y llegará pisando finas caracolas que cederán bajo su peso y al crujido
—porque no pudo ser ella todo silencio
aunque escondiera su respiración; apenas
un alambre curvado de perfil imposible—
llegará pisando finas caracolas, armaduras de cangrejo y la encontrará dormida
sobre montones de lavanda
—miente la historia, sabe que no dormía, la miraba con ojos oscuros
y abiertos. de nuez olorosa, segada—
avanzará aplastando sobre su vientre un tomate maduro, reventada piel dispersa, el jugo
verano bajando en riachuelos. inquirirá la palabra precisa para nombrar el color. porque
sólo ella tiene los nombres que a la otra le faltan. y quién es quién cuando empuja la
grupa contra la flor y la tierra seca
si les preguntas “¿cuánto queda?” no sabrán decir y aun así estarán gastando todo lo que
se produce. en su premio de exceso viven por encima del tiempo, sus recursos
por ejemplo: no sabe si es la última vez que conocerá al cuerpo en su estado vehemente
y por eso se arrodilla frente a ella y cantando la bendice.
De El ritual del baño (La Bella Varsovia)