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viernes 20, junio 2025

Ana Vega: «La vida es un permanente cambio. La clave está en fluir»

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“La cuerda” (Uve Books) es el último libro de la escritora Ana Vega. Un poemario dedicado a su amigo Vicente Garrido y cuyo prólogo escribió Nerea Aguado Alonso. Los versos que recogen sus páginas son un homenaje a todas las víctimas de abusos, violencia y opresión. «Cada página es un testimonio de la capacidad del ser humano para sobrevivir, sanar y transformar el trauma en un motor de cambio».

Hay personas que viven siempre en los márgenes de la felicidad y su corazón se endurece hasta convertirse en sombras de sí mismas. Por el contrario, hay otras que consiguen, de alguna manera que sólo ellas saben, transitar ese dolor, atravesarlo y salir al otro lado con el alma más fuerte, un poco más sabias y con una empatía que les hace entender sin necesidad de usar muchas explicaciones.
La vida de Ana Vega no ha sido fácil, pero igualmente te abraza con las palabras. Es capaz de hacerte sonreír incluso cuando no tienes muchas ganas porque ella, algunos días, se ha sentido de la misma manera. Se ha desmontado a sí misma unas cuantas veces y se ha vuelto a montar con una paciencia infinita. Permitiéndose tiempo. Dándose amor. Tiene unas cuantas cicatrices, pero todas cuentan una historia de supervivencia y superación.

-¿Qué encontraste en las letras que te cautivó?
-Yo escribía desde muy pequeña. Luego, empecé a hacer mis propios libros, a coserlos; hacía periódicos en los que me inventaba las noticias, los horóscopos, todos los juegos. Sin apenas conciencia de lo que era escribir, ya lo hacía. Se ve que, de algún modo, yo necesitaba contar lo que veía. Ahora me doy cuenta que, desde chiquitina, ya observaba lo que sucedía a mi alrededor, lo masticaba, lo digería y necesitaba trasladarlo al papel. En esa época, todas las niñas llevaban las carpetas llenas con fotos de los Backstreet Boys y yo la llevaba llena de escritos y frases. Un día mi profesor de Literatura, Marcelino Iglesias, que también era escritor, la vio y se sorprendió. Me preguntó si escribía y me propuso hacer algo. Debía tener entre dieciocho y veinte años y empecé a pasarle cosas. Ahí fue donde comencé a ser un poco más consciente. Recuerdo que un libro que me marcó mucho fue El Amante de Marguerite Duras porque, de repente, me encontré una escritura rara.

-¿Rara?
-Sí, porque era como una escritura desnuda. No estaba acostumbrada (es que, además, lo leí muy joven). Y ahí fue cuando escribí El cuaderno griego, que coincide con la etapa en la que sufrí agorafobia durante unos años. Como no podía salir de casa, empecé a escribirlo. Es un libro muy extraño para tener diecinueve años porque es un ensayo sobre la realidad, el dolor y sus implicaciones. No es habitual para esa edad, pero seguía existiendo esa necesidad de contar y reflexionar sobre lo que me estaba pasando.

-Tu último libro se titula La cuerda. ¿Qué ata y qué libera esa cuerda?
-He hablado muchas veces con Sebastián Álvaro y la cuerda es lo que realmente sostiene a los alpinistas y, en un momento determinado, los salva de caer. Es algo que nos hace tejer un vínculo con las otras personas y encender esa luz que cualquiera pueda necesitar. Siempre me pregunto: con esto que me ocurrió, ¿cómo puedo hacer que yo sea mi mejor casa y mi mayor apoyo? La cuestión sería cómo enredar esa cuerda de amor, compasión y piedad hacia mí misma para que me ayude. Porque, al final, tú vas a vivir contigo y con tu proceso y lo vas a tener que soltar en algún momento. Ahí entra la liberación que sientes cuando dejas ir. Tú puedes decidir cortar esa cuerda. Como la frase que dice Glinda, la bruja buena del Mago de Oz: “Querida, el poder siempre ha estado en ti, solo tenías que creer en ello”. Vicente Garrido también habla de ello cuando menciona que los psicópatas no tienen tanto poder, es el que tú les das. En ningún momento está culpabilizando a la víctima. Esto es algo que me interesa mucho subrayar porque, muchas veces, he oído cosas que me han espantado bastante. El típico: “algo habrá hecho” o “si la estaban maltratando, ¿por qué no se ha ido?”. ¡Cuidado!

-¿Siempre se puede?
-No, no siempre. Creo que a veces se confunde el pesimismo con el realismo. Yo soy más de ocuparse que de preocuparse. Me digo: “con esto, ¿qué puedo hacer?”. Y, sobre todo, “con esto ¿cómo podemos ayudar a otras personas?”. Hay que asumir lo que pasa y mirarlo de frente, aunque no te guste. Lo del positivismo es una manera de que no veas lo que está sucediendo y no pases a la acción.
Yo estoy en Abrazos Verdes y, a una madre que ha perdido un hijo de quince años por suicidio, no le puedes decir que sea positiva. Eso es una barbarie. Tienes que sobrevivir y hay que seguir, pero ahí no hay nada de positivo. Eso es como a quien le dan una paliza y le dicen: “mira el lado bueno, podrías haber muerto”. Estamos entrando en un bucle un poco raro. Primero, dame herramientas y, con el tiempo, a lo mejor, pues ya lo supero. Llóralo, respíralo y, después, ya vamos viendo. Me da la impresión de que ese positivismo es también una manera de lavarse las manos.
Hay una frase que a mí me parece horrorosa y que se dice mucho: “tienes que superar esto”. ¿Quién eres tú para decir eso? Permítele a cada uno su espacio y que siga su instinto.
Una de las cosas que más daño hace es la urgencia, la prisa. Todo tiene que ser rápido, tienes que estar bien enseguida, pero las cosas exigen un proceso que hay que atravesar. Si te ha ocurrido un hecho terrible, no tienes porqué superarlo en uno o dos meses, en la vida no hay tiempos. La vida es un permanente cambio, es un constante fluir y tú tienes que ser flexible y amoldarte. Igualmente, si aplazas un duelo y no lo atraviesas en el momento en el que toca, te alcanzará en otro momento y será muchísimo peor. Déjate llevar y que sea y pase lo que tenga que pasar. La clave está en fluir.

-¿Qué capacidad tiene la poesía de romper el silencio?
-A mí me parece que la poesía, a diferencia de la narrativa, desvela un tejido. Es como que rasga algo más invisible que yo nunca he sabido ni he podido describir bien. Tiene algo de magia. Es como si, de repente, se abriera una grieta de realidad. La poesía es como si fuese una fuente directa desde el alma. Por ejemplo, cuando leo a Emily Dickinson, lo que a mí me llega es que me está hablando su alma directamente. Hay quien dice que es muy compleja porque usa un lenguaje muy espiritual, pero para mí es fácil. Tiene unos relatos tremendos. En una entrevista que le hicieron, una señora le dijo que lo que escribía le hería y le hacía daño. Ella le respondió: “quizá lo haga porque su alma no está en el lugar donde debe estar”. Me pareció brutal. ¿Por qué algo te hace daño?

-Habiendo tantos temas, ¿por qué escribes sobre cosas tan duras?
-¿Por qué no? Por un lado, me parece que no tiene ningún sentido ocultarlo y, por otro, parece que es como algo que molesta. Igual es algo que nos duele a todos, nos está tocando y no sabíamos ni que nos había hecho daño. La vida que estamos construyendo es totalmente irreal porque fijo que, en algún momento, algo te va a pasar. La sociedad busca cada vez más lo idílico, lo feliz y eso es algo que está creando muchos problemas de salud mental porque la vida no es así. Tú tienes que estar preparada para lo que venga, que lo hará, y tienes que saber resolver. Hay que ser autónomo y reconocer que todos somos vulnerables. Esto siempre me parece muy importante destacarlo.

-¿Cuál sería el motor que hiciese que esto cambiase?
-La empatía. Pero antes, estaría la escucha. Pero la que es hasta con tu lenguaje corporal, la que te vincula al otro, la que es activa. Si lo haces de verdad, a la otra persona ya le estás quitando un peso de encima. Lo haces sin cortar, sin poner límites, sin juzgar si lo que te está contando es bueno o malo. Eso te abre los ojos a la realidad y, a partir de ahí, surge la empatía. Esto provoca un cambio hacia más visión. Cuanto más abramos los ojos, y miremos de una manera amplia, más conscientes seremos de lo que hace falta cambiar y antes nos pondremos a ello.

-¿Cómo se vive después de haber sobrevivido?
-Esta sería la gran cuestión. En muchos libros que he escrito reflejo que tengo que sobrevivir, no salvarme. En el sentido de hacerlo, sin que nada haya pasado por ti, es imposible. Ahora, tú puedes construir hacia un lado o hacia otro. ¿Qué vas a hacer con lo que te ha pasado? Por supuesto sobrevivir depende de la gravedad de lo que te haya ocurrido. Con esta cuestión siempre soy muy prudente porque he conocido historias tan terribles, que siempre le pasaría el micro a alguien que haya sufrido algo muy grave para que explicase si es posible vivir después de una tragedia. Evidentemente, tu cuerpo sigue pero, ¿cómo lo hace tu cabeza? ¿Cómo continúas hablando, relacionándote, vinculándote con los demás? Indiscutiblemente, cada uno lo hace como puede y a su manera, pero todos con sus secuelas y sus cicatrices, a las que también puedes darles un sentido para ayudar a otros. Esta es una de las claves del libro de El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Cuenta la experiencia de un médico en un campo de concentración. Él le buscó un sentido a su vida y de ahí sacó uno de los libros más importantes para el ser humano y una de las lecciones también más vitales. Después de perder a toda su familia, sobrevivió y no sólo se salvó él, sino que sigue salvando a día de hoy a mucha gente.
Como lo vives y lo entiendes, puedes ayudar. Yo creo que, sin intentar ponerte en el lugar del otro, es prácticamente imposible hacer nada. El mero hecho de intentarlo, por lo menos, ya no sólo te dignifica a ti, sino que también dignificas a la otra persona, le das ese espacio.

-¿Y qué te dio a ti la resiliencia suficiente para seguir?
-Yo siempre he entendido la vida de un modo muy realista. Es decir, con lo que te ha pasado, ¿qué vas a hacer tú según tu intuición, tu instinto o lo que a ti te parezca? Luego tienes que atravesar las cosas, no huir de ellas. Si estás pasando un duelo o una enfermedad, tienes que cruzarla con todo lo que te implique. Si te duele algo, no tienes porque sonreír si no quieres. Nunca hagas nada que te marquen las normas, créate tú las que necesites. Si hay dolor y estás triste, está bien. Si estás feliz, disfrútalo. Si no sabes cómo estás, también está bien. Es tu experiencia y la tienes que vivir según tus valores. Yo tengo una serie de principios y, en mi caso, ser fiel a ellos es importante y útil.

Ana Vega, escritora asturiana
Foto: @anavegaescritora

-Cada libro que escribes ¿te ayuda a transformarte?
-Sí, totalmente. Siempre. Soy ese tipo de escritora que se sorprende a sí misma a medida que va contando la historia. Aunque mucha gente crea que los escritores siempre hablamos de nosotros mismos, no siempre es así. Evidentemente, una cosa es la voz propia que cada uno tenemos y otra, lo que tú trasladas al libro. Puede hablar de tus vivencias, de lo que has observado y reflexionado o de un montón de cosas. Pero es verdad que a mí me viene la historia y la cuento. Llega como algo que tiene que ser y existir y, desde luego, a mí me cambia porque, detrás, hay una reflexión profunda sobre los temas que trata.
Y también está la parte de la documentación. Para escribir La cuerda me documenté mucho sobre el trauma, la violencia, el silencio administrativo, los recursos y ayudas, neurología, criminología. Incluso sobre el dolor físico, emocional, psíquico o psicológico y sus tratamientos.

-¿Hasta qué nivel te afecta?
-Mucho, porque son temáticas crudas. Ha sido duro porque también me ha conducido a mí misma a una reflexión a lo largo de este año y, en las presentaciones, hasta me he sentido un poco afectada. Ahí está lo que me documenté, pero también parte de muchas personas con las que hablé y experiencias propias. Yo colaboro con muchas asociaciones de temática social y he escuchado a mucha gente que ha sufrido violencia extrema. Y muchas veces me ha afectado en el sentido de sentir impotencia porque entendí que no siempre la violencia es física, puede ser verbal, institucional, legal y me parece aterrador el después, porque no hay nada. Sale en el periódico y, al día siguiente, prácticamente está olvidado. Pero la realidad es que esa persona va a convivir con ese hecho toda su vida y me parecía importante dejar ahí esa reflexión. Fíjate que hasta nosotros mismos podemos ser muy violentos negando su existencia o no permitiéndole a alguien hablar de su dolor el tiempo que necesite porque, normalmente, son conversaciones que intentamos cortar.

-¿El gobierno en el corazón o en el pensamiento?
-Es complicado. Yo soy mucho de pensar y reflexionar, pero en el corazón, siempre. El pensamiento te puede engañar en el sentido de que puedes ir más allá y te puede llevar a lo que, en principio, podría ser más lógico. Pero, ¿cuántas veces nos ha pasado a todos que, de pronto, te ofrecen algo, y una voz interior te dice que no? Además, es raro que se equivoque. Hemos sido creados para que algo nos avise del daño, del peligro. Normalmente no le hacemos caso y, cuando pasa el tiempo, te das cuenta de que tenía razón. A nivel social y hasta económico se valora mucho lo racional. Creemos que eso es lo que nos va a dar el éxito, pero ¿nos podemos equivocar amando? Nunca. Eso sí, lo que haga el otro ya no depende de ti.

-¿Cuántas cosas se solucionarían o no pasarían viviendo desde el amor?
-Cuando hablo de amor, no lo hago desde un sentido de pareja sino como algo más general. Yo amo a los animales, la escritura, los libros, la música… Amo muchas cosas, entre ellas, el ver cómo la gente se apasiona y disfruta de las cosas.
Siempre pienso que vivimos en un país en el que impera el sacarse una oposición pública y ser funcionario, y está bien, perfecto, pero ¡por favor!, no dejemos de lado la vocación porque eso es amor a tu profesión. Y fíjate lo que significa esto en sectores como la educación o la sanidad. Nos podemos cargar el mundo y convertirlo en un lugar muy poco amable para vivir. Lo que digo tal vez suene muy utópico, pero si tú pones el corazón en lo que haces, vas creando una especie de ola que inunda a todo el mundo. Es como aquella película, Cadena de favores. Con amor y vocación todo cambiaría.

-¿Un “estoy aquí” sin condiciones?
-Por supuesto. Yo intento hacerlo siempre y ser tremendamente honesta con ello en mi vida. Puede empezar por algo tan sencillo como entrar en una cafetería y, mirándole a los ojos, decirle buenos días a la persona que te está atendiendo. Tú no sabes lo que puede significar eso para alguien que se está sintiendo tremendamente solo; una palabra, un gesto positivo, puede salvar una vida. Esa es mi manera de funcionar e intento hacerlo siempre. Hay veces que me cabreo cuando veo que las cosas importantes no se hacen bien, pero intento poner siempre más amor que otra cosa. Fíjate que el libro surgió después de haber vivido una situación bastante tremenda de pareja. Y pensando en mi vida, que también ha estado marcada por historias de violencia en la familia, creo que a veces le toca a uno el legado de limpiar y liberar esa parte. Para mí, si con ello puedo ayudar a otras personas, es el broche perfecto para mi vida.

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