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sábado 20, abril 2024

Otro año más para recordar la importancia de ser mujer

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Lo mejor que podría pasarle a esta fecha es que no tuviera que existir, porque ello significaría que el papel de la mujer en la sociedad y en la vida estaría lo suficientemente valorado como para no necesitar un día específico. No en vano, no existe un día dedicado al hombre. Es lo mismo que las ONG, lo mejor que nos podría pasar es que tuviéramos que desaparecer porque nuestro nivel de conciencia global hubiese llegado a un grado de desarrollo en el que no hubiera injusticias que denunciar, pero, de momento, no parece que vaya a ser así. Con la mujer ocurre lo mismo, hay mucho camino por andar y mucha tarea por delante, para cambiar la mentalidad de hombres y de mujeres, que también las hay educando a sus hijos varones con una discriminación positiva respecto a las hijas; o mujeres que toleran que sus hijos las traten con unos patrones cercanos al maltrato y, claro, si una madre consiente determinados comportamientos a su hijo, lo más probable es que éste repita esos esquemas en la relación con otras féminas.

Lo mejor que podría pasarle al Día Internacional de la Mujer es que no tuviera que existir, porque ello significaría que el papel de la mujer en la sociedad y en la vida estaría lo suficientemente valorado como para no necesitar un día específico.

Dichosamente, en los últimos tiempos hemos adelantado unos cuantos pasos; hace pocas décadas, las mujeres estaban en una relación estructural de dependencia de los hombres que hoy nos parece increíble, pero no podemos bajar la guardia, porque la mentalidad masculina sigue teniendo en su inconsciente unos parámetros que utiliza diferentes varas de medir según sea hombre o mujer a quien tenga delante. En los mejores casos, donde hay buenas relaciones de igualdad y donde aparentemente no hay discriminación, de repente asoma lo que hay oculto en alguna doblez del inconsciente, ese que dirige nuestras vidas mucho más de lo que creemos y, entonces, surge un comentario jocoso que hace referencia a nuestra condición femenina, o de pronto alguien habla de alguna labor desarrollada por una mujer y un hombre y le nombran a él y no a ella o, simplemente, si hay que hacer algunas tareas, se da por hecho quien debe hacer unas y quien otras. Y todo ello se desarrolla con una sutileza que exige estar muy atenta para poder percibirlo porque, sin darnos cuenta, unos y otras aceptamos aquellos roles que nos han grabado a fuego durante siglos y siglos de dominación masculina.

También hay que tener en cuenta que hombres y mujeres somos muy distintos y, mientras nosotras damos importancia a determinados aspectos de la realidad, los hombres no los ven o simplemente perciben otros. Recuerdo una situación que ilustra muy bien lo que acabo de expresar. Estaba en Helsinki, en un seminario de Iaido, el arte marcial que practico, y compartía apartamento con cuatro compañeros. Yo me levantaba antes que ellos y desayunaba por mi cuenta, después, dejaba la mesa despejada para que ellos lo hicieran más tarde. Un día, uno de ellos dejó en medio de la mesa el paquete de las galletas que tomaba en el desayuno. Cuando lo vi me contuve para no recogerlo y lo dejé allí, esperando que alguno de ellos lo recogiera. Por la tarde, cuando regresamos del entrenamiento, las galletas seguían en el mismo sitio. Aquel día, era yo la encargada de hacer la cena y ellos de poner los platos y los cubiertos. Preparé una tortilla de patata y cuando fui con ella al salón… no daba crédito, allí permanecía incólume el dichoso paquete de galletas en el centro de la mesa. Cuando me senté, miré a mis compañeros y, todos estaban tan tranquilos. Entonces les pregunté ¿vais a acompañar la tortilla con galletas?, uno de ellos me miró con asombro, como quien de pronto descubre algo que hasta entonces no había visto, y me dice: es que como estaba ahí… Claro -contesté- porque alguien lo dejó. Mientras hundía el tenedor en la tortilla para llevar un trozo a la boca pensaba cómo era posible que a ninguno de los cuatro se le hubiese ocurrido retirar el dichoso paquete de galletas.

No podemos bajar la guardia, porque la mentalidad masculina sigue teniendo en su inconsciente unos parámetros que utiliza diferentes varas de medir según sea hombre o mujer a quien tenga delante.

Cuando esta anécdota la he contado a mujeres, todas veían lo mismo y afirmaban que su reflejo hubiera sido retirar el paquete. Lo curioso fue que, cuando se la conté a algunos hombres, pusieron la misma cara de sorpresa que mis compañeros, es decir, no se enteraban de lo que quería decir con ello. Es decir, que hombres y mujeres, vemos las cosas de diferente modo y nosotras tenemos el impulso irrefrenable de resolver aquello que los hombres evitan, o simplemente no lo ven como nosotras lo vemos. El problema es que esto, a veces nos esclaviza a nuestra propia percepción, nos carga de responsabilidad y, muchas veces, de decepción y resentimiento.

Vamos, que nos queda mucho terreno por andar hasta lograr un cambio de mentalidad que nos permita vivir en condiciones de una igualdad bien entendida: somos diferentes y vemos aspectos diversos de una misma realidad, pero eso no significa que las mujeres tengamos que sufrir ni la sobrecarga de lo que ellos no ven ni las consecuencias de una visión machista que nos juzga como inferiores o incapaces.

Habrá que seguir celebrando muchos años más este día para que unas y otros sigamos caminando en pos de una mayor igualdad.

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