Es una princesa Disney de lo sorprendente. Divertida e irreverente, Katia Borlado llega a Asturias el 8 de junio en el papel de Blancanieves dispuesta a hacernos reflexionar y sonreír con la comedia teatral “No me toques el cuento”.
La cita tendrá lugar en el Teatro de La Laboral, en Gijón, un lugar que a esta actriz le resulta de lo más familiar. En su papel de princesa, la gijonesa estará acompañada de otras tres protagonistas Disney: Bella, Cenicienta y La Bella Durmiente. Olivia Lara es la directora y autora del texto de la obra en la que participa la actriz asturiana y a la que veremos feliz de estar en su tierra.
«Es una obra divertidísima, muy canalla y nos lo pasamos muy bien en escena. Ya se sabe que a través de la comedia entran mucho mejor las verdades –explica la actriz que participa como segunda Blancanieves en la función–. En ella hacemos una revisión de qué ha sido Disney para nosotras, de cómo ha intervenido en nuestra idea del amor y también de la terapia que, después y a raíz de esto, hemos necesitado la mayoría de nosotras».
-¿Nos vais a contar lo que pasa después de vivir felices y comer perdices?
-Efectivamente, y también si realmente fuimos felices y comimos tantas perdices, porque es obvio que vivíamos una situación tóxica cuando pensábamos que no lo era, y que no seríamos la primera ni la última “princesa” a la que le pase.


-¿Y de qué pasta son ahora vuestras princesas Disney?
-Digamos que durante la función hay un aprendizaje. La obra inicia atacando un poco porque todo esto que está ocurriendo no es verdad, lo que pasa es que estaba superbién montado, y tú ya como espectador estás viendo que algo no está bien colocado. Luego, al ponerlo todo sobre la mesa empezamos a gobernar con fuerza.
La diferencia con las princesas que conocemos es que al final se reafirman, se dan cuenta de quiénes son y de lo que pueden aportar al mundo. Y sobre todo dejan de ser invisibles o de estar esperando a alguien que venga a rescatarlas de algo que muchas veces es más la trampa que el rescate.
También hay que contar que, por si interesa, hay una segunda parte –aunque no sé si irá a Gijón– que se llama Ya me has tocado el cuento, y es precisamente la historia de los príncipes, porque ¿qué pasa cuando ellas no están en el mapa de alguien a quien tener que rescatar? ¿Qué pasa con ellos? Y es muy interesante esta visión.
El próximo 8 de junio, Katia Borlado estará en el Teatro de La Laboral con la función No me toques el cuento, una versión de lo más divertida e irreverente sobre las princesas Disney.
-Entiendo que con esta obra nos hacéis pensar tanto como divertirnos.
-Efectivamente, hay mucho toque de comedia, es algo muy gamberro en cuanto a que, al final, son cuatro amigas expresando todo lo que necesitan y a veces también jugando a la contra de la de al lado. Es una espiral un poco loca que al final se desenreda de alguna manera.
-Vas a volver a tu tierra en unos días, ¿te hace una ilusión especial?
-Es una felicidad tremenda, hace ocho años que no estoy ahí con una obra. Y al teatro de La Laboral lo siento como mi casa, porque yo estudié al lado. Es un lugar al que le guardo muchísimo cariño, con muchísimos recuerdos, así que tengo muchas ganas de este futuro junio.
-¿Asturias es una plaza difícil para el teatro?
-Lo es y me entristece mucho. No sé cuáles son los motivos, pero no es una plaza sencilla, espero que todo empiece a remontar. Tengo compañeros ahí que están trabajando muy duro por la cultura y me anima mucho que estén ellos aportando un granito de arena constantemente, porque me consta que no está siendo fácil. Espero que las cosas vayan mejorando.
«La diferencia con las princesas que conocemos es que (…) dejan de ser invisibles o de estar esperando a alguien que venga a rescatarlas de algo que muchas veces es más la trampa que el rescate»
-¿Qué fue lo que te llevó a elegir el cine y el teatro como forma de vida?
-Fue debido a una situación no rutinaria, no convencional. Además de mi familia en Asturias, tengo una rama manchega en Almagro, el lugar donde pasaba todos los veranos, y en el de 2005, Pedro Almodóvar rodó allí la película Volver. Nosotros teníamos una casa en el centro del pueblecito y cuando me levantaba por la mañana, veía todo el despliegue, las caravanas, la figuración, a Penélope por un lado y por otro. Todo ese revuelo me llamaba mucho la atención y me iba colocando estratégicamente por lugares donde yo podía estar bicheando el rodaje, que para mí fue una experiencia muy especial. Hubo algo que me atrajo mucho sin reflexionar más en ello: cuando volví ese año al instituto, en la clase de filosofía, el profesor nos preguntó a qué queríamos dedicarnos, y yo contesté que quería hacer películas, ser actriz. Él me dijo que conocía a un profesor muy bueno que daba cursos en la Universidad Popular, Felipe Ruiz de Lara, y ahí empecé con los primeros grupos amateur. Lo pasaba fatal porque era bastante tímida y me metía muchísima caña, estaba preparándome para lo que significa y lo que es esta profesión. Y desde ahí ya no pude parar, aunque muchas veces intenté parar esta máquina que ya puede conmigo. Suena muy romántico, pero es bastante cierto.
-El romanticismo no está reñido con la dureza, porque con tu profesión no parece fácil mantener una vida estable y tranquila, ¿me equivoco?
-No, es muy complicado, a veces me entra dolor de cabeza cuando pienso «¿qué se me está escapando?, ¿a qué puerta puedo llamar que no esté teniendo en cuenta?». Pero muchas veces la cuestión no está en ti, tienen que darse una serie de circunstancias, una serie de factores y entre ellos, el factor suerte. Es muy frustrante ir cumpliendo años y no saber exactamente cuánto vas a cobrar al mes, durante cuántos meses, si vas a tener que estar haciendo otros trabajos alternativos. Entonces se hace complejo con el plan de vida que empiezas a querer tener. Yo, por suerte, he ido teniendo y tengo algunos trabajos alternativos que me permiten tener la libertad de decir que sí a cualquier proyecto que venga y, en mayor o menor medida, siempre estoy en algo o tengo algún trabajo en mente, eso me tranquiliza un poco.
«Es muy frustrante ir cumpliendo años y no saber exactamente cuánto vas a cobrar al mes, durante cuántos meses y si vas a tener que estar haciendo otros trabajos alternativos»
-A Marta, el personaje que encarnas en la película Notas sobre un verano, de Diego Llorente, le surgen muchas dudas en un momento de su trayectoria vital. ¿Con cuáles has tenido que lidiar tú?
-Las mías, principalmente, tenían que ver con aprender a vivir aquí en Madrid; fue algo que me costó muchísimo. A día de hoy todavía me cuesta porque es una ciudad con demasiados y constantes estímulos, y no siempre los que quieres. ¡Bendito Gijón!, porque allí podía hacer lo que me interesaba, por eso muchas veces pensé en hacer las maletas y volver a casa, pero siempre había algo que me iba sosteniendo aquí. Ahora mismo me encuentro un poco más asentada, pero me gustaría tener mi propia casa a la que poder ir en los momentos en los que no hay trabajo, momentos que me permitirían desconectar de la capital.
-Te fuiste a Madrid muy jovencina, fue una decisión arriesgada. ¿Qué te hizo dar el paso?
-Cuando terminé la carrera en Gijón, justo ese verano vino la compañía de La Cubana y contrató figuración, y allí estuvimos unos cuantos. La experiencia me gustó mucho, el equipo era estupendo y ellos iban haciendo gira y después de unos meses se asentaban en Madrid. Hablé con ellos pensando en poder irme a vivir allí en septiembre, así no iba sola y contaría con un sueldo, pero al final no salió adelante porque ya tenían planificado coger a otras personas. Esto me hizo replantearme si irme era buena idea o si era mejor quedarme en Gijón, buscar un trabajo de lo que fuera y ahorrar dinero para marchar. Me acuerdo que tuve una conversación con mi madre en la que le decía que sentía que si no me iba ya, a lo mejor luego no lo hacía. Posiblemente en Asturias hubiese tenido ciertos trabajos de actriz y podría ser feliz, pero tenía algo más de ambición, que es algo bueno que pienso que hay que tener. Hay que querer más, tener hambre de hacer cosas y por eso pensaba que tenía que irme.

-¿Y cómo fue tu primer año fuera del nido?
-Fue la etapa más difícil de mi vida. El primer año en Madrid tuve síntomas de depresión real y fui a mi primera terapia. Pensé que empezaba fuerte con la vida adulta, pero bueno, luego fui consiguiendo cosillas, haciéndome camino y conociendo a gente que, a día de hoy, es muy importante en mi vida y que forma parte de mi familia de Madrid. Y pasito a pasito llevo allí once años.
-¿En qué ha cambiado la Katia de entonces a la de ahora?
-En muchas cosas. Por ejemplo, en la seguridad en mí misma, porque ahora, haya más o menos cantidad de trabajo, no me taladro la cabeza pensando que no soy capaz. Tengo el pensamiento de que puedo afrontar las cosas, que ya lo he demostrado. Parece un pensamiento sencillo, pero lo contrario es algo que ha formado parte de mí mucho tiempo.
Por otro lado, creo que las cosas ya no me ilusionan igual y eso es bastante triste. Antes cualquier cosa me parecía una puerta abierta y, ahora que conozco más la profesión, voy con pies de plomo porque han pasado muchas cosas, se han cancelado escenas, retrasado pruebas infinitamente… y cuando estoy en un proceso de casting intento apartarlo mentalmente. También te digo que una vez que entro en un proyecto, soy como una niña chica, me lo paso bomba, disfruto y exprimo cada segundo de cada proyecto, y eso espero no perderlo nunca. Todo esto me lo va dando tanto el rodaje como los parones, es lo que ha ido construyendo a la persona que soy en el ámbito laboral.
«Una vez que entro en un proyecto, soy como una niña chica, me lo paso bomba, disfruto y exprimo cada segundo de cada proyecto, y eso espero no perderlo nunca»
-Mucho se habla del poder transformador del teatro. ¿Qué sientes tú en el escenario?
-Es muy difícil de explicar para quien no se ha subido nunca. Para mí es algo liberador y se ejerce un tipo de comunicación especial –cada vez más en desuso– que ocurre al mirarse a los ojos con tus compañeros. Aunque en escena estemos hablando de un texto que hemos aprendido previamente, hay veces que todo cobra una verdad y un sentido. Estás en un estado de alerta, pero no desde el miedo, y hay algo muy bonito que se activa a modo cerebral. Y es poderosísimo cuando alguien viene y te dice que le ha encantado la función, que le ha llegado, por eso me gustaría que el teatro estuviera mucho más en auge, que se hablaran mucho más las cosas desde ese lugar, que es como hemos hecho desde el inicio de la humanidad. Hay algo mucho más terrenal y más real de lo que pensamos en el teatro.
-Evidentemente, los guiones marcan las pautas, pero ¿cuánto hay de conexión con el personaje? ¿Cuánto de improvisación?
-Eso depende muchísimo del proyecto. En la obra No me toques el cuento, en la que yo soy segunda Blancanieves, empecé representando con el esquema que yo había visto, pero luego tuve todos los permisos para volar e iba haciendo cosas que sentía que iban brotando del personaje. Y es muy bonito porque hay una conexión entre dos actrices que, al mismo tiempo, no tienen nada que ver, pero sí que tiene que ver con lo genuino que puede aportar cada persona, eso me gusta mucho.
En el caso, por ejemplo, de la película Notas sobre un verano que rodamos en Asturias, el director Diego Llorente me dejó volar y jugar muchísimo. No quería que estudiásemos el guión, simplemente que nos quedásemos con la idea de los temas que teníamos que abordar en cada secuencia y siempre había mucho diálogo, mucho juego, y creo que por eso salió un buen resultado. Y en la serie Alma, un poco lo mismo. La verdad es que me sentí muy bien porque depositaron mucha confianza en mí, era la primera vez que yo hacía un personaje con nombre propio en la pantalla y fue una experiencia estupenda.


-Vuestra profesión os permite vivir muchas vidas a la vez. ¿Cómo se sale luego de personajes que te puedan enganchar?
-No he tenido nunca un proceso de ser un poco engullida por el personaje. Y tampoco he tenido miedo de meterme emocionalmente en cualquier personaje, porque siento que tengo la facilidad de salir, aunque a veces te vayas a casa con ganas meterte en la cama o relajarte dándote una ducha. Sí que hay días que el proceso te puede tocar más, incluso por la respuesta del público, que te pueden decir algo que te conecta y necesitas digerirlo, pero generalmente a mí cada personaje me lleva al aprendizaje. Hace unos años, en una obra llamada Federico hacia Lorca, hacía entre otros personajes de Maruja Mallo, una pintora de la época, y a raíz de esto se abrió una puerta para conocer a esas mujeres artistas que habían acompañado a Lorca, a Dalí, a Buñuel, etc. Pude entrar en otros mundos y eso es lo que me llevo del personaje que sentía muy cerca de mí en cuanto a que lo que vivió podría ser algo que le pasase a cualquier persona, a mí incluida. Al final, desde lugares distintos, experimentas cosas que quizás nunca podrías en la vida real.
-Tanto en teatro como en un rodaje cinematográfico te enfrentas a retos, emocionales y de otros niveles. ¿Cuáles recuerdas como los más difíciles de sacar adelante?
-Igual cuando empecé, porque al principio no sabes marcar muy bien los límites. No quieres llevar la contraria, no quieres decir que esto no te gusta o que no te sientes cómoda, y no me refiero a nada ajeno a la función teatral. Ahora salgo y comento que estoy incómoda o que no entiendo desde dónde se dice una parte del texto y no hay absolutamente ningún problema. Antes igual llevaba veinte funciones sin entender, hasta que llegaba a un punto en el que todo cobraba sentido y dejaba de sentir esa incomodidad.
Y en los últimos años, sin duda lo que más me ha costado ha sido la exposición física en Notas sobre un verano. Y eso que no hubo ningún tipo de sorpresa porque había mucho diálogo con el director y estuve muy cómoda con el equipo, pero cuando me pasaron el primer montaje y vi la escena del desnudo me pillé un disgusto muy grande, te impresiona verte en esa situación. Tú sabes que estás actuando, pero parece de verdad –que así es como debe de ser– y me costó muchísimo digerirlo porque en mi cabeza pensaba que la gente se iba a quedar solo con eso. Luego, cuando se estrenó en Rotterdam, escuchando los comentarios de la gente, viendo cuál era el debate, cuál era el discurso… ya empecé a tranquilizarme.
«Cuando me pasaron el primer montaje de Notas sobre un verano y vi la escena del desnudo me pillé un disgusto muy grande, te impresiona verte en esa situación»
-¿La peor crítica se recibe a veces de una misma?
-A veces sí, pero también ocurre un poco más al principio; ahora considero que es bastante digno mi trabajo y que puedo resolver los papeles que se me dan. Estos últimos años, aunque no he tenido todo el trabajo que quizás me gustaría, me han ido llegando cosas, he dado pasos que me han ido recolocando.
-¿Cuál nombrarías como uno de los días más felices en tu trayectoria profesional?
-Podría decir muchísimos, pero se me vienen dos a la mente. El primero fue el estreno de Federico hacia Lorca, una obra que se construyó con mucho amor y mucho respeto hacia el poeta y la persona. Me sentí muy feliz en ese momento, lo recuerdo como un proyectazo, me parecía precioso pronunciar ciertas palabras de este hombre.
La segunda, el proceso de rodaje de Alma, porque justo previo a este momento iba a dejar la profesión. Ya había hablado con mi familia, ya estaba todo gestionado, aunque no tenía ni idea hacia dónde iba a ir, pero estaba cansada. En la primera prueba de Alma, habíamos tenido mucha química y buen feeling el director y yo, pero me había quedado fuera porque necesitaban un personaje de más edad, y al haberme quedado tan cerca de un personaje que me encantaba, fue tal la frustración que tenía que ya no podía soportarlo más y decidí dejarlo todo, se acabó. Pero luego, hicieron cambios y me llamaron; y estaba feliz por la envergadura del proyecto, por el guión tan bello y el equipo tan bueno que había. Todo el rato pensaba: “concéntrate, hazlo bien, han confiado en ti”.
-Así que Alma hizo honor a su nombre y rescató tu alma de actriz.
-Absolutamente, a mí Sergio Sánchez me rescató en ese momento. Le debo mucho a esa serie porque también ahí me reforcé a mí misma y me dio aliento para continuar. Además, me dijo que tenía el papel el día de mi cumpleaños, eso fue magia.
«Le debo mucho a la serie de Alma porque también ahí me reforcé a mí misma y me dio aliento para continuar»
-De eso nunca te vas a olvidar, ¿crees que -de alguna manera- la vida de cada uno tiene que ver con un destino o es sólo una sucesión de pruebas caóticas?
-Pienso más que es un aprendizaje, aunque hay veces que me molesta y me digo: “¿por qué ahora tengo que aprender esto?”. Pero sí creo que hay que aprender, que la vida te coloca en puntos concretos, aunque tú puedes girar el timón e irte a otro sitio. Al mismo tiempo creo que dentro de nuestro caos está todo muy ordenado, aunque no sepamos lo que sucederá después.
-El encuentro con el rodaje de Volver fue un envite importante, una ola que transformó tu vida, aunque el oleaje a veces no es favorable y hay que saber mantenerse.
-Sí, esta profesión es cruel en muchos aspectos y es cierto que no hay que tomarse los “noes” como algo personal, eso está superaprendido, pero también es verdad que la herramienta eres tú y a veces una negativa te afecta más porque estás en un punto en el que lo necesitas o porque el proyecto te gusta. Cuando es así, cuando estás contando algo que te interesa, esos momentos son oro puro.
-Evidentemente es un sector difícil para todos, hombres y mujeres, pero en vuestro caso ¿es más difícil encontrar papeles a partir de una determinada edad? ¿Se exige a las mujeres un físico determinado?
-Me gustaría decir que las cosas están mejor, creo que poco a poco se van dando pasos, de hecho, este año he visto películas buenísimas en las que las mujeres tienen historias que contar que nos interesan a los espectadores, pero sigue habiendo una presión añadida en las mujeres, eso es así. Pero sí creo que estamos en un buen camino en el que hay que mantenerse.
«Esta profesión es cruel en muchos aspectos y es cierto que no hay que tomarse los ‘noes’ como algo personal, eso está superaprendido»
-¿Qué le pedirías al futuro? ¿Cómo lo sueñas?
-Pues mira, a mí me encantaría trabajar, y no me refiero a tener ocho proyectos al año que no me permitan vivir y que al final solo tenga una hora libre a la semana para hablar con el psicólogo y decir: ¡socorro, voy a petar! No necesito eso, pero sí empezar a tener una rutina de pruebas. Saber, por ejemplo, que en seis meses vas a tener algo porque, aunque en todo ese tiempo no hagas nada, tú ya tienes la ilusión y un guión para el que te puedes ir preparando. Y luego, si sale algo más entre medias, pues genial. Lo que estoy pidiendo es completamente utópico, lo sé, porque incluso la gente que trabaja mucho siente el mismo vértigo cuando se tira un tiempo sin trabajar. El miedo a que no te llamen siempre está ahí, así que me gustaría poder dar ese pasito, asentarme un poco en la profesión. Y, por otro lado, me encantaría hacer muchísimas cosas, pero de eso podría estar hablando hasta mañana sin parar porque soy muy curiosa y me gustaría investigar muchas cosas que todavía no he hecho o profundizar más en otras.
-¿Hace falta ayuda externa en esta profesión para superar ese tipo de miedo, sea en un sentido profesional como de una red cercana?
-Creo que viene bien de todo un poco, porque hay que tener en cuenta que somos seres humanos. Igual tengo una circunstancia que no me está afectando porque la estoy tomando desde otro lugar y dentro de dos meses esa misma situación puede romperme absolutamente. Y aunque vas haciendo cierto callo, para mí es supernecesario y liberador tener una red formada por mis amigos, mi familia, mi pareja… y con los que poder desahogarme cuando le doy más vueltas a la cabeza de lo normal. Te libera un poco el que la gente entienda tu situación y te ayuda a seguir llamando a más puertas sin tener vergüenza, que eso también me ha costado mucho.
«El teatro tiene algo completamente genuino que no tiene ninguna otra de las aristas de la interpretación; es ese directo absoluto en el que puede pasar cualquier cosa y eso es inigualable»
-Teatro o cine… ¿dónde te sientes más tú misma?
-Es muy difícil de responder, te diría teatro, pero con un montaje que a mí me ponga los pelos de punta de arriba abajo. El teatro tiene algo completamente genuino que no tiene ninguna otra de las aristas de la interpretación; es ese directo absoluto en el que puede pasar cualquier cosa y eso es inigualable. También es verdad que en las últimas experiencias que he ido teniendo, tanto en el cine como en la televisión, hubo cosas increíbles y estupendas, pero si tuviera que escoger diría teatro pero con matices.
-Para despedirnos, cuéntame alguna de esas anécdotas imprevisibles con las que habéis tenido que lidiar.
-Hay muchísimas, la que se me está viniendo a la mente fue hace años en una obra en un instituto. Teníamos en la escenografía una lámpara similar a un flexo del tipo que usan los médicos y en escena se empezó a descolocar. Nosotros seguíamos adelante con la obra, pero veíamos cómo la lámpara iba haciendo el péndulo y pensábamos ¡madre mía, la que se va a liar! Y a pesar de que estábamos superpendientes, se cayó a un centímetro de una persona mientras hacíamos la función. Seguimos como si tal cosa y como luego tenían que entrar dos actores en escena para sentarse en una mesa a charlar, lo hicieron con una escoba y un recogedor diciendo: “Jolín, qué putada. Nos han castigado y tenemos que limpiar todo esto”. Cuando terminamos la función hicimos un coloquio con los estudiantes y nos preguntaron si lo de la lámpara estaba contemplado en la obra.
Otra vez se nos fue la luz completamente en el teatro y seguimos la función con las linternas de los móviles, en otra ocasión se encendió la pantalla de atrás del ordenador y se veía la típica imagen de inicio de Windows, también tuvimos algún que otro ataque de risa del que fue imposible librarse. Son experiencias con las que luego te ríes tanto, que no se te olvidan jamás.