Sus pasos débiles, su mente perdida y sus sueños con insomnio, Amaranto dejaba en cada paso un latido y cinco gotas de sangre de esa herida de venda desgarrada por el picor de cien hormigas.
Su destino era cruzar mil ciénagas y aposentarse ante su amada esposa ante el calor de un fuego que huele a casa, pero el destino tenía otro camino para él y sus arrogantes ideales, quizás el karma o las vidas que tiene un vuelta.
Cada día era igual que el anterior pero distinto que el de mañana y diréis que estoy en una equivocación, pues no… Sus botas sin hebillas que aprietan el cuero contra esos calcetines mohosos, se balancean en el agua estancada como su mirada entre las secuoyas.
Su distinguido traje de coronel, con esos brillos en el hombro que lo hacían ser más importante que un humilde soldado, sus ideas siempre tenían la veracidad de un ilustre, sin botones que abriguen un cuerpo famélico, sin cinturón que aguante el torso con las piernas, sin mangas que icen brazos.
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