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jueves 7, agosto 2025

La Catarina. Cap. 2: Miracielos (3)

Ruben Karral
Ruben Karral
Artista autodidacta y con la sensibilidad puesta en la piel del lector.

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Para Emiliano la noche era el mejor momento del día, no por la cena con su familia, sino por dejar volar sus sueños sin el impedimento de una orden o deber asignado sólo a él. 

La noche y los sueños, donde todo lo contado por Alfredo se elevaba a los montes sagrados que las leyendas contaban: el color verde de los pastos que alimentarían el ganado, el olor del mar, el olor de una vida mejor que solo eran cuentos de antaño. Sólo eran realidades en una mente sin verdad en la vida, pero él no desistía en esas realidades que hacían su realidad una mentira.

Él seguía garabateando su saco de arpillera como tantas veces hizo, sin saber leerlo, pero sí comprenderlo.
El ruido de la puerta no despertó a Emiliano y si su padre lo sorprendía garabateando y en la plenitud de su realidad....
- ¡¡¡¡¡¡Emiliano!!!!!! –gritaba su padre, silenciando al búho que era serenata de eternas noches.
- ¡¡¡¡Emilianoooooo!!!! –zarandeando su débil cuerpo, su madre quería despertarlo para poder esconder el saco y escurrir la culpabilidad.

La noche se enmudeció de ideas sacadas del mismísimo Julio Verne, sin cruzar doce mil leguas. Su padre se giró, y sin articular palabra, se dirigió a su cama; su madre trataba de calmar las lágrimas de un niño que soñaba con ser mayor.

El canto de un gallo despertaba a una familia muda por saber qué diría el padre. Él, firme de mirada pero temblorosas manos, se sentó a la cabeza de la pequeña mesa donde desayunaban lo poco que restaba de la cena. Emiliano, perezoso por sentarse al lado, se limpiaba las lágrimas y arrastrando sus pies se sentaba junto a su padre, sin alzar mirada ...
- ¡¡Buenos días padres!!... –con temblorosa voz miraba las manos de su padre...

El silencio seguía siendo el menú principal de un amanecer sin la seguridad de serlo, pero con la inseguridad de lo que el padre de Emiliano diría o haría sin soltar ninguna letra de sus labios.

El ruido de una silla de madera carcomida hizo alzar la barbilla de ese niño con el miedo de piel.

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