Suena el despertador. Entreabres los ojos y te giras para apagar ese sonido que te ha sacado de los brazos de Morfeo. Son las 7 de la mañana de un lunes cualquiera. Estás cansado, pero recuerdas haberte metido en la cama 8 horas antes. Aunque eso ahora no importa, te has despertado y solo piensas en seguir unos minutos más metido ahí en la cama. Escondiéndote de la realidad.
Da igual como continúe esta historia, ya que el final no es lo importante. Lo fundamental de este pequeño relato es que una persona cualquiera, en un domingo cualquiera, se mete en la cama cansada sabiendo que mañana le toca ir a trabajar, y se levanta peor de lo que se acostó. Como si por la noche le hubieran puesto encima una “xata” de 200 kg mientras dormía.
Estoy segura de que en algún momento de tu vida te habrá sucedido algo muy similar, ya que es una situación bastante común. Me gusta llamarlo “cansancio fantasma”.
El cansancio fantasma es algo así como un letargo que se apodera de ti, que no sabes ni cómo ni por qué te roba la energía y la apetencia de hacer poco más que estar tirado en el sofá. Como si de una posesión se tratara, en el caso de que este mal se manifieste, solemos recurrir a la sabiduría popular en busca de algo que nos levante el ánimo y nos permita continuar con nuestros quehaceres rutinarios. Es muy común en estos casos el uso de café, té, una ducha fría y en los casos más graves alguna bebida exótica con taurina o guaraná en su composición.
¿Qué conseguimos estando cansados? Conseguimos parar, así de simple. Y esto es lo que la mente busca tapar, la necesidad imperiosa de parar.
El problema surge cuando estos remedios de a pie, dejan de hacer efecto, y el cansancio fantasma se apodera de nosotros. Llegados a este punto, la sensación puede ser la de vivir no con una “xata” encima, sino más bien con un semental de 1000 kg postrado a tus espaldas durante las 24 horas del día.
Detesto ser simplista, y meter en el mismo saco diferentes situaciones particulares, ponerles una etiqueta y quedarme tan ancha pensando que mi trabajo ya se ha terminado por hoy. Lo de diagnosticar no es mi competencia. A mí lo que en verdad me estimula es comprender para qué se manifiesta un síntoma. Llegar a comprender eso que el cuerpo habla y la mente calla.
Volviendo a la situación que he expuesto del “cansancio fantasma”, lo interesante como he dicho será saber para qué se manifiesta ese cansancio en la vida de cualquiera de nosotros.
Y llegados a este punto de la investigación, cabe preguntarse lo que el cuerpo, que es el que habla, consigue del personaje haciendo que se manifieste ese cansancio. ¿Qué conseguimos estando cansados? Conseguimos parar, así de simple. Y esto es lo que la mente busca tapar, la necesidad imperiosa de parar. De parar de hacer algo que no queremos hacer, de no continuar realizando eso que detestamos y que bajo el paraguas del “debería de” postergamos día tras día, realizando año tras año. Pero nuestro cuerpo sabe que no lo queremos, que no lo necesitamos, o en el peor de los casos ambas situaciones a la vez.
Si no escuchamos lo que nos dice nuestro cuerpo, o no comprenderemos su sabio consejo, continuaremos hacia delante sin pararnos. No sabremos qué es eso que nuestro cuerpo clama, pero nuestra mente calla, y seremos el huésped perfecto del cansancio fantasma.
Y así, continuaremos con nuestros quehaceres rutinarios, acostándonos a las 11 de la noche un domingo cualquiera, para dormir las correspondientes 8 horas debidas, y lograr así estar bien fresquitos al lunes siguiente para dirigirnos a nuestro puesto de trabajo.
Lo que no sabíamos era que nos íbamos a levantar a las 7 de la mañana del lunes siguiente tras el abrupto sonido del despertador que nos saca de los brazos de Morfeo. Tampoco sabíamos que apagaríamos ese despertador con el pensamiento ya dentro en la cabeza de querer seguir unos minutitos más ahí metidos en la cama, y permanecer así escondidos de la realidad.
Aunque ahora que lo pienso, quizá sí que lo sabíamos.