Casi el cincuenta por ciento del terreno asturiano son montes de titularidad dudosa. Esta impresionante cifra se resalta en el libro “Montes comunales en Asturias y otras cuestiones agrarias” (KRK Ediciones) de Jesús Arango, del que se extrae una pregunta como punto de partida para muchas otras: Si no sabemos de quién es el terreno ¿cómo plantear una explotación coherente?
Además de escritor, Arango es economista y fue Consejero de Agricultura en la década de los ochenta, lo que le sirvió para tomar conciencia del problema. Tras años de estudio, publica ahora este trabajo que no sólo sirve de resumen de la situación sino que también propone soluciones: una nueva Asturias rural.
-En el libro se explica que hay diferentes tipos de montes, públicos y privados. A grandes rasgos, ¿qué es un monte comunal?
-Si uno pregunta a muchos vecinos por la propiedad de un monte que es comunal, probablemente respondan que es de “la forestal”, o del ICONA. Cuando hablan de “la forestal” se refieren a Patrimonio Forestal del Estado, que desapareció como organismo en el año 71 y nunca tuvo montes en propiedad, se dedicaba a gestionarlos a través de las repoblaciones. Esto da idea de la ruptura que hubo entre una sociedad rural que aprovechaba el monte, y una sociedad que por una serie de acontecimientos históricos tiene el monte como algo lejano. Y muchas veces no se sabe muy bien de quién es.
En cuanto a los montes públicos, están por un lado los del Principado, que heredó de las transferencias del ICONA, o que compró a través del Banco de Tierras y otras operaciones. Y después estarían las propiedades de los ayuntamientos, que es un tema muy complicado, porque a veces vienen de que después de la Guerra Civil el ayuntamiento lo inscribió, “arrebatándolo” a los vecinos. Y los ayuntamientos a su vez tienen dos tipos de montes comunales: los llamados patrimoniales, en los que el ayuntamiento puede disponer de ese monte como quiera; y los comunales en el sentido estricto, en los que la titularidad es del ayuntamiento pero el emplazamiento es de los vecinos. Y dentro del terreno público también están los montes de las parroquias rurales, que surgen en Asturias en el año 86 con la Ley de Parroquias.
“En el momento en que se cobre por el uso del monte, porque por todos los parques eólicos se paga una renta, va a haber reclamaciones”
-Y esto es sólo en lo que se refiere a los montes de titularidad pública. ¿Qué hay de los privados?
-También hay dos tipos. Por un lado lo que se llama montes de finales en mano común, que es una figura inventada por la jurisprudencia gallega para intentar devolver los montes a los vecinos. Es una figura sui generis en el sentido de que los vecinos son propietarios, pero en el momento en que uno marcha del pueblo pierde la propiedad y no puede dejarla en herencia a sus hijos. Es una ley bastante obsoleta porque habla de una sociedad rural que ya no existe.
Y hay otra figura que se refiere a montes muy extensos, que son lo que llamamos montes proindivisos. Gran parte de ellos vienen como consecuencia de que los vecinos de los pueblos fueron a subastas con la desamortización, normalmente de los monasterios, porque no podían comprar de forma individual. ¿Cuál es el problema? Pongo el ejemplo de un monte de Salas, que compraron cuarenta y pico vecinos en el año 1895. Imaginemos que cada uno de esos vecinos tiene tres herederos: estaríamos hablando ya de quinientos o mil herederos, por lo que muchas veces ya ni se sabe quiénes son los propietarios. Digamos que es un comunal “sin dueño”. Por eso en el libro cuantifiqué por primera vez el tema de los proindivisos, a través de un trabajo bastante laborioso en el catastro.
“Se puede hacer una política de desarrollo rural que compense a la gente por vivir en los pueblos”
-La cifra que da es que casi la mitad del territorio asturiano tiene problemas de asignación de derechos de propiedad. Esta titularidad va a ser una fuente de reclamaciones para instalar torres eléctricas, aerogeneradores…
-Es que ya hay lío. Un ejemplo que pongo es el Monte de Buspol, en Salas. El Ayuntamiento de Salas cobró por una estación eléctrica pero los vecinos dicen que ese monte es suyo. Y lo es, porque yo he visto las escrituras: era un antiguo foro de la Casa de los Miranda que compraron en subasta. Pero esas compras se hicieron a mitad o finales del siglo XIX y no se inscribieron en el registro de la propiedad, primero porque eran muchos, segundo porque costaba dinero y tercero porque de esa forma no venía la contribución.
Lo que pasa es que muchos ayuntamientos sí inscribieron sus montes, que a veces eran matorrales que ya nadie explotaba; pero en el momento en que ahí se cobre, porque por todos los parques eólicos se paga una renta, va a haber reclamaciones.
-En el libro deja muy claro que el monte no es sólo un espacio ligado al bosque, sino que es un concepto mucho más amplio.
-Mi postura es que podría ser un elemento importantísimo dentro de la política de desarrollo rural. Por un lado hay que aclarar la propiedad, y yo defiendo la tesis de que los ayuntamientos deben mantener la propiedad, porque de esa forma se garantiza una continuidad en la historia, pero las rentas que se saquen de la propiedad deben ser de los vecinos. De esta forma se puede hacer una política de desarrollo rural que compense a la gente por vivir en los pueblos. Hasta ahora los vecinos usaban esos terrenos de forma muy primitiva, pero si tú quieres explotar esos espacios con otras técnicas hay que poner cercas, instalaciones, etc. Y para que la gente invierta tiene que haber un proyecto de explotación y una concesión para sacar rentabilidad de esas inversiones. En el epílogo final del libro yo solicito que se cree una comisión de estudio en la Junta General del Principado para que nuestros representantes tengan conciencia de un problema que está ahí, que lleva doscientos años existiendo, y que hay que abordar.
“Yo solicito que se cree una comisión de estudio para que nuestros representantes tengan conciencia de un problema que está ahí, que lleva doscientos años existiendo, y que hay que abordar”
-En el libro habla también de las posibilidades en el futuro, de una nueva Asturias rural.
-Yo parto de que tenemos una Asturias, no tanto territorial, sino mental y cultural. Primero está la Asturias de Oviedo, muy centrada en la capitalidad, en los servicios, en una visión determinada del mundo. A esa Asturias de Oviedo, que era el foco del antiguo régimen, se agrega con la industrialización una segunda Asturias, la de las cuencas mineras; y a esa Asturias industrial se suma la Asturias siderúrgica con la implantación de Ensidesa en Gijón.
Y después quedan perdidos dos tercios del territorio, que muchas veces en los debates se tienen poco en cuenta, más allá de una mirada un poco “bucólica” y costumbrista. Es lo que yo llamo la cuarta Asturias, la Asturias rural, donde los comunales y otros temas deben ser instrumentos para que se ponga en paralelo con las otras tres.
Aquí hay que tener una visión a largo plazo de hacia dónde queremos que vaya la nación. Nuestra visión de Asturias a veinte o treinta años tiene que ser equilibrada, como he visto en otros países europeos, donde sales de la ciudad y encuentras explotaciones ganaderas, pero también centros de innovación e investigación. En cambio aquí parece que la cuarta Asturias tiene que estar abocada solamente a tener vacas o actividades agrarias. Hay que tener un nuevo concepto de desarrollo rural, que no tiene nada que ver con los Leader ni con los Proder, que son pequeñas cosas; sino con una visión del desarrollo rural de carácter integral.
-Una política que va mucho más allá de la Política Agraria Común (PAC).
-La PAC se está utilizando para no hacer otras cosas. La PAC nunca va a resolver el problema de los comunales, pero sirve un poco para tapar el tema y distraer, porque éste es un problema de decisión política.
En Asturias tenemos que hacer un tipo de agricultura que sea mezcla de ingresos. Una parte viene del mercado, de vender la leche o la carne, pero tenemos explotaciones que no van a poder ser competitivas y hay que compensarlo, como hacen los franceses o los austriacos. Hay que pagar a la gente que está en el pueblo, cuidando el paisaje, de modo que su renta sea la suma de las dos cosas. Pero para hacer ese tipo de políticas hay que llenar el campo de nuevo, recolonizarlo con nuevas actividades, y probablemente con políticas incluso de inmigración. Hay que coger este tema como una especie de aventura; hay que acordarse de esa Asturias rural, que se nos está muriendo.