El programa asturiano de protección temporal a los refugiados de Colombia es un referente en España y está respaldado por la ONG asturiana Soldepaz Pachakuti y por el gobierno del Principado de Asturias. Cada año vienen un grupo de personas que pasan seis meses en nuestra región y durante su estancia reciben cuidados, reponen fuerzas para continuar su lucha por instaurar la justicia en su tierra y también participan en múltiples actividades de sensibilización para dar a conocer el contexto en el que viven. Se trata de personas amenazadas de muerte que, en algunos casos, han sobrevivido a graves ataques por su trabajo a favor de la paz.
En la pasada edición vinieron seis personas, cinco de ellas mujeres con historias muy duras que cargaban sobre sus hombros el peso de la lucha y el compromiso. Estas mujeres tienen muy claro su objetivo de vida y asumen los riesgos con una conciencia y coherencia que no deja indiferente. De entre ellas destacaré a dos, cada una, a su manera, es un claro ejemplo de resiliencia y ha pagado un alto precio por su defensa pertinaz de los derechos humanos.
La primera es Dalia del Carmen Molina Rodríguez, una mujer mulata, grande por fuera y por dentro, le gusta cantar y sus ojos irradian alegría, tiene un magnetismo especial y nadie podría imaginar que su vida está entretejida con hilos de dolor y resistencia. Está amenazada de muerte por defender el Acuerdo de Paz y por enfrentarse a las multinacionales que comercian con los minerales de su país, entre otros, el carbón.
Nació en una zona rural de la Guajira, municipio de Fonseca. Era una niña alegre que corría entre los cultivos ajena a las durezas de la vida. Su familia sembraba café, marihuana, mijo y tenía un pequeño rebaño de cabras. Cerca de su casa había una pista de aterrizaje y de allí salían las avionetas con la carga de marihuana que cultivaban los campesinos de la zona. Siendo niña, oyó hablar de los guerrilleros y enseguida aprendió a distinguirlos porque calzaban botas de caucho que metían mucho ruido al caminar.
Dalia del Carmen Molina está amenazada de muerte por defender el Acuerdo de Paz y por enfrentarse a las multinacionales que comercian con los minerales de su país, entre otros, el carbón.
Tenía once años cuando, un veinticuatro de diciembre, un miembro de las FARC abusó de ella y tuvieron que llevarla a un hospital por las lesiones. Durante dos años estuvo sumida en un abismo del que no sabía cómo salir. Sentía en su piel el peso invisible de la culpa que le había provocado la agresión y se bañaba una y otra vez, en un intento de arrancar la suciedad que le provocaba aquel recuerdo.
Creció en un ambiente de búsqueda de la justicia y pronto dio un paso adelante para vincularse a la lucha. Tenía 17 años cuando le mataron a un tío materno y ahí tomó conciencia de lo que suponía defender sus derechos, pero no se acobardó. Pronto formó parte de las fundadoras del sindicato Sintracihobi (Sindicato Nacional del Cuidado de la Primera Infancia y Adolescencia del Sistema Nacional de Bienestar Familiar) que protege a las madres comunitarias1 en escenarios de lucha. Además de esta labor, participaba en manifestaciones para protestar por lo que pasaba en Colombia y fue una de las líderes más importantes denunciando las tropelías de las mafias colombianas y de las multinacionales que sacaban a la gente del territorio para expoliar los recursos minerales. Según ella misma me contó, las multinacionales pagan a grupos armados para que ataquen a la población. En la zona donde ella vivía había campos paramilitares y nadie podía moverse más allá de las cuatro o las cinco de la tarde porque podían matarlos, su hermano fue asesinado por estos paramilitares.
Dalia tiene el certificado de víctima y está perseguida y amenazada, pero ella tiene claro su propósito de vida. No pierde la esperanza de que las cosas cambien y es consciente que el papel de la mujer es fundamental para construir la paz. Ella es una de las tantas mujeres colombianas que luchan por la justicia, que defienden los derechos humanos y que tienen la valentía de enfrentarse a quien sea,sabiendo que pueden pagar un alto precio por ello.
Aidé Moreno Ibagué es una líder campesina, hija de personas luchadoras, que aprendió desde niña a defender la tierra y a luchar por el derecho a la formación, pero su vida está sembrada de pérdidas de seres queridos, asesinados por perseguir sus ideales. Su padre trabajaba en las haciendas cafeteras y fue expulsado al fundar el Sindicato Agrario en su región, más tarde, también fundó el Sindicato Agrario de Trabajadores Agrícolas Independientes del Meta.
Cuando estaba embarazada de cuatro meses asesinaron a su marido, pero eso no fue motivo para que Aidé Moreno abandonara la lucha y, a pesar del dolor moral, siguió trabajando en la resistencia campesina.
Aidé era una niña muy despierta, a los nueve años ingresó en las Juventudes Comunistas y a los diez en la Unión de Mujeres Democráticas. Se casó a los diecisiete años con un compañero del movimiento político y social la Unión Patriótica. Cuando estaba embarazada de cuatro meses asesinaron a su marido, pero eso no fue motivo para que abandonara la lucha y, a pesar del dolor moral, siguió trabajando en la resistencia campesina y después ingresó en la Asamblea Departamental. Años más tarde asesinaron a su madre por pertenencia al partido comunista; poco antes, habían asaltado su casa y se habían llevado toda la maquinaria agrícola, mientras ella se escondía en la casa de un vecino; su madre denunció el robo y poco después los paramilitares la mataron acusándola de pertenecer a las FARC. Cuando mataron a su madre hirieron a dos de sus hermanas, al marido de una de ellas y a una niña. Más tarde, también los paramilitares mataron a su hermano cuando salía de la casa con su mujer. El fiscal que hizo el levantamiento del cadáver era el mismo que había actuado con su madre y era miembro de la CIA.
Aidé empezó a darse cuenta de que le sacaban toda la información del ordenador y la seguían; se convirtió en una pieza clave por su pertenencia a la Unión Patriótica. En el año 2009 estuvo en búsqueda y captura. En ocasiones tuvo que salir huyendo en un coche blindado, con su hija de tan solo dos años. Después formó parte de un organismo que podía tutelar la investigación de la fiscalía. Habían elaborado un falso positivo2 y la habían puesto en la estructura de las FARC. A partir de ese momento, empezó la lucha por su seguridad y tuvo que pasar a tener escolta desde la Unidad Nacional de Protección que está adscrita al Ministerio del Interior.
En el año 2020 secuestraron a otro hermano, lo decapitaron y lo enterraron en la frontera de Ecuador, pero Aidé fue a la zona a buscar los restos que estaban abandonados en el monte, los encontró y terminó llevándolos a Bogotá.
Desde el año 2012 sufre un parkinson que limita sus movimientos y ralentiza su expresión, pero ella no abandona la lucha y acepta que tiene que seguir protegiéndose.
Estas mujeres alzan su voz y sus manos en la lucha por la justicia y la defensa de los derechos humanos en su país, Colombia. Sus vidas están marcadas por el dolor, sin embargo, ellas están en pie y manifiestan una alegría que sorprende. Ellas, como muchas otras, son un ejemplo de resistencia y de esa fuerza indomable que solo tienen quienes han encontrado en la lucha el sentido más profundo de su existencia. Escucharlas es un privilegio y una sacudida a las conciencias adormecidas.
1 Las madres comunitarias son mujeres que se ocupan de niños pequeños, huérfanos o que viven en situaciones vulnerables.
2 Los falsos positivos se construyen falseando pruebas, por ejemplo: cuando asesinan a alguien y le ponen un uniforme paramilitar o le detienen, le meten en el calabozo y le hacen un proceso falso.