Dice mucho del nivel de la vida política local el hecho de que el principal asunto de debate público durante muchas semanas haya sido el tratamiento institucional, museístico y turístico a otorgar a las reliquias de la Catedral de Oviedo. Discusión que ha tenido, además, el habitual grado de acritud y las consabidas acusaciones a otras administraciones de deslealtad hacia la ciudad, notas que habían venido adornando el discurrir político municipal hasta la feliz tregua de razonabilidad de estos últimos meses, que ahora se diluye. Sucede que a resultas de una exposición itinerante promovida desde la iniciativa privada sobre lo que se ha venido en llamar la Sábana Santa, aprovechando su vinculación en el universo de las reliquias del catolicismo con el lienzo guardado en la Catedral, surge en la Alcaldía la idea de dar a conocer y explotar el culto al contenido del Arca Santa que, según la leyenda, vino en parte desde tierra palestina hasta Asturias, traída al Norte de España para protegerla del infiel sarraceno, en la terminología que es propia de estas historias. El inventario es tan fantasioso como extravagante, ya que citando la copia del propio documento de apertura del Arca Santa de 1075 que ha llegado a nuestros días, contenía «un tesoro inimaginable, cual es, a saber, del leño [de la cruz] del Señor, de la sangre del Señor, del pan del Señor, esto es, de su Cena, del sepulcro del Señor, de la tierra santa sobre la que estuvo el Señor, del vestido de Santa María y de la leche de la misma Virgen y Madre del Señor, del vestido del Señor dividido a suertes y de su sudario», además de huesos, mantos y cenizas de apóstoles, profetas y santos. La historia que rodea al Arca Santa y el periplo de las reliquias lo tiene todo para atraer a los amantes del subgénero «Código da Vinci»: templarios, cruzadas, reconquistas, reyes, juramentos, el Cid Campeador de por medio, montes sagrados, rayos cegadores y toda suerte de maldiciones y promesas asociadas. Para otras apetencias también se puede encontrar materia para la exaltación dogmática, el negocio asociado a la explotación de las creencias, el esoterismo pseudohistórico de éxito televisivo y, cómo no, la sana curiosidad.
“Repele a la razón que se patrocine la magia y la superstición de relicario y que esta clase de propaganda de la religiosidad más irracional se auspicie desde el poder público”
Todo esto sería casi normal si de lo que estuviésemos hablando es de la evocación legendaria de un tiempo en el que las sedes eclesiásticas del cristianismo medieval competían por acumular reliquias, generando en torno a los objetos venerados fabulaciones, misterios y aventuras que, vistos ahora con ojos benevolentes, tienen su gracia y cierta hermosura literaria. Pero la cosa se pone un poco más fea cuando en la propuesta de hacer un museo (uno más) a la dosis de oportunismo y ocurrencia prácticamente inevitable, se suma la declarada intención proselitista de quienes la promueven, llamando a la devoción sobre las reliquias, con tanta vehemencia que a este paso cuestionar su veracidad se va a considerar, además de blasfemo, un crimen de lesa majestad contra el nuevo discurso oficial de la ciudad. Repele a la razón que se patrocine la magia y la superstición de relicario y que esta clase de propaganda de la religiosidad más irracional se auspicie desde el poder público. Y, por otra parte, sospecho (y espero) que a muchas personas creyentes les generará una cierta prevención esta sorprendente mezcla de idolatría, fetichismo y mercantilización de la fe. Parece, sin embargo, que en algunos reductos de la derecha católica todavía se añora el aire sobrenatural, tenebroso y castigador de la religiosidad más arcaica.
Veremos en qué acaba la propuesta, ya que –no hay mal que por bien no venga- la escasez de recursos públicos parece que acabará aparcando la idea en el también excéntrico listado de propuestas museísticas sobre cuyos excesos ahora recapacitamos. De lo contrario, ya veo a los munícipes llevando sobre sus hombros el Arca en procesión y al ovetentismo oficial a la zaga pregonando el carácter santo, imperial y providencial de la ciudad relicario.