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jueves 21, noviembre 2024

Los Juegos Funerarios (segunda parte)

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Habíamos quedado con Aquiles y Héctor, dialogando sobre tiempos pasados, en el homenaje a Patroclo, amigo del alma que tras su muerte se le honra con unos juegos en el mismo campo de batalla…

Escultura El Púgil en reposo o Púgil de las Termas
El Púgil en reposo o Púgil de las Termas

A continuación de la carrera de carros devino la prueba del pugilato, a la que Aquiles aportó una mula “dura para el trabajo”, cerril y difícil de domar para el vencedor y una copa de dos asas para el vencido.
“Acérquese quien haya de llevarse la copa”, dijo ufano Epeo el hijo de Panopeo, que no debía ser fanfarrón pues declara que no hay personas diestras en todo y él en la batalla se queda un poco corto. Modesto el chico. Pero jura destrozar los huesos y hacer tiras la piel de quien ose enfrentarse a él, y ciertamente que miedo en el cuerpo les metió, hasta que se levanta Euríalo: “varón igual a un dios, hijo del rey Mecisteo Talayónida, el cual fue a Tebas cuando murió Edipo y en los juegos fúnebres venció a todos los cadmeos”.

Pero bien la suerte le dio la espalda o la destreza de Epeo era superior. De un certero golpe en la mejilla le tumba de la misma forma que salta un pez hacia atrás. Le ayuda Epeo a levantarse y sus amigos le recogen a él y a la copa de doble asa. Tenía razón el Panopeida.

El tercer juego fue la lucha. La penosa lucha como la describe Homero. Para el vencedor un trípode cuyo valor se apreciaba en doce bueyes. Para el vencido una hermosa mujer diestra en labores. Odiseo, fecundo en ardides (tramposo, digo yo. No me cayó bien nunca) y Áyax Telamonio se los disputaron. Acabó en tablas y los dos se llevaron el mismo premio que la Ilíada no especifica.

Para la carrera a pie, Aquiles muestra para el vencedor una crátera de plata labrada de seis medidas. La descripción que realiza Homero es digna del mejor cronista de la actualidad. Para el segundo un buey y medio talento de oro para el perdedor, equivalentes a unos 36.000 óvolos, sabiendo que una persona vivía con tres óvolos diarios (así de sencillo, ganaba uno y el resto perdía. Aun no se decía aquello de que lo importante era participar. Lo importante era ganar).
Odiseo con la ayuda de Atenea Palas vence por delante de Áyax Oileo (distinto del anterior, de Salamina) que además resbala en el estiércol de los bueyes sacrificados, y de Antíloco tercero, que se deshace en halagos hacia Aquiles y se gana otro medio talento. Negocio redondo.

Lanzamiento de disco

Este Áyax, grandote y medio tontorrón, estaba tocado por la famosa “hibris”, la desmesura en unos casos y la soberbia en otros, algo que presagiaba su final funesto y sus acciones brutales. En Troya fue el encargado de violar y secuestrar a Casandra que se había postrado como suplicante bajo la estatua de Atenea y, poco antes de morir en el mar, el que desafío a los dioses diciendo que se había salvado contra su voluntad. Poseidón se lo hizo pagar.
Pero además fue el único protagonista de un momento cómico durante la carrera contra Odiseo: Homero le hace resbalar y caerse de bruces en un montón de estiércol producto de las deposiciones de los bueyes que iban al sacrificio.

Continúan los juegos con una insulsa lucha armada a primera sangre, cuyo premio era una espada tracia tachonada de plata que había pertenecido a Asteropeo.

Áyax llevando a Aquiles muerto A continuación, el Pélida saca una bola de hierro sin bruñir, que procuraría suficiente material para que durante cinco años el vencedor no necesitase comprar ese elemento para fabricar sus aperos. Era el lanzamiento de peso que se disputarían: el intrépido Polipetes, el vigoroso Leonteo, Ayante Telamonio y el divino Epeo. Este último se quedó tan corto que suscitó la risa de los aqueos de hermosas grebas. Luego Leonteo y Áyax que realiza un gran tiro, pero nada comparado con el que protagoniza Polipetes que lleva la bola de hierro a la distancia que un pastor lanza el cayado por encima de sus vacas.

Siguió el tiro con arco a una paloma atada por el pie a un lejano mástil. Diez hachas grandes para quien acertara al ave y diez pequeñas para el segundo.

Una caldera no puesta al fuego, decorada con flores y del valor de un buey, y una larga lanza fueron el premio para el lanzamiento de jabalina, prueba a la que accedieron dos hombres: Agamenón Átrida y Meríones, el escudero de Idomeneo. El caso es que, sin disputarse la prueba, Aquiles da por vencedor al poderoso Agamenón. No se sabe por qué nadie protestó ni tan siquiera balbució. Un rey no podía poner en entredicho su grandeza y Agamenón era quien era.

Y así se dieron por concluidos estos Juegos y la primera crónica deportiva de la historia.

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