Muy hartos

Así estamos los ciudadanos con respecto a los políticos y los partidos. Esto era una certeza a pie de calle, pero recientemente nos lo ha confirmado una de esas encuestas que ponen sello de oficialidad a lo que es evidente (Encuesta Social Europea, ESE): la crisis ha hecho mella en la confianza en las instituciones, en unas más que en otras. La corrupción nos tiene muy hartos, y el reconocimiento hacia políticos y partidos, tradicionalmente bajo, está en mínimos históricos. La sociedad recrimina a esa generalidad que llamamos “clase política” que haya convertido un servicio público que tiene mucho de vocación en una actividad que ocupa toda la vida laboral, apoltronándose en el cargo y en el sueldo mientras se sangra al resto del país a base de recortes. También se echa en cara la falta de creatividad para aportar soluciones, cuando no directamente la falta de interés; y qué decir de aquellos que han hecho su particular versión de la actividad política, “privatizando” su labor para beneficio personal. Al margen de esto, igualmente hay que recordarle a la ciudadanía que ahora está recibiendo la factura de haber arrastrado una pasividad de décadas, desentendiéndose de la labor de conducir el barco, cediendo toda la responsabilidad a los que se dedican a eso, que ya sabrán ellos lo que hacen, y reduciendo la participación al voto cuatrianual y poco más. El alejamiento ha sido, pues, por ambas partes: unos dejándose malgobernar, y otros que, libres de tener que dar cuentas, se han crecido en el puesto.
Pues bien. La nombrada encuesta pone negro sobre blanco algo que también podemos observar, y es que si bien se desploma la confianza en políticos y partidos, aumenta la valoración de la actividad política y de la participación. Los ciudadanos salen a la calle en defensa de causas con nombre y apellido, se implican, se movilizan, piden cuentas, exigen respuestas de las instituciones, quieren ver resultados. Consideran que el voto ya no otorga un cheque en blanco. Se ensayan nuevas formas de organización en pequeñas células, se discute y se alza la mano para opinar; se utilizan las redes sociales para cohesionar; se adopta la fórmula asamblearia para participar en los procesos de decisión; se crean colectivos, plataformas, pequeños partidos, cuando no se generan simplemente “mareas” sin siglas para apoyar tal o cual causa. En síntesis, se reclama una participación que el sistema no concede. No son tiempos de desorden, como creen algunos, sino de búsqueda. Confiemos en que veremos los frutos.
Una vez expuesta esta generalidad, cabe echar un vistazo a Asturias para ver que, en el asunto político, entre lo municipal y lo autonómico suman demasiados frentes abiertos. Quizá uno de los más sangrantes es la prórroga presupuestaria, que tratamos en este mismo número de Fusión Asturias; una fórmula que también han adoptado varios ayuntamientos, y que tendrá consecuencias muy reales y dañinas. Desde luego, la política local también nos tiene muy entretenidos, ofreciendo un muestrario de despropósitos que van desde la judicialización de los procesos más nimios hasta, directamente, la ingobernabilidad.
Con este panorama, a muchos asturianos ya les flojea el interés y siguen la actualidad política por encima, resbalando por los titulares con desgana y una dosis elevada de ‘fartura’. Pero los ciudadanos no podemos cometer el error de normalizar la desavenencia y el desacuerdo como fórmula de gestión. No nos acostumbremos a lo inaceptable, y no hagamos norma lo que debería ser una anomalía. Porque, aunque a veces lo parezca, no tenemos las manos atadas. Y mientras los políticos miran por el rabillo del ojo lo que hoy se está llamando “efecto Gamonal”, los ciudadanos deberíamos ir gestionando el nivel de hartazgo si no queremos una explosión incontrolada. Ejemplos hay de que, con metas concretas y una mínima organización, se pueden conseguir cambios palpables. Que buena falta hacen.