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jueves 14, agosto 2025

María Esther García. Autora de “Xiblón. Menudu putiferiu”

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A pesar de ser una prolífica escritora, María Esther García vive con la publicación de “Xiblón. Menudu putiferiu” uno de esos momentos literarios que no se olvidan. Es su primera novela y recoge un relato en asturiano que, sumergido en el rural, ahonda en la capacidad del ser humano de resistir a los reveses de la vida.

La presidenta de la Asociación de Escritores y Escritoras de Asturias, autora de cuentos infantiles, poemarios, relatos cortos, artículos en prensa y publicaciones de toponimia asturiana, muestra en esta ocasión una nueva faceta que tiene mucho que ver con la imaginación, pero también con el compromiso de un legado cultural que corre el peligro de olvidarse.

La obra de la autora valdesana habla de un pueblo de Asturias imaginario, Xiblón, que guarda lo que hay en cualquier otro del mundo real: rivalidades, chismes, enredos amorosos, secretos y escándalos…

-¿Cuándo empieza la historia de Xiblón?
-Es una novela testimonial que, por diversas razones, está situada entre los últimos años del XIX y las dos primeras décadas del siglo XX. Yo la tenía en mente desde hace mucho, tenía claros los personajes, sobre todo los más importantes, pero para escribir algo así necesitaba tener más tiempo y estar un poco centrada en ella. En realidad, lo que tenía era el principio, sabía cómo quería empezarla y también todas esas historias que salen en el libro. Al final me decidí y el primer borrador salió en el 2020, aunque después hubo muchos retoques, muchos repasos, muchísimo trabajo detrás.

-¿Qué nos vamos a encontrar al leerla?
-En sus 364 páginas hay realismo mágico y muchas historias que están noveladas, hiperbolizadas y caricaturizadas. Se cuentan en capítulos que se pueden leer por separado, aunque los personajes principales son los mismos; hoy día todo tiene que ser más breve.
Y al principio del libro, hay un mapa de los pueblos de los que hablo, y que son imaginarios, como Xiblón, que no existe, aunque a la vez sí existe porque podría ser cualquier pueblo de Asturias. Aparecen mitos locales, leyendas familiares, y también figuras sobrenaturales que todavía ahora dan sentido a lo que es inexplicable, porque nosotros necesitamos agarrarnos a algo en este mundo para “sobrevivir”. Hay tensiones, desavenencias, relaciones extraconyugales, rivalidades familiares y todas esas miserias que se presentan en la vida. Documenté una forma de resistir, de sobrevivir, soportando todo lo que es la existencia humana que tiene muchas calamidades. Y cómo hay fórmulas mágicas a veces sirven de consuelo.

-Incluyes nada menos que 110 personajes en esta novela y también un glosario con los nombres para facilitar la lectura, no debió ser fácil escribirla sin perderse.
-La verdad es que no fui muy organizada al principio, porque hay escritores que empiezan y ya tienen ahí todos los personajes, la trama, el final… Yo no, y quizás por eso me dio un poco más de trabajo, pero sí sabía lo que quería e iba escribiendo, quitando y poniendo.

-Ambientada como está en un pueblo, a los lectores mayores del medio rural podrán resultarles familiares ciertos elementos o temas, pero ¿y la gente más joven?
-Los lectores de cierta edad se van a identificar con muchas de las historias que ahí cuento, y hay que decir que algunas son muy duras. En la presentación que hicimos en la Semana Negra de Gijón, Pedro de Silva decía que era una novela muy divertida, y es verdad que tiene cosas divertidas, pero también sale en ella todas las miserias humanas. Está presente la muerte, lo furtivo, lo prohibido, la violencia, el abandono y también la fe. Los jóvenes pueden ver otro mundo y enterarse de muchas cosas que pasaban y que ahora son de otra manera, aunque todavía algunas sigan vigentes, porque siguen dándose sucesos como los que ahí se relatan, escabrosos y crueles.

-¿En tu infancia escuchabas hablar de seres sobrenaturales presentes en la mitología?
-Los seres mágicos, de la mitología o de la religión, estuvieron muy presentes en los pueblos. Yo, por ejemplo, conviví con mi abuela materna y mi padre y mi madre eran grandes contadores de historias. También viví los filandones, que nosotros en occidente llamábamos filazones. Asistía con otros nenos y a lo mejor nos echaban de la cocina para que no escucháramos lo que iban a contar (a veces eran cosas picantes), allí salían todas las anécdotas del pueblo y nosotros siempre encontrábamos un sitio para poder escuchar, sabíamos todas esas cosas. Había también muchas historias del realismo mágico que se vivían con intensidad y se creían de aquella manera, algunas todavía se creen. Pero cuando llegó la tele, todas aquellas cosas se fueron perdiendo.

-¿Qué papel juegan en la novela los personajes que no son de carne y hueso?
-Yo creo que, a pesar de ser novelados y a veces exagerados, juegan un papel importante porque complementan todos los sucesos y a veces hasta los condicionan. El demonio, por ejemplo, es uno de los personajes que tanto han marcado y que lo han hecho no solo desde la fe, sino también desde la mitología, que siempre estaba presente.

-¿El libro es también un relato etnográfico?
-Sí, tiene muchísimo de etnografía, porque ahí cuento muchas formas de entender la vida en los pueblos: las faenas del campo, la gastronomía… hay de todo. Salen incluso recetas de cocina tradicionales, lo que siempre se hacía allí en la aldea y cómo se hacía. También otras diferentes relacionadas con lo mágico y que tenían fines diferentes, recetas para enamorar o para provocar abortos, entre otras. Es un legado que las nuevas generaciones no conocen y puede ayudar a entender a determinadas generaciones que todavía están en el rural.

-¿Qué sientes al constatar que las nuevas generaciones desconocen ese pasado?
-Da un poco de pena que no se conozca todo esto. Últimamente se rompió ese hilo de transmisión cultural que había en los pueblos, porque antes los abuelos, los padres, los vecinos… todo el mundo te enseñaba a caminar por esta vida, por el contexto donde vivías. Ahora es un poco más difícil, además hay mucha menos convivencia de los abuelos con los nietos, es verdad que muchos los llevan y los traen del cole, pero luego cada uno está en su casa. Y tengo un poco de miedo a las nuevas tecnologías por lo que nos están quitando de tiempo, igual que la televisión, las series y todo lo que ellos ven, que es otro mundo distinto con costumbres más unificadas, más mundializadas. Esto puede producir un desarraigo cultural, habría que enseñarles a valorar y a querer lo nuestro. Y un ejemplo es la lengua asturiana.

-¿Habría que concienciar a la gente de que tenemos otra lengua en la que comunicarnos?
-Claro, y yo lo digo con respeto, pero habría que enseñar a la gente a querer lo que pensamos, nuestra forma de entender el mundo y de entender la vida y cómo caminar en nuestro contexto. Nosotros para la lluvia tenemos un montón de palabras diferentes porque a veces llueve, otras graniza u orbaya, pero también hay bruma, niebla, etc… Es como el ejemplo de los que viven en el hielo, que tienen un montón de términos para designar a todo lo relacionado con el hielo porque viven en ese contexto. Y hay tantas cosas alrededor de nuestra forma de entender la vida, relacionadas con la gastronomía, la arquitectura incluso, los refranes, las comidas, el trabajo, todas las faenas… Todo cambió y tenemos que atender a la evolución, pero sin perder la esencia. La novela dice muchas cosas de todo esto, más que nada es testimonial.

-Vamos, que te has vaciado en Xiblón.
-Sí que lo he hecho. Todos los libros te dan alegría cuando llegan, pero este de manera especial y está muy bien editado por Orpheus Ediciones Clandestinas. Además, tengo que dar mi agradecimiento a mis primeros lectores, primero a Aurelio González Ovies, que leyó el primer borrador y dio varios repasos, y después a mi marido, Ernesto, que yo creo que ya se la sabe de memoria. Él la leyó, la releyó, me criticó y hasta a veces me censuró. Me hicieron varias sugerencias: en algunas les hice caso y en otras no, pero siempre se agradece muchísimo tener a alguien que opine sobre lo que escribes.
Aurelio también escribió el prólogo, que es excelente, e hizo la portada que responde un poco a lo oscuro y a la luz, al fuego y a todo lo que hay ahí. Me encantó.

“Xiblón.  Menudu putiferiu”, libro de la escritora María Esther García con prólogo de Aurelio González Ovies

-¿Habrá más novelas, continuarás con esta línea?
-Bueno, la verdad es que tenía muchas ganas de hacerla, ha sido una satisfacción grande. Anteriormente escribí mucho de relato corto y todo eso que me gusta, también escribo en el periódico y es algo que me gusta. Esto es algo más reposado a lo que sí tengo ganas de volver, pero no he pensado en nada, aunque seguramente alguna más haré.

-Como mencionó Pedro de Silva en la presentación, aquí das vida a lo que no tenía vida, ¿es casi como hacer un poco de magia?
-Es algo que resurge de lo que estaba ahí guardado en esa memoria colectiva, en el interior de la gente, porque es una pena que se pueda ir olvidando. Como digo yo, puede convertirse en un barrial de la memoria y espero que sea una aportación que informe, además de distraer y divertir. ¡En algunos de los pasajes, me reía yo sola al ir escribiendo!

-Dado tu origen valdesano, ¿la gente del occidente asturiano se identificará todavía más con la novela?
-Posiblemente, aunque es verdad que puede ser cualquier pueblo de Asturias, pero yo nací allí y allí me crie y viví muy intensamente toda la infancia y la juventud. Y esa zona toda está un poco reflejada.

-El nombre de la obra llama mucho la atención, ¿es lo que buscabas?
-Sí que llama la atención, alguno de mis primeros lectores me dijo: “¡Madre! Esther, nadie va a pensar que tú escribiste esto…”. Pero la verdad es que no me corté nada, así me salió. A mis nietos les diré que esperen un poco para leerla (se ríe).

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