando voy a las charlas la pregunta del millón es “¿No tienes miedo a viajar sola?”. Pero no puedo dar otra respuesta, porque cuando has muerto y has resucitado la palabra miedo en tu vida ya no entra. Teniendo en cuenta que casi me muero a veinte minutos de mi casa, esa palabra pierde un poco el sentido, te vuelves más práctica.
-¿Eres de las que planeas los viajes al detalle?
-Sí, al igual que creo que se debe hacer en todas las cosas de la vida, está la prudencia, hacer las cosas bien e informarse para evitar zonas peligrosas. Para preparar el viaje a Irán solicité una entrevista con el embajador para preguntarle por todos los detalles. Procuro adelantarme en todo lo que se puede pero luego está el sentido de la improvisación, tienes que ir sobre la marcha salvando ciertas cosas, como dónde dormir cuando no hay hoteles.
Por otro lado, soy una persona muy prudente con la moto, cuando voy conduciendo no me gusta correr, y eso también me ha permitido hacer este tipo de viajes y no tener ningún tipo de percance hasta la fecha.
-¿Con la experiencia has incrementado tus capacidades?
-Sí, sobre todo lo que se desarrolla es el sentido de la intuición, es una cosa que no falla. Cuando el GPS no funciona y no tienes muy claras las coordenadas, te salta siempre ese sentido de la intuición. Es una capacidad que tenemos los seres humanos, que valoramos muy poco pero que nos saca de muchos apuros.
-Hablabas antes de países como Irán o Turquía, ¿cómo fue la reacción de hombres y mujeres al verte conduciendo una moto?
-De entrada, sorprendente. Cuando llegué a la frontera de Irán me paró un militar con la metralleta en la mano y me preguntó que dónde estaba el resto de la gente. Le respondí que estaba yo sola, y al oír la voz de una mujer saliendo del casco se quedó sorprendido y me preguntó por mi marido. Le dije que viajaba sola pero él insistía “sí, sí, pero ¿tu marido tendrá que venir contigo?”. Durante las dos horas que estuve allí en la frontera, a cada paso que daba tenía a veinte hombres a mi alrededor, cada funcionario que venía me preguntaba por mi marido, alguno incluso me preguntó por la autorización de mi esposo para viajar y yo les contesté “es que en Europa nos dejan viajar solas”.
El año que yo fui, las mujeres iraníes empezaban a conducir y recuerdo que cuando iba por la carretera y veían que encima de aquella moto tan grande iba una mujer, todas sacaban las manos por las ventanillas y me hacían el símbolo de la victoria. ¡Aquello era tan bonito! Cada vez que lo recuerdo se me ponen los pelos de punta.
-En 2017 te planteaste el reto de unir el Cantábrico, el Caspio y el Mar Negro. ¿Cómo fue la experiencia?
-Muy buena. Cumplí mi sueño y el de Berto, mi pareja, ya que él nunca había tenido un mes de vacaciones y aquel año hizo lo imposible para conseguirlo. Fue muy bonito, porque lo que intentaba plasmar en aquel recorrido es que al final los que realmente separamos el mundo somos los hombres. Recogimos arena del mar Cantábrico y la fuimos distribuyendo por esos mares, y a su vez trajimos arena de esos mares y la volcamos en el Cantábrico como símbolo de que la naturaleza está unida, y a veces no hay mayor problema que el propio ser humano.
-El viaje de la India fue una experiencia sanadora, ¿qué te han aportado el resto de viajes?
-Siempre digo que todo el mundo debería de hacer un viaje de estos una vez en su vida porque te dan flexibilidad mental y una forma de ver el mundo que nada tiene que ver con la zona de confort que nos rodea habitualmente. Te enseñan a no prejuzgar nada, a llegar como una mera observadora, a adaptarte, a dejarte llevar por lo que está pasando… Tu mente se abre tanto al mundo que dejas de tener todo tipo de prejuicios. Yo respeto todo, pero huyo de los viajes organizados porque te pierdes muchas cosas.
“La gente me decía que estaba loca, que en Irán me iban a meter en la cárcel, que me darían latigazos, y cuando llegué allí me encontré con una gente tranquila, nada violenta”
-¿Cual fue la situación más impactante que viviste en este sentido?
-Nunca se me olvidará una experiencia que viví de regreso de la India. Estaba en las faldas del monte Ararat con una nevada tremenda y a -13ºC, me había caído de la moto y estaba muerta de frío. Después de que algunas personas se rieran de mí se me acercó un hombre -que si lo hubiese visto aquí me hubiera cambiado de acera porque pensaría que era un talibán-, me ayudó a levantar la moto y me dijo que nos fuéramos a tomar un té. Le respondí que yo lo que quería era ir a un hotel porque estaba cansada y muerta de frío. Él insistió y de repente se planta delante de un cuarto oscuro, de unos ocho metros cuadrados, y lleno de hombres. Yo no sabía qué hacer, pero él seguía haciendo el gesto de que entrara, así que al final lo hice pensando “A ver qué pasa”. Me acercaron a una estufa de leña, me dieron un té, y del frío y el estado de tensión que tenía por las caídas en la moto, la taza se me escurrió entre las manos y empecé a llorar como una niña. El hombre que me acompañaba me hablaba como un abuelín, y levantaba la mano como diciendo “como sigas llorando, te doy, ¿eh?”.
Así que algo que empezó con extrañeza y con la idea de “no quiero que me ayudes porque pareces un talibán y a ver qué me vas a hacer”, pues fue todo lo contrario.
Y para que veas cómo es la mentalidad europea, cuando llegué al hotel no encontraba el móvil y lo primero que pensé fue “estos me ayudaron para robarme el móvil”. Después de estar buscándolo por las calles por las que había estado, me di cuenta que el teléfono lo había cambiando de bolso y por eso no lo encontraba. Me miré a mí misma en el espejo y me dije “qué mentalidad tan retorcida tenemos los europeos”.
-¿Cuál será tu próxima aventura?
-Me voy a la península arábiga el día 29 de marzo, recorreré toda Europa y volveré a pasar por Irán pero esta vez iré más cerca de la frontera con Irak. Quiero visitar la isla de Qeshm, que es la gran desconocida incluso para los propios iranís. Y de ahí dar el salto a la península arábiga, mi intención es entrar por Omán, y una vez allí ver si me conceden el visado para entrar o no. Si lo consigo, lo que quiero es recorrer todo Omán, conocido como “El gran secreto de Arabia” porque por lo visto es un país maravilloso y por eso mi viaje se titula así. Luego quiero bajar a la zona de Salalah, donde hay una frontera que posiblemente me dé acceso a entrar a una parte de Arabia Saudí.
Es un viaje de entre 18.000 y 20.000 km, me llevará un montón de meses y también iré sola. Está todo preparado aunque siempre hay que dejar margen a la improvisación porque en los desiertos a veces no hay donde dormir y tienes que plantar tu tienda de campaña.
Un ejemplo de superación y fortaleza … De vivir el aquí y el ahora ,xq mañana no sabemos q pasará …
El pasado mes de marzo entrevistamos a la aventurera Elsi Rider, y así pudimos conocer a una valiente mujer que recorre el mundo realizando viajes en su moto. Nos contó entonces que el próximo reto era viajar a la Península Arábiga y que a la vuelta nos contaría cómo transcurrió su nueva aventura. Lo prometido es deuda y Elsi nos envía un pequeño resumen de sus días en territorio turco, iraní y en la Península Arábiga. Como en otras ocasiones el viaje lo realizó en solitario, sorteando las muchas dificultades que se encontró en el camino.
Desde la guerra hasta Arabia en solitario con mi moto
La guerra, la represión iraní, convivir con mujeres cuyos rostro borran unas impuestas máscaras. Familias con la que conviví, un complicado regreso, pero una mochila repleta de felicidad, vivencias, tolerancia y un poco más sabia.
La guerra
El pasado 29 marzo de este año iniciaba el IV gran viaje en solitario por Asia con mi moto; esta vez el destino era desde Asturias (España), hacia la Península Arábiga. 15.000 kms, donde pasé varios días al lado de la guerra, conviviendo con refugiados sirios y escuchando tiros ante la aparente normalidad a escasos 8 kilómetros en territorio turco.
Tras atravesar Europa, y conociendo ya el norte y centro de Turquía, esta vez quería realizar el recorrido por el sur de este país, salpicado a medida que te acercas a las zonas calientes de Siria por campos de refugiados desperdigados por todo el territorio.
Una de las noches, me desperté por el ruido de lo que “parecían petardos”, pero eran tiros. Un turco tomaba su té tranquilamente y con gestos me indicó “pum pum pum sirios”. ¡Al lado vidas humanas se esfumaban mientras aquí reinaba una relativa tranquilidad!. El sur de Turquía está literalmente blindado por tanques cada pocos kilómetros lo que me obligó a coger una carretera de montaña, donde terminé metida en territorio de terroristas y tras una veintena de controles militares, en el último me explican la situación, “por donde había pasado”y las fotos de los terroristas abatidos con un tiro en la cabeza allí mismo, en la garita donde estaba hablando con ellos.
Irán y su represión
Irán tampoco fue fácil, “las tuercas se han apretado más” y los derechos se han recortado mucho, sobre todo los de las mujeres. Tras tres días en la frontera y con una autorización especial de la policía conseguí con un transporte de mercancias en tránsito atravesar el país. Las motos de alta cilindrada ahora están prohibidas.
Aunque, mi opinión y por lo que me comentó un funcionaria del país con la que cogí cierta amistad, es que ya no quieren más viajeros en solitario. Prefieren turistas que lleguen en avión, donde todo se dulcifica y así la población no tiene contacto directo con la gente extranjera y los extranjeros tampoco nos enteramos de lo que está sucediendo el país, que desde mi punto de vista, es un paso de gigante hacia atrás.
Península Arábiga y la isla de las mujeres con máscaras
A final había conseguido llegar a la Península Arábiga, donde tras recorrer todos los países excepto Arabia Saudí, donde por mi condición de mujer me negaron la entrada, pude conocer una cultura absolutamente diferente. Conviví con familias donde el hombre tenía cuatro mujeres. Lloré en la isla de Masirah con las máscaras que borran el rostro de las mujeres y conocí el gran desierto de Arabia, inmenso, de extrema belleza y
muy duro.
El complicado regreso. Dormir en mezquitas
Conseguí un salvoconducto a la vuelta para atravesar Irán con mi moto, dos días me dieron para atravesar 2.130 kms, en un país con la tasa de siniestralidad por accidentes más alta del planeta. Conduje de día y de noche. En Irán conducen muy rápido y muy mal, por la noche todo el mundo va con las largas puestas y los camiones sobre todo, los camiones llevan un montón de luces que me cegaban y echaban de la carretera
constantemente. Dormía en mezquitas para no perder mucho tiempo, mi salvoconducto expiraba en breve y no había tiempo que perder.
A la llegada de Irán, en la frontera turca de Dogubayazabit, me escanean la moto, la policía turca, en tono chulesco, se burla de mí, me revisan todo el equipaje. Ante mi queja por solicitar una mujer para que toque mi ropa íntima la situación se complica y me hicieron desmontar la moto entera.
Con una fiebre de 39 grados que acarreaba, inicio regreso tras siete día de intensa lluvia y obligada a pasar un día metida en un hotel para intentar bajar un poco la temperatura.
En el campo base
Ahora, desde la comodidad de mi casa, “campo base” y con todos los regalos que me han ido haciendo en el camino, solo me queda recordar todos los momentos vividos en este intenso viaje. Los malos pero también los buenos que fueron la mayoría. Con un montón de experiencias vitales que han llenado mi mochila viajera con otras nuevas culturas, encuentros, familias, gentes, lugares maravillosos. Y con el mejor regalo de todos “el haber vivido otra experiencia más que contar cuando sea viejecilla, otra cosa de la que no arrepentirme por no haberla hecho”.