En la localidad de La Puente, en torno a una reducida plaza con una ermita en el medio, se disponen varias casas de turismo rural. Juntas forman un pequeño poblado de cuento al lado de la carretera, que recibe el nombre de La Xiuca.
Antes de 2005 esto era un grupo de viviendas casi en ruinas, desde entonces ha sufrido una importante transformación. Aniceto Campa después de tasar una de estas casas a petición de un amigo, en pleno viaje, da media vuelta y decide comprarla. «Llegué a casa y le dije a mi mujer: ‘no sabes lo que acaba de pasar, acabas de comprar una casa’. Esperaba un chaparrón pero a cambio dijo que fuéramos a verla. Allí me preguntó qué íbamos a hacer con aquello y le dije que una casa rural. Me contestó que para eso, cogiéramos todas», así empezó esta aventura. ¿Obra de un emprendedor, un visionario? Él asegura que más bien un ‘loco’.
-¿Y el resto de viviendas?
-Las dos que había enfrente eran de una familia de ese amigo mío y las compramos. Estuvo el proyecto parado en espera del Proder hasta que decidimos continuar y acabamos las tres primeras. Quedaba una cuarta y vino un señor a venderla por un dinero que no lo valía. Al final puso un precio lógico. Las dos últimas tenían un cartel de venta y las compramos a los bancos. Cuando nos dimos cuenta teníamos toda la plaza.
-Usted es empresario pero no se dedicaba a esto. ¿Cuándo empezó a verlo como un negocio?
-Al principio surge como un capricho, como un hobby. A mí me gusta la arquitectura y a mi mujer que es la que monta las casas, le encanta la decoración. Disfrutamos haciendo esto. Luego, para el tema de relación con los clientes, están nuestros hijos que son los que están al mando. Tenemos todo repartido y así se lleva mejor. Es un negocio, qué duda cabe, pero no es nuestro modus vivendi. Si lo quieres tener en condiciones, lo que vas sacando lo reviertes. Estoy convencido de que si hoy decidiéramos comercializarlo nadie iba a pagar lo que ha costado hacerlo.
-¿Qué marca la diferencia con otras casas de aldea?
-Son unas casas rurales atípicas. Te imaginas una casa rural con mucha madera, ventanas pequeñas, estas en cambio aunque por fuera guardan la estética de las viviendas del entorno, por dentro tienen amplios ventanales, una bonita decoración, todo tipo de comodidades. Cuando llega la gente nos dice que ‘las fotos no engañan’.
-¿Qué atrae a los visitantes a este lugar?
-En primer lugar el número de plazas disponibles. Entre todas las casas tenemos capacidad para unas treinta personas, ideal para grupos numerosos. Algo que no tienen otras casas rurales. Por otro lado, al principio pensé que la gente venía a Morcín atraída por el Angliru pero no es así. Morcín se vende por estar cerca de Oviedo y sobre todo cuando la gente llega y lo conoce. Nadie espera encontrar a diez kilómetros de la capital unas impresionantes peñas, una a cada lado de las casas que parece que se van a caer. Morcín está muy cerca de todo sin tener nada en concreto. Por ejemplo, viene mucha gente para desde aquí hacer la Senda del Oso. Luego está lo que vende este concejo, buena restauración, buenos quesos, recursos que siempre recomiendas al viajero. El problema que yo le veo es que hay poco comercio pequeño donde comprar el fin de semana.
-Empezó con este proyecto en plena crisis. ¿Cómo ha evolucionado el turismo rural en este tiempo?
-El pasado año y el anterior mejoró mucho, no así 2018 que se notó un bajón. También es cierto que la evolución de estos negocios es lenta. Los primeros cinco años es regular, y a partir del quinto o sexto es cuando empieza a conocerte la gente. Una casa rural no es como un hotel que si te gusta repites cada vez que vas a ese lugar. En las casas rurales te gusta variar. Mucha parte de nuestra clientela viene recomendada por otros. Pinche aquí para ver más reportajes de este concejo