Los Juegos Funerarios
Aún persisten dudas sobre el “por qué” se honraba a los muertos mediante las competiciones, aunque las diversas teorías confluyen en que no había un rito más profundo que rendir homenaje al fallecido mediante el espectáculo y el esfuerzo, incluso el espectáculo del esfuerzo de una actuación valiosa y transcendental (volvemos a mencionar la areté y el agón, típicamente griegos).
No obstante, la comunidad afligida sí obtenía beneficios más o menos abstractos. Las representaciones, de carácter militar o pseudomilitar, ritualizadas coreando alabanzas a los participantes que indirectamente iban dirigidas al homenajeado, las ceremoniosas entregas de trofeos y premios, tanto por parte de los oferentes como de los vencedores, sin duda influían en levantar los ánimos aportando una sensación de normalidad e insuflando un optimismo que resultaba transcendental.
Vemos cómo en La Ilíada se van poniendo de manifiesto las virtudes de los protagonistas – héroes micénicos – y algunos de los que hoy en día consideraríamos sus vicios.
Hay que tener en consideración a quién se dirigían todos estos relatos y el aspecto de guía comportamental que temían. Se trataba de aleccionar a las multitudes y educarlas en unos valores mediante la memorización de los comportamientos de los héroes.
Vemos cómo en La Ilíada se van poniendo de manifiesto las virtudes de los protagonistas – héroes micénicos – y algunos de los que hoy en día consideraríamos sus vicios. Paciencia, tolerancia, generosidad o avaricia, pensamiento relativizado ante los desastres y atribuciones divinas, amistad y odio irreflexivo, pundonor, prudencia o deseo de triunfo.
Se otorga un puesto honorífico – en La Ilíada – a la Carrera de Carros, la primera competición, la más emocionante, donde las acciones y actitudes de los espectadores resultan tan significativas como las de los participantes y donde se aprecia tanto el carácter de Aquiles como los coléricos estados en que pueden devenir los héroes.
Una vez concluida su venganza sobre Héctor, Aquiles organiza en la llanura troyana los primeros juegos de los que se tiene constatación escrita. Los Juegos funerarios en honor de Patroclo.
Una vez concluida su venganza sobre Héctor, Aquiles organiza en la llanura troyana los primeros juegos de los que se tiene constatación escrita. Los Juegos funerarios en honor de Patroclo, con las siguientes pruebas: carrera a pie, lanzamiento de peso y lanzamiento de jabalina como pruebas de atletismo; carrera de carros, pugilato, lucha, combate y tiro con arco. Todo ello en fecha muy próxima al nacimiento de la primera olimpiada: 776 a.C
En estos juegos – y con la única finalidad de homenajear al amigo de Aquiles – participaron varios de los principales guerreros venidos de Grecia. Cierto que según se narra en el canto XXIII de La Ilíada, no fueron muchos, pero sí escogidos y como si se tratase de competiciones singulares. Odiseo, Diomedes, Antíloco y Menelao, Agamenón o Meríones, los dos Áyax, etc. Pero si tuviera de colocar una corona a los “más completos”, determinaría que los decatletas de la mitología fueron Ulises y Áyax Telamonio.
En cuanto a los premios otorgados – el juez fue el propio Aquiles – había cosas tales como: mulas, cráteras, una mujer valorada en cuatro bueyes, un trípode o un buey, hierro, dinero en cantidad (un talento de oro lo era y mucho), una jabalina, un yelmo o una daga, mujeres de hermosa cintura e incluso luciente hierro… de todo un poco. Y por estos mismos premios, podemos concluir la categoría o relevancia de las pruebas, no siendo la más importante la carrera a pie.
Si tuviera de colocar una corona a los “más completos”, determinaría que los decatletas de la mitología fueron Ulises y Áyax Telamonio.
Contrariamente a lo que sucedería en las Olimpiadas, la carrera de carros era la prueba más significativa, si tenemos en consideración que caballos había pocos y eran destinados a la aristocracia: el que primero llegara se llevaría una mujer diestra en primorosas labores y un trípode con asas, de veintidós medidas (quénice = 1.08 litros de grano); para el segundo ofreció una yegua de seis años, indómita, que llevaba en su vientre un feto de mulo; para el tercero, una hermosa caldera no puesta al fuego y luciente aún, cuya capacidad era de cuatro medidas; para el cuarto, dos talentos de oro; y para el quinto, un vaso con dos asas no puesto al fuego todavía.
Durante la celebración, Aquiles toma un vaso con dos asas y atravesando el terreno de los juegos acercose a Néstor y se lo ofrece como recuerdo de los fastuosos Juegos que se estaban ejecutando, pero con un deje de melancolía y menosprecio (o eso me parece a mí) por la vejez del rey de Pilos (Ilíada, XXIII, 618), que gallardo le responde a manera de una crónica deportiva secundaria:
“Sí, hijo, oportuno es cuanto acabas de decir. Ya mis miembros no tienen el vigor de antes, ni mis pies, ni mis brazos se mueven ágiles a partir de los hombros. … Vencí en el pugilato a Clitomedes, hijo de Énope, y en la lucha a Anceo Pleuronio, que osó afrontarme; en la carrera pasé delante de Ificlo, que era robusto; y en arrojar la lanza superé a Fileo y a Polidoro. Sólo los hijos de Áctor me dejaron atrás con su carro porque eran dos; y me disputaron la victoria a causa de haberse reservado los mejores premios para este juego”.