El pasado 22 de marzo cientos de miles de personas se dieron cita en Madrid, venidas de diferentes partes de España. Se autodenominan Marchas por la Dignidad, y muestran su descontento con las actuales políticas económicas y sociales. A pesar del silencio informativo, la convocatoria desbordó todas las previsiones. En Asturias, el colectivo Asturies en Marcha ejerce de plataforma organizadora.
8 de abril de 2014. Casa de Cultura de La Felguera (Langreo). Estamos aquí convocados por Adepavan, Asociación de Parados del Valle del Nalón, para una charla sobre la experiencia de las Marchas de la Dignidad. Han pasado apenas dos semanas desde el 22 de marzo, y aún se nota la «resaca» en el ambiente. Muchos de los asistentes han participado en las marchas, de una forma u otra. Otros venimos simplemente a enterarnos de qué ha pasado aquí.
El 22M canaliza un descontento global, que se resume en varios puntos básicos: no al paro, no al pago de la deuda, por la renta básica y en defensa de los servicios públicos.
En realidad, los hechos son conocidos. El 22 de marzo estaba convocada una jornada de protesta en Madrid. Previamente, grupos de personas habían salido desde distintas partes de España para llegar caminando a la cita: seis columnas que cubrían prácticamente todo el territorio nacional. Sin embargo, lo que parecía una convocatoria más, de las muchas que últimamente buscan canalizar el descontento de la población, desbordó todas las expectativas y terminó juntando en la capital a un número indeterminado de personas. 50.000, según el periódico El País. Más de dos millones, según la organización. Muchísima gente, en cualquier caso, si se le pregunta a cualquiera que haya estado allí.
Son conocidas también las revueltas que acompañaron a la manifestación. Los telediarios de la noche abrieron con imágenes de policías acorralados y disturbios de una violencia poco acostumbrada. Desde la organización insisten en que se trata de un intento gubernamental por desprestigiar un movimiento que ha sorprendido incluso a los más optimistas.
La génesis del 22M
A finales de agosto, varios colectivos lanzan una convocatoria para una reunión: el 3 de septiembre en Madrid. Se busca mover a la sociedad, canalizar el descontento colectivo y luchar contra la apatía. La premisa es «hay que intentarlo». De ahí surge la idea de esta movilización de los territorios hacia el centro, que tras mucho debate resulta ser la fórmula escogida.
La organización no es sencilla: hay que ir moviendo contactos, ganando adhesiones y creando una mínima infraestructura para llevar el asunto a buen puerto. De aquella primera reunión nace la plataforma Asturies en Marcha, para coordinar todo el tema.
«No teníamos organización, no teníamos dinero, no convocaban los partidos ni los sindicatos mayoritarios. Fue un llamamiento casi en precario», explican los conferenciantes. «Y aún así funcionó». En la mesa, varios ponentes cuentan su experiencia: Carmen Martínez, de la asociación local de amas de casa, que participó a título personal, Cándido González, un viejo conocido del sindicalismo asturiano, y Miguel Ángel Fernández, quien entre otras cosas ha ejercido de cronista no oficial de la marcha asturiana en su blog Cartes de Cuturrasu. También está representado Adepaván, uno de los primeros colectivos en implicarse en la organización.
Lo que parecía una convocatoria más desbordó todas las expectativas y terminó juntando en la capital a un número indeterminado de personas. 50.000, según El País. Más de dos millones, según la organización. Muchísima gente, en cualquier caso, si se le pregunta a cualquiera que haya estado allí.
Varios son los puntos que diferencian esta convocatoria de otras. Primero, en España estamos ya habituados a protestas, muchas de ellas multitudinarias, por algún punto concreto: la privatización de la Sanidad, el cierre de las minas españolas, la reforma de la ley del aborto, por citar algunas de las más recientes. El 22M, sin embargo, canaliza un descontento global, que se resume en varios puntos básicos: no al paro, no al pago de la deuda, por la renta básica y en defensa de los servicios públicos.
Otro factor a tener en cuenta es que la convocatoria no llega de mano de ningún nombre conocido: la plataforma convocante se crea exclusivamente para esto. Los grandes partidos políticos la ignoran, en el mejor de los casos, o la miran con prevención. Los sindicatos mayoritarios se mantienen al margen, aunque numerosos participantes están afiliados a alguno.
En marcha
El 1 de marzo la columna asturiana sale de La Felguera, rumbo a Madrid. Tienen por delante veintidós días de cansancio y compañerismo. Una experiencia intensa e inolvidable. Salvo excepciones, en cada etapa la gente les recibe con los brazos abiertos: les aplauden, les abrazan, les preparan la comida, les buscan un sitio donde dormir. La organización asturiana está pensada al dedillo, y se les escapan pocas cosas. Tienen muy claro, el objetivo -llegar a Madrid- y no están dispuestos a desviarse de él. Por eso hacen un esfuerzo especial en evitar las «provocaciones», que vienen desde la facción interna -alguno hay que quiere desviarse del tema o de la ruta previamente pactada- o externa -las relaciones con la policía se vuelven más tensas a medida que se acercan a Madrid-.
La convocatoria del 22M no llega de mano de ningún nombre conocido: la plataforma convocante se crea exclusivamente para esto. Los grandes partidos políticos la ignoran, en el mejor de los casos, o la miran con prevención. Los sindicatos mayoritarios se mantienen al margen, aunque numerosos participantes están afiliados a alguno.
Mientras tanto, el silencio informativo es poco menos que «clamoroso». La salida de las marchas es cubierta por muy pocos medios, y la organización usa lo que tiene: carteles, boca a oreja, redes sociales… Como siempre, internet se revela como una gran herramienta, y poco a poco van despertando mayor interés. A medida que pasan los días la cobertura aumenta, y los participantes se van acostumbrando a conceder entrevistas. También empiezan a surgir los «amigos»: organizaciones y personalidades que empiezan a intuir que la convocatoria puede ser un éxito, y quieren «salir en la foto». Desde la organización todo el mundo es bienvenido, pero debe adherirse al manifiesto. No se toleran injerencias.
Ya en las puertas de Madrid, el ambiente arde. Las autoridades intentan minimizar el impacto y tachan a los organizadores de «radicales peligrosos». El presidente de la Comunidad, Ignacio González, llega a comparar las Marchas con el partido neonazi griego Amanecer Dorado. Así las cosas, el 22M comienza con expectación. Más allá de la guerra de cifras, es evidente que cientos de miles de personas han decidido acercarse a la ciudad. Las diferentes columnas entran triunfantes en la capital, arropados por una multitud, y por la tarde comienza una manifestación que tarda horas en recorrer el pequeño trayecto de la Estación de Atocha hasta la Plaza de Colón. El ambiente es absolutamente festivo. La convocatoria ha sido un éxito.
El silencio informativo es poco menos de «clamoroso». La salida de las marchas es cubierta por muy pocos medios, y la organización usa lo que tiene: carteles, boca a boca, redes sociales… A medida que pasan los días la cobertura aumenta, y los participantes se van acostumbrando a conceder entrevistas.
La nota agria la ponen los disturbios que cierran el día. Casi una hora antes de que terminase el plazo pactado con la Delegación de Gobierno, las UIP deciden cargar contra los manifestantes en las cercanías del Congreso de los Diputados. Acercarse hasta allí ha sido una provocación, argumenta la policía. Las cargas llegan hasta la Plaza de Colón donde, siguiendo el programa previsto, actúa el coro de la Solfónica, y la gente huye en desbandada. Los telediarios pueden abrir la edición nocturna con violencia callejera. En las siguientes semanas estas imágenes se repiten de forma continua, y se suceden las detenciones. Desde el gobierno insisten en que son «radicales» organizados. Desde la organización son categóricos: el acto era pacífico, estaba autorizado, y la violencia fue provocada para criminalizar la protesta. La palabra «infiltrados» surge de todas las bocas.
¿Y ahora qué?
Ésa es la gran pregunta. Si casi sin proponérselo, la plataforma ha sido capaz de desplegar semejante poder de convocatoria, ¿qué se puede conseguir con una mejor organización? «A poca voluntad que pongamos, somos capaces de llegar mucho más lejos». De momento, el 30 de abril se organizó una jornada de lucha por el empleo digno, con protestas en las oficinas de empleo: en Asturias se lanzó el eslogan «Si l’INEM nun t’ocupa, ocupa l’INEM». Parece ser una pequeña muestra de un calendario de actividades bajo el paraguas del 22M. En el horizonte, aún por concretar está una posible convocatoria para unas nuevas marchas en dirección a Madrid, posiblemente a principios de otoño.
La nota agria la ponen los disturbios que cierran el día. Desde el gobierno insisten en que son «radicales» organizados. Desde la organización son categóricos: el acto era pacífico, estaba autorizado, y la violencia fue provocada para criminalizar la protesta.
El objetivo es hacer que el éxito del 22M no se quede en una sola fecha, y conseguir canalizar un descontento que sigue ahí, cada vez más claro: «Es muy sencillo: la ciudadanía y la clase trabajadora están hartas del modelo social que nos están aplicando, que es un modelo de necesidad y miseria. El pueblo tiene que decir basta ya».
Más información:
marchasdeladignidad.org
www.asturiesenmarcha.org
Cartes de Cuturrasu: barriolpilar.blogspot.com.es