¿Hasta qué punto somos conscientes de que nuestro estilo de vida depende de lo que poseen otros? Hoy día, en Europa, vivimos gracias a materias primas que provienen de lugares remotos, que apenas conocemos y que solemos percibir como ajenos. Sin embargo, en un mundo globalizado, todo está mucho más interconectado de lo que imaginamos. Te voy a mostrar cómo estamos profundamente ligados a un gran país africano que, desde hace décadas, vive sumido en el conflicto.
La República Democrática del Congo, antigua colonia belga, es un gran país con una extensión de cuatro veces España y una población de unos ochenta millones de habitantes, que posee cantidades ingentes de recursos minerales en sus entrañas y ha sido calificado como un auténtico escándalo geológico. A finales del siglo XIX, el geólogo belga Jules Cornet (1865-1929) fue uno de los primeros científicos europeos que documentó la riqueza mineral del Congo en la provincia de Katanga, poniendo de relieve la abundancia de cobre. Sus investigaciones contribuyeron a la posterior explotación minera y fueron pieza clave en el proceso de colonización económica.
El Congo es objetivo primordial de los intereses de las empresas chinas para extraer los minerales imprescindibles para el proceso de descarbonización, que debemos asumir en las sociedades europeas y occidentales.
El Congo tiene varias zonas mineras de especial relevancia: al noreste se sitúa el Kivu con sus dos provincias, Kivu norte con capital en Goma y Kivu sur con capital en Bukavu. Esta zona, frontera con Uganda, Ruanda y Burundi, vive inmersa en un conflicto permanente desde hace décadas, en el que intervienen agentes diversos con un único objetivo: la explotación indiscriminada del coltán, el llamado “oro negro” y que tanto sufrimiento ha traído a las poblaciones de esta región del país. Otra zona minera de gran importancia está al sureste y es la provincia de Katanga con capital en Lumumbashi. Esta zona, especialmente rica en cobre y cobalto, también ha protagonizado algunas páginas dolorosas en la historia del Congo. Actualmente, es objetivo primordial de los intereses de las empresas chinas para extraer los minerales imprescindibles para el proceso de descarbonización, que debemos asumir en las sociedades europeas y occidentales.
En el centro del país y hacia el sur está el Kasai Oriental, donde hay yacimientos de oro y diamantes, que se obtienen con una explotación artesanal mal regulada en un contexto de pobreza extrema y asociada a tensiones económicas y sociales que generan conflictos.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) calcula que la RDC tiene reservas minerales sin explotar valoradas en unos 24 billones de dólares, cuenta con la mitad de los recursos hídricos de África y tiene capacidad de alimentar a todo el continente con sus 80 millones de tierra cultivable. A pesar de su enorme riqueza, los habitantes del Congo luchan por sobrevivir cada día. Un 75% de la población vive con 2,5 dólares al día y se estima que uno de cada seis congoleños vive en pobreza extrema.
En el momento actual, la demanda de cobalto y cobre en el mundo occidental es muy alta. Se estima que en el 2025 se necesitan unas 222.000 toneladas de cobalto, teniendo en cuenta que la batería de un coche precisa de unos 13 kilos. Esta situación incrementa la necesidad de obreros que trabajen en estas minas artesanales en las que no faltan niños a partir de diez años. Si desarrollan su actividad en el exterior ganan un dólar al día, si lo hacen en los pozos de veinte metros, pueden conseguir entre 2,5 y 3 dólares al día. Una cantidad ridícula para un trabajo peligroso en el que asumen el riesgo de graves accidentes por derrumbes y aluviones. A veces, niños que quieren seguir con sus estudios, y sus padres no los pueden pagar, se van a trabajar a estas minas para intentar conseguir el dinero necesario, pero en el camino abandonan su objetivo y, algunas veces, pierden la vida en el intento.
El uso indiscriminado de baterías eléctricas en los múltiples dispositivos que forman parte de nuestra vida cotidiana depende, en gran medida, del trabajo forzado en el Congo.

Según datos de UNICEF, unos 40.000 niños y niñas de apenas ocho años trabajan como mineros artesanales en el Congo y lo hacen porque sus padres no tienen dinero para darles de comer.
El lavado del mineral extraído lo realizan mujeres y niñas en condiciones altamente tóxicas, lo que provoca numerosas enfermedades. Más tarde, cuando llevan el mineral a pesar en las balanzas controladas por las compañías chinas, sufren abusos adicionales debido a la manipulación de esas balanzas, que están deliberadamente trucadas.
Es evidente que el proceso de descarbonización europeo está intensificando la violación de DDHH en la RDC, por eso, es importante que tomemos conciencia de que el uso indiscriminado de baterías eléctricas en los múltiples dispositivos que forman parte de nuestra vida cotidiana depende, en gran medida, del trabajo forzado en el Congo. En muchos casos, el cobalto que alimenta esas baterías está impregnado del sudor y la sangre de cientos de miles de congoleños.