Acaba de publicar el disco Rabil junto al productor Javier Blanco. Un trabajo de cuatro años en el que Héctor Braga ha decidido dar protagonismo a un instrumento de gran importancia para él: la gaita de rabil, conocida como zanfona o viola de roda en otros lugares de España.
Sería muy simple decir que Héctor Braga es un músico asturiano. Tal vez, sería más apropiado definirlo como un activista cultural que siempre va un paso más allá. Acostumbrado a no encajar en ninguna de las etiquetas convencionales de la música actual, se mueve con soltura a la hora de hablar de tradición, historia, respeto por las tradiciones y estudio de las raíces que, a día de hoy, nos mantienen vivos como pueblo. Héctor habla de este nuevo trabajo como “el nuevo folk que brota de Asturias”. En él, diez temas y una docena de colaboraciones con las que pretende explorar el sonido celta a través de este instrumento de origen medieval.
-El 9 de mayo se publicó tu último trabajo. ¿Qué valoración haces de la acogida que ha tenido?
-Muy buena. Estoy monitorizando las escuchas que va teniendo a través de plataformas online, y cuadruplica las estadísticas que tenía hasta ahora. El primer single, titulado Llobatu, ya pasa de las 12.000 escuchas. Son buenos números y estoy muy contento.
-Han pasado cuatro años desde que viera la luz tu anterior trabajo. ¿Por qué tanto tiempo?
-Es un proceso vital. Cuando acabé el anterior disco, un triple CD de asturianadas tradicionales, a los pocos meses fue cuando se declaró la pandemia. A todo el mundo se nos paró la vida. Yo venía de una etapa de muchos conciertos y esa situación fue un descanso que me permitió volver a meterme en el estudio a crear nueva música. Me salía muy distinta y dejé fluir esa línea. Cuando vi que había material suficiente para un disco, empezamos a trabajar. Esperé bastante porque, al no tener requerimientos en la escena tradicional con conciertos casi diarios, exploré con calma esta nueva vertiente y me di cuenta de que era música totalmente diferente que, por ejemplo, iba a requerir de la figura de un productor. Yo llevaba años moviéndome como pez en el agua y, de repente, vi que me volvía un anfibio. Tenía que ir a un terreno nuevo y eso exigía tiempo.
«El primer single, titulado Llobatu, ya pasa de las 12.000 escuchas. Son buenos números y estoy muy contento»
-¿El espíritu creativo liberado?
-Tampoco había ningún tipo de presión porque el disco es autoeditado. Quisimos hacer todo el proceso muy a conciencia, de ahí los cuatro años. Son diez temas con colaboraciones variadas y de figuras muy importantes como Víctor Manuel, Hevia, Joaquín Díaz, Luis Delgado, Oscar Ibáñez o Bango. También he contado con grupos como Algaire, Deira o Baxel y dos bandas de gaitas asturianas, Picos de Europa y LaKadarma y una berciana llamada Castro Bérgidum. Cada tema tenía su propia palpitación y me gustó ir viendo con calma lo que necesitaba. Fíjate que Valiente, que fue el segundo single del trabajo, siempre tuve claro que le quedaría muy bien a la voz de Víctor Manuel. Cuando se la mandé, él también lo vio igual y le encantó. Con Hevia me pasó lo mismo porque el tema en el que él colabora, exige mucho virtuosismo y es muy difícil de tocar, así que era perfecto para él. A mí se me conoce mucho por el folclore, por la línea tradicional y etnográfica de divulgación y empezar a dar visibilidad a este tipo de música también es muy positivo.
-¿Lo comercial resta valor a lo tradicional?
-Depende. Hay casos en los que la música tradicional se comercializa y, sin adulterar nada, funciona. Pero, a día de hoy, mayormente la música es un bien de consumo. La mayoría de música que escucho, que es muchísima, es siempre música clásica. Y lo que veo, en general, es que hay más interés comercial que otra cosa. Hay muy poca gente que se autoedite, como hago yo. Al principio usé muchos sellos diferentes, pero acabé autoeditándome porque la comercialización parece que siempre te exige ciertas cosas. Soy muy celoso de mi libertad a la hora de hacer lo que quiero y estas dos cosas casi siempre van reñidas. Pienso que la autenticidad no se suele encontrar en la música comercial. Sí reconozco que está bien a la hora de suscitar el posterior interés del oyente. Por ejemplo, en los años 90, gracias al éxito enorme que tuvo Hevia, muchos niños se acercaron a la gaita y fueron gaiteros. Gracias a que Rodrigo Cuevas ganó el Premio Nacional de Música, mucha gente se interesó por la lengua asturiana y por lo que hay en Asturias. Son picos que a todos nos benefician.
«El folk que ha brotado ahora en Asturias está recuperándose mucho. Una escena que estaba muy manida y etiquetada, que era la del baile y la pandereta, resulta que es la que más está tirando»

-¿Y cómo definirías ese “nuevo folk que ha brotado Asturias”?
-Bueno, el folk que ha brotado ahora en Asturias está recuperándose mucho. Una escena que estaba muy manida y etiquetada, que era la del baile y la pandereta, resulta que es la que más está tirando. Hay como una especie de pandereta revolution. Es un movimiento que se está dando también en otros lugares como por ejemplo Galicia. Fíjate en lo que ha pasado con Tanxugueiras. Ellas dieron muchísima visibilidad a este tema y mucha gente comenzó a meterse en este mundo.
Siempre estuvimos muy vinculados a los grupos de baile que son los herederos de un sistema muy vertical, como el sindicato en la dictadura y el sistema de la sección femenina de los coros y danzas. Se comenzó rompiendo con la vestimenta, yéndose a beber de las fuentes tradicionales de los trajes. Porque no todos eran rojos y negros con medias de puntilla, la gente de los pueblos no vestía así. Ahora ya han conseguido dejar atrás etiquetas de género y ves bailar mujeres con mujeres u hombres con hombres; ves hombres que tocan la pandereta cuando hace 60 años, esto estaba mal visto y se consideraba un estigma. Ahora todo esto está brotando y en Asturias hay una clase media de grupos que están ocupando el hueco que yo llené entre los años 2008 y 2015 que era el de tocar en todo tipo de fiestas llevando conmigo a grupos de baile.
-¿Dirías que es un tipo de música un poco estigmatizado?
-Sí. Fíjate que mi peripecia vital refleja también eso. Yo estudié en conservatorios de música, terminé dos carreras superiores, soy Doctor en Musicología en la universidad y, a lo largo de mi carrera siempre, invariablemente, lo que me topé es mucho escepticismo académico con estas músicas. Se las califica de irregulares, de hecho, hay gente que las considera directamente inferiores, pobres o simples. En general diría que lo que hay desde el mundo académico es clasismo. Hay gente que es capaz de conmoverse con un preludio de Bach, pero poner cara de asco cuando, por ejemplo, escucha una asturianada o ve bailar una muñeira. En el caso específico de la asturianada, que es a lo que yo le he dedicado más energía, es un testigo de otros sistemas musicales que, además, tienen origen medieval. No tienen nada que ver con la música de consumo, con los tonos y semitonos. En general, me atrevería a decir que en los centros académicos hay un interés exagerado por los últimos 400 años de música, que es verdad que estuvieron muy bien, pero es un total desprecio por los 4000 anteriores. Desde mi punto de vista, cualquier creación que haga el ser humano artísticamente es digna de admiración. Frank Zappa ya decía que las cosas que crea una sociedad, son las que van a pervivir. Aquí no van a quedar las cosas que cree una empresa. Lo que queda es la cultura.
«A lo largo de mi carrera siempre me topé con mucho escepticismo hacia estas músicas (…). Desde mi punto de vista, cualquier creación que haga el ser humano artísticamente es digna de admiración»
-¿Que tiene la gaita rabil para que sea tu instrumento predilecto?
-Es un instrumento con el que he recorrido muchos kilómetros siendo pregonero de fiestas populares como por ejemplo en la calle Gascona o en el Mercado Tradicional de Porrúa donde llevo veinticinco años haciéndoles el pregón. Yo voy improvisando lo que se me ocurre y es un soporte musical excelente para cuando quiero cantar. Stalin decía que los rabileros ucranianos eran muy peligrosos. En un cruce de caminos había más gente escuchando a un zanfonista que en un mitin del partido comunista y por eso los mató a todos. Es un instrumento que refleja muy bien esta marginalidad. En España siempre fue un instrumento de mendigos, de ciegos y de buscavidas. Iban por los pueblos con esos pliegos de papel anudados en un cordel que vendían a perra, perrina o a perrona y eran el telediario de la época cuando no existía televisión ni radio. Es un instrumento que tiene una connotación injusta tal vez por ese pasado, pero que luego, musicalmente, como yo demuestro en el disco, se le puede sacar unas prestaciones altísimas.
-¿Qué capacidad de transformación permite un instrumento tan tradicional como este?
-Mucha. El mecanismo de la zanfona es muy sofisticado. Es cuerda frotada con un teclado que tú puedes orientar en las afinaciones que te interesen, sean cromáticas o modales. Puedes combinar muchas cuerdas entre sí, puedes cambiar si tocas con bordones y lo puedes hacer sobre la marcha, mientras estás tocando. Son dos octavas y media y puedes hacer muchas cosas. Además, le he sumado la electrónica porque estamos en el siglo XXI y considero que ya es una parte esencial de la vida cotidiana. A veces, en el disco, no sabes si estás oyendo un sintetizador, una guitarra eléctrica o la zanfona. Cuando la gente lo ve en directo, se sorprende.

«Hay veces que en el disco no sabes si estás oyendo un sintetizador, una guitarra eléctrica o la zanfona. Cuando la gente lo ve en directo, se sorprende»
-¿Eres un trovador del siglo XXI?
-Sí. Fíjate que la zanfona, en el siglo XIV en Asturias, ya se representaba grabado en piedra y hoy, en el siglo XXI, sigue habiendo zanfonistas. Si estudias mi pasado discográfico, ves que hay una gran variedad de música dedicada a muchos instrumentos distintos y me atrevería a decir que, ahora mismo, soy el que más está innovando este instrumento a tenor de los resultados. El trabajo anterior eran asturianadas tradicionales interpretadas con gaitas e instrumentos históricos de más de cien años y con manuscritos de piano del siglo XIX. Y, sin embargo, a la zanfona, que venía siendo mi instrumento principal a pie de calle, nunca le había llegado su momento… y lo hizo ahora. Nunca fuerzo la máquina, cuando tengo algo que decir, saco un disco. Es un proceso natural para mí el hacerlo así.
-¿Te da una libertad que de otra manera no tienes?
-A mi entender es una libertad que viene de ser coherente. Sacar lo que yo quiero, como quiero. Es verdad que económicamente no siempre tienes la rentabilidad que deberías, pero sentimentalmente sí.
Por eso te digo que en el fondo me considero un afortunado total, porque siempre puedo crear con libertad y hacer lo que me apetece en cada momento. Me hubiera encantado llamar la atención de alguna empresa de management, pero al final creé mi propia oficina de gestión y estoy trabajando desde ahí.
-De todas las piezas que forman el puzle de lo que eres, ¿hay alguna que tenga más relevancia?
-La docencia es muy importante porque también aprendes mucho enseñando. Yo siempre insisto en transmitir que la música no es algo competitivo sino un arte colaborativo. En este momento de mi vida, la labor como divulgador y como docente está teniendo más relevancia. Hasta me han llamado de la tele hace poco para conducir un espacio. Esto también lo centras a medida que pasan los años. En ese puzle académico están los artículos, las obras, el premio de ensayo… A la gente le sorprendió ver a un músico ganando un premio literario, pero no tiene por qué estar reñido. Todo es cultura. Mi vida académica, si la hubiera que resumir, te diría que es resistir mucho y obedecer poco. También es cierto que me empeño en seguir sacando discos porque creo firmemente que divulgar es esencial. Un pueblo que no conoce su historia y su cultura, es como un árbol sin raíz.
«En mis clases Siempre insisto en transmitir que la música no es algo competitivo. Es más bien un arte colaborativo»
-¿La música es independiente de todo?
-Lo que me gusta evitar es que, muchas veces, la música tradicional se usa o parece un adorno para las élites más codiciosas que, en este caso, pudieran ser las multinacionales. Cuando te ficha Sony, Warner o cualquier sello así, es porque ven rentabilidad. Creo que la autenticidad la encontramos siempre en esos actos sinceros de pequeños conciertos. Cuando vemos un gran festival en un sitio, es porque por debajo hay un caldo de cultivo enorme de muchísimos conciertos y festivales pequeños que acaban cuajando en eso. La mayoría de ellos son impostados, un poco artificiales, realizados con dinero púbico. Yo siempre tuve claro que, para vivir una vida plena y gratificante, tienes que controlar lo que haces. Ser un triunfador es hacer y aportar lo que tú quieres. También es verdad que luego, que se fijen o no en ti, muchas veces, es una cuestión coyuntural. A lo mejor, un día te ve el de Gladiator II tocando un Carnyx, te llamas Abraham Cupeiro, eres gallego y te ficha para la banda sonora de su película.
-¿Se puede decir entonces que tu compromiso es con la cultura?
-Para mí es un compromiso vital, una filosofía de vida. Además, yo tengo una concepción muy clara de la cultura y sé que su transmisión es algo horizontal. Con los años, me voy viendo a veces un poco confinado. La nuestra es una carrera de fondo y de militancia. En el rincón de la escena ya eres considerado como un verso suelto que actúas más allá de líneas, sean del color que sean. Cuando eres un militante cultural, estás dispuesto a actuar en actos muy dispares. Por ejemplo, el año pasado, estuve en un homenaje a los caídos de la Segunda República en Cabrales, tocando el Himno de Riego y, tres meses después, estaba tocando para el Rey de España y la familia Real en el mismo pueblo. Y lo hago perfectamente, porque entiendo que la música es algo horizontal y que si los propios vecinos te lo piden, tú vas y cumples tu papel. Aunque, evidentemente, cada uno tiene sus militancias.