Malí es un país del África occidental con un pasado histórico muy importante. En el siglo XIII, Sundiata Keita, fundó el Imperio de Malí, que se convirtió en una de las potencias más ricas y extensas del continente con ciudades como Tombuctú y Djenné, centros de cultura y comercio, con universidades y bibliotecas reconocidas en el mundo musulmán.
En el reparto colonial de África, que tuvo lugar en la Conferencia de Berlín en 1885, Malí fue incluida en el Sudán Francés y la delimitación de sus fronteras se hizo sin respetar la realidad cultural y las diferencias étnicas de los pueblos, lo que produjo un problema de rivalidad cuyas consecuencias llegan hasta el presente.
La colonización del país desmanteló las estructuras tradicionales y obligó a sus habitantes a satisfacer las necesidades de la metrópoli. Después, en 1960 -al igual que muchos otros países africanos-, Malí consiguió la independencia bajo el liderazgo de Modibo Keita, de orientación socialista hasta que, en 1968, Moussa Traoré estableció un régimen militar que se extendió hasta 1991.
Entre 1991 y 2012 se instauró un sistema multipartidista y Malí fue considerado un ejemplo de democracia africana, pero la falta de control en el norte del país provocaba una inestabilidad que fue creciendo en el tiempo, hasta que, en 2012, una rebelión tuareg, apoyada por organizaciones yihadistas vinculadas al Estado Islámico, provocaron un golpe militar. Desde entonces, Malí vive una situación de guerra interna con enfrentamientos continuos con grupos extremistas que se ceban con la población.
Francia intervino en 2013 hasta que los golpes de estado de 2020 y 2021 devolvieron el poder a los militares que rompieron relaciones con Francia y buscaron apoyo en el grupo Wagner de Rusia.
En el momento actual, el país está inmerso en un estado de violencia armada, soportando una gran crisis humanitaria y sufriendo desplazamientos masivos de la población que huye de los lugares más conflictivos.
El Grupo de Apoyo al Islam controla gran parte del país e intenta asfixiar a la capital, Bamako, amenazando con imponer la ley islámica. En el último mes, el grupo ataca a los camiones cisterna procedentes de Senegal y Costa de Marfil, impidiendo de este modo el abastecimiento de combustible a la población con las consecuencias que todo ello conlleva.
En el momento actual, el país está inmerso en un estado de violencia armada, soportando una gran crisis humanitaria y sufriendo desplazamientos masivos de la población que huye de los lugares más conflictivos.
La junta del coronel Assimi Goita, que se hizo con el poder en el 2020, no ha sido capaz de establecer la seguridad y la soberanía en el país. Este líder golpista, que disolvió los partidos políticos y abolió las elecciones, masacró a civiles y fue incapaz de acabar con el control de los yihadistas, quienes pretenden cerrar las escuelas e imponer la ley islámica, con la limitación de libertades y recorte de derechos que supondría para las mujeres y las niñas.
El gobierno actual, con su ineficacia para detener el avance de los yihadistas, corre el riesgo de convertir el país en un Afganistán Africano. Las consecuencias serían catastróficas para toda la región del Sahel, pero sobre todo para los 25 millones de habitantes de este gran país.
En estos momentos, EE.UU., Italia, Alemania y Reino Unido han pedido a sus ciudadanos que abandonen el país en el que, cada día, la vida es más difícil por la escasez de combustible y los cortes de luz. La mayoría de las escuelas están cerradas y se están dando órdenes para que las mujeres lleven el velo.
Malí es un ejemplo de cómo la combinación de abandono internacional, pobreza extrema y corrupción generan el caldo de cultivo apropiado para que el extremismo religioso islámico implante su dictadura.
Los enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y los grupos extremistas han provocado miles de muertos y desplazamientos masivos. Los ataques terroristas, los secuestros, tanto a la población local como a los extranjeros, han llevado al país a una situación de caos e inestabilidad y miles de familias están desplazadas sin atención sanitaria y sin acceso al agua potable.
Hoy día Malí es el epicentro de la inseguridad en la región del Sahel y el problema es que este conflicto puede extenderse a los países vecinos como Burkina Faso, Níger o Chad, provocando un estado de violencia en toda la zona.
En medio de este caos está la población civil, atrapada en la guerra, sumida en la miseria y padeciendo todas las consecuencias del conflicto en total indefensión.
Al igual que en todas las guerras, el precio más alto lo pagan las mujeres y los niños, sobre todo, aquellos que viven en zonas rurales.
Malí es un ejemplo de cómo la combinación de abandono internacional, pobreza extrema y corrupción generan el caldo de cultivo apropiado para que el extremismo religioso islámico implante su dictadura y ponga en riesgo el futuro de todo un país que, en estos momentos, está al borde del colapso. Y de este conflicto y del sufrimiento de la población maliense, nadie habla en los medios.