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lunes 2, diciembre 2024

Lubna enseña a Nel a jugar al cascayu

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En el Parque Pavía de Aranjuez, refugiándose del sol que aún castiga pese a que la tarde está avanzada, al pequeño Nel le resultan familiares esos cuadrados y el semicírculo dibujados en el suelo, con los números pintados en su interior. Los ha visto otras veces en Oviedo y en otras ciudades –países, según su divertido código lingüístico- y sabe que representan un juego, pero ignora sus reglas y ya ha aprendido que es más divertido conocer la técnica para superar el reto.
Lubna, un poco mayor que Nel, aparece allí para instruirle. Se separa momentáneamente de su grupo de amigas y, a su manera y de forma práctica, trata de enseñar a su hermano pequeño en su lengua materna y a Nel a jugar a la sharita, que es como se denomina en árabe a la rayuela (nuestro cascayu). Lo consigue pronto, porque Lubna se explica perfectamente, también en español; Nel aprende a toda velocidad y, aunque la agilidad no es -de momento- su fuerte, a los dos minutos ya está saltando a la pata coja de una a otra casilla para recoger la piedriquina. Lubna es hermosa, recia, un poco asilvestrada y tiene carácter, se nota desde el principio. Se diría que no tiene que desembarazarse de la sobreprotección familiar con la que importunamos habitualmente a nuestros hijos. Pero, a juzgar por cómo trata a su coyuntural amigo del Norte, desde luego sabe ser cuidadosa cuando corresponde. Un poco distante, su madre, ataviada con su hiyab como el resto de mujeres que le acompañan, mira atenta la escena y se cruza varias veces la mirada escrutadora conmigo.

Nelson Mandela: «Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, sus orígenes o su religión»

Observando a Lubna y a Nel, me viene rápidamente a la memoria la cita de «El largo camino a la libertad», de Nelson Mandela, que Obama ha hecho popular estos días, mencionándola acertadamente a colación de los disturbios de Charlottesville (Virgina) y el homicidio de la activista antirracista Heather Heyer. «Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, sus orígenes o su religión. Si las personas aprenden a odiar, también pueden ser instruidas en el amor, ya que el amor afluye de forma más natural al corazón humano que su contrario». Sólo la sabiduría de Mandela podría resumirlo así, tras una vida de combate y generosidad. Obama y su instinto comunicador saben que la mejor aportación en este momento de tensión es simplemente recordar ese principio humano, elemental y verdadero.
En esta espiral de recelo que invade el mundo y lleva a demagogos, racistas y xenófobos a parlamentos y presidencias, Lubna y Nel nos dan una lección práctica, natural y radiante de afecto humano, aprendizaje y transmisión de un juego universal, con mil nombres según cada sitio. Una vez separados y cada uno con los suyos, nada será fácil, sin embargo, en el conocimiento de los otros y de uno mismo en que consiste la vida. Durante años, los prejuicios y desconfianzas que pueblan la exitosa cultura del miedo e irremediablemente se cuelan en su entorno, les dañarán a ambos y estos dos pequeños, cada uno en su destino y su vida independiente, solo se abrirán paso frente a ellos si tienen suficiente fortaleza e inteligencia para vencerlos, con la ayuda y no la carga (esperemos y trabajemos todos los días para ello) de los que estemos a su lado.
El intercambio cultural constante y el aprovechamiento de sus oportunidades; la transformación de las identidades en una pluralidad de pertenencias entrelazadas y no excluyentes; combinar el apego por las raíces desprendiéndonos no obstante de lo que de opresivo o disgregador tenga toda tradición; y la construcción de un espacio cívico compartido donde podamos sentirnos respetados y estemos compelidos moralmente a que todos se sientan cómodos en él. Ese es el reto complejo que afrontamos, pero que a Lubna y a Nel, a su manera, les ha resultado sencillo resolver, en su simple juego de niños.

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