Soy Elvira Velarde y mis árboles, mi manera de pintar, soy yo por dentro.
Son mis furias contenidas, mis deseos, mis sueños. Son malhumores, alegrías o angustias, que cuando mezclo los colores se transforman allá afuera en formas a veces imposibles, y acá dentro cambian mi malestar en trances de quietud y paz.
Nací en la costa, en mi querido Gijón, pero a la vez de querer a mi ciudad, las ganas de abandonar el asfalto y todo lo que la urbe contenía, me hicieron emigrar a las islas. Primero a las Canarias, luego a las Baleares, admirando horizontes y plasmando, casi siempre en el confín de mis láminas, un árbol. Aparecía el árbol en el desierto y en el mar, y también en la montaña, en la arena o en la roca.
Y cuando más desarraigada parecía que estaba, regresé a Asturias, soñando con no volver a la ciudad, sospechando necesidad de árbol.


Tengo raíces en Llanes por parte de mi padre, pero algo me llevó a instalarme más lejos de la costa, en la tierra de mi madre, Ibias, suroccidente. Puro monte, muchos árboles. Y aquí empezó mi verdadera conexión con ellos.
No suelo pintar al natural, yo me lleno contemplando el espléndido paisaje:el riguroso invierno lleno de vientos que azotan ramas y troncos, los brotes mágicos en primavera, la explosión de flores, los remansos de sombra y agua cerca de un regato en verano, llenos de musgos y helechos, el abanico de ocres, dorados y rojizos en otoño. Cuando luego destapo mis pinturas y empiezo a jugar con mis colores, brotan caprichosos recuerdos, que a veces no son fieles a los que vieron mis ojos, pero sí a mis sentimientos.
Mis árboles son mi terapia y terapéuticos los considero para cualquier otra persona, porque están hechos con mi alma.