Las luces de Navidad ya brillan en nuestras calles y en los balcones de muchos hogares. El encendido llega en pleno debate sobre el precio de la luz. No se entiende cómo en plena crisis económica, cuando se están tomando medidas de ahorro en todos los hogares, el tema de las luces navideñas -por lo menos en las grandes ciudades- prácticamente no se ha tocado.
En Madrid el año pasado se gastaron tres millones y medio de euros en iluminación, en Barcelona superaron los dos millones y en nuestra vecina ciudad de Vigo pasaron del millón. En Oviedo este año han sustituido todas las bombillas por LED y para cumplir con la medida propuesta por la UE respecto al ahorro, las luces navideñas se apagarán una hora antes y se encenderán más tarde.
Muchos son los que piensan que si uno se guía por el precio de la luz, las ciudades permanecerían en penumbra, nada diría que es Navidad, de ahí la decisión de muchos ayuntamientos -los que se lo pueden permitir- de llenar de luz sus calles para intentar dar una nota de ‘normalidad’ en un año donde aún está muy presente el recuerdo de las Navidades anteriores marcadas por la pandemia y la crisis sanitaria. Después de tanta restricción, ya lo vimos en el verano, la gente tiene ganas de marcha, de celebración, y las calles se iluminan para eso, para animar a todos a salir, a pasear y sobre todo… a comprar.
Y hablando de comprar, una encuesta realizada por la OCU dice que los españoles gastaremos este mes unos 735€ de los cuales, más de la mitad (393€) irán destinados a regalos. Se prefiere recortar de otras cosas antes que del apartado de los regalos.
Dicen que el acto de regalar gusta más a uno mismo que al destinatario. ¿Qué sentimos? Unos regalan para mostrar amor, otros como una forma de agradecimiento, o porque así se espera de nosotros -cuando lo hacemos por compromiso-, y también por provocar la felicidad del otro que a su vez nos genera felicidad a nosotros. Sea como fuere, regalar siempre crea o fortalece vínculos y el ser humano está claro que los necesita.
Venimos de un tiempo donde nos acostumbramos a vernos solo los ojos, a intuir las sonrisas, a veces hasta las palabras. Llevamos -como pudimos- el vivir separados de los nuestros. Aquellos meses que al principio pensamos solo serían días resulta que se convirtieron en un año. Y lo que nos queda. Pero si algo aprendimos de todo aquello fue que hay que aprovechar los momentos cotidianos, las pequeñas cosas de la vida que a veces nos parecen intrascendentes y luego vimos que eran las que más echábamos de menos cuando nos vimos privados de ellas; aprendimos a valorar los afectos, a cuidar los amigos, a ser generosos y agradecidos con la vida. Una vida que, como estamos comprobando, es cada vez más cambiante, la guerra de Ucrania ha puesto patas arriba a todo el mundo cuando aún no nos habíamos recuperado de la crisis del Covid. Vamos, que si nunca intuimos lo que nos iba a deparar el futuro, ahora menos todavía.
Necesitamos amar y también sentirnos amados y ahora más que nunca. Y esa capacidad está inscrita en nuestro ADN. Podemos regalar objetos, pero también gestos, cariño, detalles en forma de actos que nos llenan por dentro, nos erizan la piel y nos abrazan el alma.
Sentirnos queridos es una de las sensaciones más bonitas que podemos experimentar. Es uno de los mejores regalos que podemos ofrecer.
Feliz Navidad