Juan Carlos Galán recorre diferentes escenarios de Asturias para presentar Antorcha, un nuevo poemario en el que combina intimismo con una parte social. Un trabajo de nuevo alimentado por el fuego, que tanto inspira como emociona a este escritor.
El mundo del autor avilesino, afincado en Gijón desde hace dos décadas, ha sido siempre el de las palabras y su significado. Su interés por comunicar le ha llevado primero a ejercer como periodista en diferentes medios y asistiendo a diversos palos, y ahora enseña a sus alumnos a expresarse en inglés. Su profesión nunca le ha impedido, más bien ha contribuido, a forjar una visión del mundo desde el tamiz de la poesía.
-Has ejercido el periodismo y ahora tu ligazón con la literatura continúa a través de la poesía ¿Qué te aporta este género? ¿Resulta imprescindible en tu manera de entender la vida?
-En primer lugar, decir que el periodismo, o al menos la faceta periodística en la que yo me centré, primero información deportiva y luego social y cultural, me permitió conocer la naturaleza humana, o la naturaleza de la calle, que viene a ser lo mismo. Poca redacción y mucha calle, mucha piel. Y la poesía está en la calle y en la piel. Así que en primer lugar la poesía me aporta esa verdad que encontré en la soledad del ser humano que debe enfrentarse a diario con la calle, con los demás. Eso en cuanto a la parte social de la poesía. En el plano individual, podría decirse que la vida es ininteligible, pero la poesía como actitud, como escudo, pero también como arma arrojadiza, como puñetazo y como defensa, es una buena manera de, al menos, desentrañar una mínima parte de este manglar en el que nos encontramos. Una actitud poética, una consciencia poética de estar solo ante la jungla es el primer paso para llegar al claro que, seguro, está al otro lado.
-¿Te acuerdas de tu primer poema? Y me refiero al primero que caló hondo y del que te sintieras orgulloso por la autoría.
-Sí, y también recuerdo que se lo entregué a la destinataria, así que supongo que se habrá ido al cielo de los poemas. Era un poema de auténtico odio por sentirme rechazado y vi, en ese momento, a los 17 o 18 años, que verter mis bajos instintos en unos versos me reconfortaba. Lamentablemente no recuerdo el título, aunque supongo que, o bien no lo tenía, o era malsonante.
«La poesía como actitud, como escudo, pero también como arma arrojadiza, como puñetazo y como defensa, es una buena manera de, al menos, desentrañar una mínima parte de este manglar en el que nos encontramos»
-Tu primer poemario fue Salvad el fuego y ahora publicas Antorcha, ¿qué representa para ti el fuego?
-La pureza, la integridad, el último reducto de la maravilla. La transformación, la destrucción, la purificación, el dolor y, en última instancia, la imposibilidad de regresar.
-¿Qué nos encontraremos en Antorcha, qué cuentas en ella? ¿De dónde nace esta obra?
-Nace de un vaciado interno importante después de haber carbonizado una época turbulenta de mi vida en Salvad el Fuego. Aquel fuego era el resultado de una explosión. El de Antorcha es una luminaria que hace de avanzadilla hacia el lugar al que quiero guiar al lector. Los responsables de Aliar Editores vieron, acertadamente, que el poemario era la narración de un conflicto bélico, tanto real, con sus bombas y sus muertes y sus cuchillos que cortan y el desamparo que deja atrás, como individual: mi conflicto contra el mundo, terrible, y del mundo contra mí, aún más terrible. Así que Antorcha está divido casi diametralmente en una primera parte social y en una segunda más individual.
-¿Qué inspiraciones o emociones son las que impulsan tus letras?
-Dos: la primera es estirar una mano en busca de ayuda y sentir que, al final del poemario, alguien la coge. La segunda: El deseo, casi irrefrenable, de volver, acaso, a un lugar en el que nunca he estado. Pero me conformo con volver a los momentos que florecen en mi cerebro cuando cierro los ojos. Todos compartimos esa sensación. No tienen por qué ser los mejores, sino los que, por alguna magia, han dejado su impronta en nuestra memoria.
«El fuego representa para mí la pureza, la integridad, el último reducto de la maravilla. La transformación, la destrucción, la purificación, el dolor y, en última instancia, la imposibilidad de regresar»
-¿La poesía ha de ser comprometida?
-La poesía ha de ser. Malo si de antemano quieres componer un manifiesto. Toda idea es primigeniamente individual. Si no, no es idea. Así que el primer compromiso es con uno mismo. Luego, los poemas se van alimentando de todo lo que encuentran, como seres glotones y omnívoros que son. Si el alimento que rapiñan se adhiere a una noción, siempre difusa, de lo que uno cree que es justo o susceptible de lucha, o sujeto a un clamor por su iniquidad, entonces se vuelven socialmente comprometidos. Pero dejemos que sean los propios poemas los que decidan cómo se alimentan, si salen en manifestación, si montan barricadas o si deciden enclaustrarse como cartujos por toda la eternidad.
-¿Qué te gustaría provocar en tus lectores con este nuevo poemario?
-Regocijo. Me gustaría que las palabras tuvieran sabor y textura. Si lo logro, algo, una mínima parte, permanecerá.
-¿La tuya es una antorcha que incendia o una que ilumina?
-Más o menos ya lo he contestado anteriormente. Primero abrasó. Ahora, ilumina porque ya conoce el camino. De hecho, la antorcha es la guía.
-¿Cómo es tu relación personal con un trabajo de este tipo? ¿Tienes necesidad de soltarlo y que de alguna manera emprenda su viaje en solitario o precisamente con su publicación inicias un mayor tutelaje?
-Los dejo irse nada más terminar de adecentarlos, peinarlos, asearlos y vestirlos. De alguna manera son mis hijos, y quiero que sean libres e independientes pero, eso sí, primero tendrán que aguantar algún que otro sermón. Como contrapartida, me gustaría que se acordaran de su padre cuando éste ya no se valga por sí mismo. Si no, les habré dado una malísima educación. La publicación es como el momento en el que me presentan a su novio o novia. Me dicen: “Papá, esto nos hemos encontrado por el camino. No se parece nada a mí”. Entonces, todo estará bien.