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domingo 24, noviembre 2024

Capítulo VI. La pitina roxa

Adolfo Lombardero
Adolfo Lombardero
Escritor de "La Ayalga: el tesoro de Asturias"

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—¡Despierta Elba, ya hemos llegado! —exclamó Xandru mientras levantaba la lona.

De pronto, una extraña sensación de quietud y la ausencia del movimiento del mar la sustrajeron de sus ensoñaciones. Elba abrió los ojos justo en el momento en el que un golpe sordo bajo el casco incrustaba la quilla en la arena. Trató de incorporarse, y al hacerlo, pudo ver a Nel tirando del cabo de proa para afianzar bien la embarcación en la playa. Elba ni siquiera tuvo que mojarse para bajar del Xalandrín y cuando sus pies desnudos tocaron la arena, tuvo la sensación de que el mundo había dejado de girar y era su propio equilibrio el que empezaba a dar vueltas. Tardó unos instantes en caminar con soltura y tras sentirse cómoda con sus pasos, logró alzar la vista, estupefacta, para examinar los alrededores.

A Elba le pareció que aquella cala era la más bonita del mundo, al menos era la playa que le había dado la bienvenida a tierra. Sin mucho tiempo para la nostalgia trató de seguir a Nel y Xandru, que se abrían paso hacia el interior cargados con bultos y con paso decidido.
Parecían conocer bien el lugar y hacia dónde dirigirse. Nel avanzaba en cabeza con el ímpetu de un joven que regresa al hogar y efectivamente, al rebasar la altura de la cala, Elba divisó el humo que exhalaba la pequeña chimenea de una cabaña de piedra.

Xandru lanzó un silbido con un tono peculiar, como avisando de su llegada. Se giró y miró a Elba diciendo:

—¡Vamos muchacha, por fin hemos llegado! Lorián estará encantada de conocerte.

—Muchas gracias Xandru, no es mi intención causar molestias, ya has cumplido tu parte…

—¡Tonterías!, no voy a abandonarte en mitad de la noche a diez pasos de mi casa. Todos los hombres del mar le debemos algún favor a Ager. El viejo me pidió que cuidara de ti, y eso es justo lo que pienso hacer.

Nel avanzaba en cabeza con el ímpetu de un joven que regresa al hogar y efectivamente, al rebasar la altura de la cala, Elba divisó el humo que exhalaba la pequeña chimenea de una cabaña de piedra.

Elba y Xandru entraron por la puerta de la cabaña justo en el momento en el que Nel soltaba los petates y abrazaba a su madre en volandas como lo haría un niño grande. Entre risas, Xandru rescató a su mujer con un gesto cariñoso y le dijo:

—Espero que hayas preparado suficiente cena, tenemos visita. Lorián, te presento a Elba. Pasará un tiempo con nosotros.

—¡Encantada de conocerte Elba! —respondió la mujer mostrando una cálida sonrisa y un gesto de bienvenida.

—Es un placer conocerte Lorián, gracias por acogerme en tu casa.

—¡Supongo que estaréis hambrientos y cansados! He preparado el curadillo como te gusta —dijo esto último guiñando un ojo a su marido —.

Durante la cena Xandru le explicó a Lorián cómo había resultado que Elba acabase allí con ellos, obviando muchos detalles intencionadamente para que Elba no se sintiese incómoda de ningún modo.

—Puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que necesites —Lorián dijo esto mientras posaba su mano sobre la de Elba; algo había despertado un instinto maternal en Lorián en cuanto tuvo conocimiento de la azarosa historia de la muchacha.

—Muchas gracias, sois muy amables. Ayudaré en todo lo que pueda mientras esté aquí y evitaré ser un estorbo, lo prometo.

—No es ninguna molestia Elba, la diosa no nos ha bendecido con la hija que siempre hemos deseado. Al fin podré enseñarle a alguien cómo hacer mis bordados…

Durante la cena Xandru le explicó a Lorián cómo había resultado que Elba acabase allí con ellos, obviando muchos detalles intencionadamente para que Elba no se sintiese incómoda de ningún modo.

Todos soltaron una carcajada al unísono y Nel trató de desviar el tema de conversación explicándole a su madre el tamaño de las capturas que habían obtenido en la pesca. Cuando acabaron de divertirse exagerando sus proezas, Xandru se interesó por el día a día en la cabaña durante su ausencia.

—¿Qué tal todo por aquí?, ¿alguna novedad en el pueblo?

—Todo como de costumbre. Procuro acercarme lo menos posible a esos chismosos. No ha ocurrido nada interesante desde que os fuisteis… ¡Ah!…, a no ser…, la nueva gallina del corral.

—¿Has comprado una gallina? —preguntó Xandru que no parecía estar muy de acuerdo con aquel gasto.

—¡No, no, no! No la he comprado, me la han regalado.

—¿Quién va por el mundo regalando gallinas? —contestó Nel, frotándose las manos.

—Fue una mujer. Me dirigía a lavar la ropa al arroyo y la ayudé a cruzar el río. Cuando se vio al otro lado del cauce las dos nos dimos cuenta de nuestro olvido; pues no habíamos pasado el ave a la otra orilla. Yo insistí en cruzar para entregársela, pero ella se mostró muy agradecida por mi ayuda y me encargó de su cuidado hasta su regreso… Es lo más interesante que me ha sucedido durante estos días —y esbozó una sonrisa complaciente.

La noche discurrió entre bromas, historias y algún que otro cantar, hasta que todos decidieron retirarse. Lorián acomodó a Elba cerca del calor del fuego, sobre un cómodo camastro improvisado.

—Espero que descanses bien, Elba, aquí estás a salvo —y apartando el cabello de su cara, le dio un beso en la frente antes de arroparla.

Elba no echó de menos el movimiento de las olas y se sumió en un placentero y reconfortante sueño, no sin antes dedicarle un pensamiento de gratitud a su querido amigo Ager, que en tan buenas manos la había dejado.

Con el objeto de mantener ocupada a Elba, Lorián le sugirió que usase una canasta para recoger los huevos del corral. Elba entusiasmada con la posibilidad de demostrar su valía y su disposición, cogió la cesta y se encaminó en dirección al sonido de los cacareos.

A la mañana siguiente todos se levantaron temprano para retomar sus rutinas y sus quehaceres. Xandru y Nel bajaron a la playa para atender al Xalandrín y Elba revoloteó alrededor de Lorián mientras esta se deshacía en explicaciones, tratando de instruir a la joven muchacha en las costumbres y labores de la casa. Lorián se mostraba tremendamente orgullosa de sus manzanas.

Con el objeto de mantener ocupada a Elba, Lorián le sugirió que usase una canasta para recoger los huevos del corral. Elba entusiasmada con la posibilidad de demostrar su valía y su disposición, cogió la cesta y se encaminó en dirección al sonido de los cacareos. Una vez hallado el corral, se preocupó de echarles grano a las aves para aprovechar que estas se alimentaban y poder así sustraer los huevos con mayor facilidad.

Reunió seis enormes y hermosos huevos. Después, al salir y cerrar la portilla, hizo recuento de las aves que quedaban dentro. Contó un enorme gallo y cinco hermosas gallinas; y además reconoció a la pitina que Lorián les había descrito la noche anterior: Sus plumas eran de un llamativo color rojo amapola y aún resultaba joven para ser ponedera.

Lorián dio buen provecho a los huevos preparando todo tipo de recetas deliciosas.

De este modo, con el bienestar que proporciona la vida en tierra y las rutinas de las labores, Elba pasó los siguientes días disfrutando de algo muy parecido a la felicidad; dejando a un lado sus propios miedos y ganándose un merecido hueco en la casa y en los corazones de su nueva familia. Aceptaba aquella situación como un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para empezar su vida desde cero; al menos mientras fuese capaz de convivir con sus dudas, sin tratar de resolverlas, algo que evitaba hacer casi inconscientemente para darle así un respiro a su espíritu.

Pero algo en su interior le gritaba que en algún momento tendría que volver a enfrentarse a aquel temible Vacío Oscuro. Aquel pensamiento vacío la acosaba recurrentemente cada cierto tiempo. Elba aprendió a desechar aquellos recuerdos oscuros rememorando la felicidad que le transmitían aquellas sencillas gentes, que vivían apaciblemente lejos de cualquier preocupación salvo la del trabajo diario. Y fue esto, el trabajo y la rutina cotidiana, lo que rescató a la joven Elba de ser arrastrada hacia el oscuro pozo de sus pensamientos en innumerables ocasiones.

Cada cierto tiempo, Nel y Xandru se embarcaban en el Xalandrín y pasaban la jornada pescando.

La relación con Nel resultó excelente en todo momento. Nel era un muchacho muy respetuoso y comprensivo. Trataba a Elba como quien trata a un ave herida: con paciencia y dedicación.

El chico aprovechaba los momentos de asueto para dar largos paseos con Elba y enseñarle juegos y trucos que a ella le parecían maravillosos; como la vez en que Nel le explicó cómo lanzar las piedras a la superficie del agua para que estas rebotasen y diesen saltos como lo hacen las ranas en sus charcas; o la vez en que Nel atrapó a un grillo muy cantarín con la única ayuda de una fina hierba, introduciéndola por el agujero de su madriguera y poco a poco haciendo salir al grillo con mucha delicadeza, tal y como había aprendido a recoger el sedal cuando una captura pica el anzuelo.

Elba aprendió a desechar aquellos recuerdos oscuros rememorando la felicidad que le transmitían aquellas sencillas gentes, que vivían apaciblemente lejos de cualquier preocupación salvo la del trabajo diario.

Un día mientras compartían uno de aquellos paseos, Nel le dijo a Elba:

—Mañana me haré a la mar con padre. Esta vez planeamos pasar cuatro días a bordo del Xalandrín. Aprovecharemos el buen tiempo para pescar abundantemente, así podremos intercambiar los peces en el mercado del pueblo. Espero que te encuentres bien durante nuestra ausencia. A la vuelta te prometo que te llevaré a ver la cascada que hay río arriba. Te va a encantar —dijo esto ampliando su amigable sonrisa.

—¡Genial!, ¡será estupendo! Seguro que Lorián aprovecha la ocasión para enseñarme a bordar esos trisqueles que tanto me gustan.

—¡No me cabe duda! —Dijo Nel mientras oteaba el cielo y calculaba las horas de luz que le restaban al día —. Es hora de regresar a casa Elba. Xandru estará con los preparativos de la travesía y yo debería estar ayudando.

Los dos jóvenes regresaron al hogar. Llegaron justo cuando el sol se ocultaba tras el horizonte y la pequeña chimenea comenzaba a exhalar humo.

Xandru se afanaba en empaquetar los aperos necesarios para una estancia prolongada en el mar, y Nel enseguida acudió a colaborar. Lorián, a su vez, complementaba los preparativos envolviendo cuidadosamente los refrigerios y las deliciosas tortas de escanda que preparaba todas las mañanas en el horno de piedra. Siempre era conveniente llevar provisiones extra por si las condiciones del mar prolongaban la travesía.

Mientras todos parecían saber qué debían hacer, Elba no encontraba la manera de colaborar y aportar así su granito de arena para la marcha. Lorián se percató y pronto le asignó una tarea:

—Elba, querida, ¿serías tan amable de recoger los huevos del corral? Quisiera cocer algunos para el viaje.

—¡Por supuesto! ¡Será un placer! —dijo Elba mostrando entusiasmo al sentirse útil de nuevo —. Cogió la cesta y se dirigió rauda al corral. Era una labor que había repetido numerosas veces y ya se sentía capaz de realizarla con los ojos cerrados.

Era de noche, así que Elba se ayudó de un candil para iluminar el gallinero y sustraer los huevos de las gallinas que ya dormitaban sobre sus nidos de paja. Cuidadosamente retiró cada uno de los huevos sin despertar a las gallinas y cuando se disponía a regresar y estaba cerrando la portilla, escuchó claramente el cacareo de una gallina ponedora. Decidió pues volver a revisar, por si alguna de las aves hubiese puesto algún huevo de más. Y cuál fue su sorpresa cuando advirtió que el cacareo provenía de la pitina roxa que nunca antes había puesto.

Se acercó lentamente con la cesta y el candil y la pitina se levantó. Parecía apartarse gentilmente, como dándole permiso para recogerlo.

Elba pudo ver, con total asombro, como la luz del candil se reflejaba sobre la pulida y reluciente cáscara de un enorme huevo que, a todas luces, parecía ser de oro.

(Continuará…)

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