A los 17 años, el poeta Fernando Beltrán anunció a sus padres que quería vivir de su arte. La realidad le hizo saber que tendría que combinar ese oficio con otros trabajos. Hasta que él inventó una profesión acorde, la de nombrador, y fundó el Estudio Creativo El Nombre de las Cosas. Ha bautizado Amena, Faunia, OpenCor, TEA, La Casa Encendida, P4R y muchas empresas más, como recoge en su nuevo libro.
Amante de la palabra, Fernando Beltrán inventó en los años 80 una profesión que consistía en poner nombre a las empresas, creando con ello una entidad y una imagen mental que las hiciese entendibles a los consumidores. Se lanzó y triunfó. Su hija bautizó esa faceta suya como nombrador, un día que en el colegio le preguntaron sobre la profesión de su padre. Ha reunido su experiencia profesional en el libro de reciente publicación: El nombre de las cosas (Editorial Conecta).
Además, Fernando Beltrán nunca ha abandonado su gran pasión: la poesía. Fue la que le impulsó a crear el Aula de las Metáforas, en Grado, y a publicar catorce poemarios que se reúnen íntegramente en el tomo Donde nadie me llama (Editorial Hiperión).
El nombrador sin nombre
Bautiza empresas cuyo nombre ha quedado grabado en nuestro subconsciente, sin embargo el término «nombrador» no está reconocido por la Real Academia Española. Curiosa paradoja para alguien que vive de la palabra.
-Usted ha convertido el arte de nombrar en una profesión, lanzándose al vacío en los años 80. ¿Qué planteamientos le convencieron a arriesgarse en aquel momento, en el que toda la sociedad buscaba un empleo seguro?
-Lanzarse al vacío en mi caso no era nada nuevo; elegir el oficio de poeta cuando tienes diecisiete años, ése sí que es el gran salto al vacío. A esa edad tienes toda la ilusión del mundo, toda la inocencia, y cuando sales a la vida te das cuenta de inmediato que de la poesía se vive pero no se come. Eso me hizo buscar mil ocupaciones distintas y así, tras ser guionista de cine, pasar al diseño gráfico y luego a la publicidad me di cuenta de que no había especialistas que pusieran nombres, no existía la profesión como tal. Me llamaba la atención que los clientes se gastaran un dineral inmenso en el logotipo, en la gráfica, en el marketing, en la publicidad, y que el nombre fuera algo secundario. A mí el nombre me parecía importantísimo, y tenía que ver con mi oficio de poeta, con el mundo de las palabras y la concisión. El poeta intenta decir muchas cosas en un verso, el nombrador intenta en una sola palabra resumir los valores y atributos de un producto, de una empresa, de un proyecto.
«El poeta intenta decir muchas cosas en un verso, el nombrador intenta en una sola palabra resumir los valores y atributos de un producto, de una empresa, de un proyecto»
-O sea, que es una forma de vida ya para usted.
-Sí, porque hasta aquel momento sabía que todos los trabajos eran circunstanciales, que me iba a ir de ese sitio. Hasta que tuve la idea de ser nombrador y vi que había encontrado algo compatible con mi mundo de poeta, con mi deseo de ser amo de mi tiempo. Porque mi latido es la poesía, escribo todos los días, en cambio puedo comer gracias a este oficio de nombrador. Pero la travesía del desierto fue inmensa porque tardé siete u ocho años hasta que empezaron a llegar encargos con cierta regularidad. Y he salido adelante porque he trabajado de sol a sol.
-Antes hablaba del punto donde se cruzan el poeta y el nombrador, y se refería a la síntesis. Usted ha cambiado Retevisión Móvil por Amena, Parque Biológico de Madrid por Faunia, ¿se trata de conseguir que una gota refleje la inmensidad del oceáno?
-Muy bien expresado. La síntesis es fundamental y no siempre encontramos la palabra exacta. Me acuerdo de aquella frase célebre de Churchill “te escribo largo porque no tengo tiempo de escribirte corto”, que es muy cierta. El mayor logro es emplear menos letras para decir más. Además hoy en día tenemos poco tiempo, así que los mensajes hay que darlos de una manera lo más instantánea posible.
-¿Y esa síntesis genera una imagen en nuestra cabeza?
-Sí, de eso se trata, que el vocablo genere una imagen de la que tú seas incluso inconsciente, que codifiques rápidamente una imagen sin ni siquiera plantearte que estás haciendo ese ejercicio.
-Otro concepto que maneja al nombrar es el término ruptura, como sucedió con el nombre de Amena.
-Sí, se busca romper el bloque. Romper el código, ir por otro lado distinto, no siempre se alcanza, pero es una manera de llamar la atención y de alcanzar precisamente el éxito buscado. Pero esa ruptura sólo la pueden hacer las marcas más poderosas, porque necesitan una campaña publicitaria muy fuerte que le aporte mayor difusión. Cuando Amena llegó a la mesa de la gente de marketing de aquel entonces, el nombre les sonaba horrible porque la tendencia era otra, no había nombres femeninos, que luego fueron miles. El nombrador, aparte de ser un profesional en lo suyo debe tener unas ciertas dotes de intuición para adelantarse también a lo que puede venir.
«El poeta entra donde nadie le llama, ese lugar donde va a alcanzar la belleza, la compañía, el calor, pero también el dolor y el daño»
-Cuando crea un nombre para una empresa, ¿qué proceso creativo conlleva? ¿Es un trabajo que realiza solo o lo hace en equipo?
-Yo trabajo prácticamente solo con otra persona en el estudio, pero también incorporamos a veces colaboradores según sean los proyectos. Pero me parece importante subrayar que el trabajo en equipo es con la gente que te encarga el nombre, porque después de muchos años de trabajar en esto considero que el nombre está siempre dentro de aquello que tienes que nombrar y por eso es tan importante conocer el territorio, el terreno, las ideas de la persona que te lo está encargando. Entonces lo que tienes que hacer es empaparte. Yo no empiezo el trabajo creativo hasta que esta primera fase de información, de conocer, de sentir lo que tienes que nombrar, no la tengo muy asentada. Entonces ya me lanzo a un trabajo léxico, semántico, verbal, pero al mismo tiempo no deja de ser muy emocional.
-Con el libro de “El nombre de las cosas”, ¿pretende contar su historia personal o más bien motivar e inspirar alrededor?
-El grupo Mondadori se puso en contacto conmigo para hacerme esta propuesta. Al principio no les contesté porque pensé que querían un libro de empresa, pero me dijeron que lo que les interesaba era mi faceta de poeta y nombrador, el cómo alguien puede tener una iniciativa así y sin abandonar lo que es, haberse abierto camino. Es lo que he intentado plasmar en el libro.
El poeta infante
Unido sentimentalmente a Oviedo, del que se marchó a los nueve años, Fernando Beltrán confiesa que en su poesía vuelve una y otra vez a su ciudad de la infancia, donde se confunden el mito y la realidad.
-¿Qué es para usted la poesía?
-Una manera de mirar distinta y una manera de decir, de expresar, diferente. Titulé a mis poesías completas “Donde nadie me llama” y con ello hacía referencia a dos cosas. Por un lado evocaba aquellos inicios de los diecisiete años, cuando mi familia de alguna manera me venía a decir “hijo, ¿adónde vas?», porque me adentraba en un territorio que ellos no conocían, y donde no me podían ayudar. Y el otro motivo se debe a que el poeta entra donde nadie le llama, ese lugar donde va a alcanzar la belleza, la compañía, el calor pero también el dolor y el daño. El poeta escribe al borde del acantilado siempre. Es un oficio difícil, con riesgo.
-Pero el poeta busca dentro de sí mismo…
-Para mí es un mirar de otra forma hacia el exterior y hacia el interior de uno mismo, en un constante vaivén. La poesía llega de la gente del vagón del metro en el que viajo cada mañana. Porque todos nos parecemos mucho, todos tenemos miedos, dudas e ilusiones muy parecidas y de esos ojos que me rodean me llega el verso, como si fuésemos vasos comunicantes. Yo lo que hago luego es darlo en forma de poema para que vuelva a esa gente y lean un poema que les sirva para algo.
«No quería salir de Oviedo, y sin embargo luego me di cuenta de que tuve una gran fortuna, porque me llevé intactas las metáforas de la infancia»
-Entonces la poesía también es búsqueda.
-Sí, aunque lo que realmente supone una búsqueda es el poema, que a su vez también produce un encuentro. Yo sé dónde empieza el poema, pero nunca dónde acaba. Esa es la magia por la que yo nunca podría cambiar por nada este oficio, debido a ese momento tan inmenso, tan bello, tan doloroso a veces, que es el momento del encuentro que te da un poema. Cuando tú escribes ese poema y de repente te lleva a un lugar que tú no habías sospechado porque si yo acabara un poema en el mismo lugar donde lo comencé, con el mismo pensamiento o las ideas iniciales, no me serviría de nada.
-¿Las cosas no existen en el poeta si no las nombra, como un pequeño dios que crea cuando el verbo toma forma?
-De alguna manera, sí. Como nombrador actúo como una comadrona que tira del niño, que es el nombre, pero los padres son otros, son los dueños de la idea, de esa empresa, ese producto. En el caso de la poesía digamos que hay un momento sagrado, ése del que hablábamos antes, cuando parece que la mano que escribe no es la tuya. Porque el poema te lleva -sólo a veces, claro-, a lugares que cuando lo leo yo mismo soy el primer sorprendido. Ahí es donde puedes hablar de los dioses o la musa. No te crees capaz de haber escrito eso. Lo lees desde tu fragilidad cotidiana y te preguntas cuándo y cómo lo escribiste. Parece que has tenido un trance, porque eres consciente de que estás en una fragilidad que no está a la altura de un poema, que parece que rompe un poco las fronteras.
-¿Su poesía se basa en la experiencia o en la imaginación?
-Es una pregunta muy importante, porque a mí se me señala como uno de los iniciadores de lo que se llamó la poesía de la experiencia, con la que a su vez fui crítico. En mi caso sería mejor decir que escribo poesía desde la experiencia, a la que considero un punto de partida, ya sea por algo que siento, me emociona o veo. Luego entra el poema, que como decíamos antes es el que te lleva a otro lugar, y ahí están las imágenes, la imaginación. Si el poema me llevara a la anécdota o a la propia experiencia que ha dado punto de partida, no serviría de nada.
-En este mundo superpoblado de palabras, ¿qué es el silencio a la poesía?
-Es muy importante porque la poesía siempre ha jugado con el silencio. Mira esos márgenes en blanco que tienen los libros de poemas, donde la palabra está en el centro, donde la palabra es breve, donde las palabras intentan tener el mayor sentido posible, pero donde los espacios en blanco juegan tanto. Es como la Playa del Silencio, que es hermosísima y hace honor a su nombre, y sin embargo es una playa de piedras, donde cada ola que rompe arrastra esas piedras y genera un ruido fuerte y hondo que te envuelve todavía más, y no se podría decir que no deja de ser silencio.
-Como lector, ¿qué se precisa para acercarse a la poesía y comprenderla?
-Se necesita, como todo, voluntad y paciencia. Lo digo para la gente que dice que no comprende la poesía. Y además es muy común que esas personas lleguen a la poesía a través de un poema que de repente un día les dijo mucho, les dijo todo, les hizo ver algo de una manera distinta o leyeron por primera vez aquello que pensaban y no sabían decir o expresar.
-Hablando de palabras, su nombre personal preferido es Lloviedo, que agrupa los términos yo, lluvia y Oviedo, base de su infancia…
-Es el título de un poema. Yo salí a los nueve años de Asturias porque mis padres se vinieron a trabajar a Madrid. Entonces me rebelé con aquel viaje y me tuvieron que sacar casi a tortas de Oviedo, porque crucé al campo de San Francisco y me abracé a un árbol para que no me llevaran a la estación. No quería salir de allí, y sin embargo luego me di cuenta de que tuve una gran fortuna, porque me llevé las metáforas intactas de la infancia. Si hubiera seguido viviendo allí, la misma cotidianidad me hubiera conducido a otras cosas. En cambio yo me llevé el territorio mítico completo, y luego me apoyé en él siempre. Esa lluvia de mis poemas es el apoyo simbólico, metafórico que me ha ayudado en mi vida en los momentos peores y en los mejores, pues yo echo siempre mano de aquella lluvia de la infancia. Yo no sé si ese Oviedo es real o imaginario pero da igual, tendrá ambas cosas. Por eso está bien que tenga otro nombre, Lloviedo, porque es mi Oviedo.
-En Grado puso en marcha el Aula de las Metáforas, biblioteca poética y espacio para la lectura y la imaginación. ¿Qué esperanzas tiene puesta en ella y qué satisfacciones le ha reportado?
-Satisfacciones muchísimas, porque el Aula de las Metáforas es una historia de amor iniciada hace nueve años con la misión de ser un motor de actividades poéticas. Lo que no podíamos imaginar es que con una cosa sencilla que cuenta con muy poca ayuda -la del Ayuntamiento de Grado y poquito más-, hayamos hecho un lugar tan hermoso como es ahora mismo el Aula de las Metáforas. En ello es fundamental el trabajo del propio director del Aula, Leopoldo Sánchez Torre, de la Universidad de Oviedo y Gustavo Adolfo Fernández, el bibliotecario de Grado, que son quienes colaboran asiduamente. En el Aula hemos reunido las bibliotecas de muchos poetas, hay más de 10.000 libros de poemas, y es una de las bibliotecas poéticas más importantes de España, si no la más importante. Y luego, para sorpresa de todo el mundo, podemos decir que por ella han pasado Antonio Gamoneda, Adonis, Joan Margarit, Aute, Amancio Prada, Víctor Manuel, Serrat… Hemos tenido hasta casos de gente que ha venido y nos ha devuelto el cheque con el que les habíamos pagado por su actuación, tras conocer el Aula y ver el esfuerzo que se está haciendo. A ello hay que sumar la implicación de la gente de Grado, que nos ha apoyado acudiendo a los actos con una ilusión tremenda y que ha hecho que esto sea viable. Además el día de mañana estoy seguro que un niño o niña de Grado nos dará una alegría poética muy fuerte. La colaboración de todo el mundo para que esto haya sido posible ha sido muy hermosa.