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viernes 29, marzo 2024

¡Jolín con Jalogüín!

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Ha calado el uso en pocos años, gracias sobre todo a niños y adolescentes. Los segundos por tener un motivo más para salir de juerga, los primeros por el empeño de enseñantes en las escuelas: que si recuperar la tradición, que si el inglés…

Ni en Galicia ni en Asturies dejó de celebrarse la Noche de los muertos, las vísperas de lo que luego la Iglesia convertiría en Todos los Santos (hay tamaña cantidad que ya no caben en el calendario) o los Fieles difuntos, cristianización de celebraciones que se pierden en la obscuridad de los siglos y del otoño. Yo no recuerdo que mis abuelas llamaran a esto Samaín, Samhaín, ni mucho menos Halloween. Dice Alberto Álvarez, que escribe cosas sobre cuentos antiguos, (“Leyendas asturianas de difuntos”, Jardín botánico de Gijón) “yo puedo asegurate que mi güela vaciaba calabaces y nun diera ningún cursu d’inglés”.

O sea que estamos, como en tantas cosas humanas, en hábitos de ida y vuelta. De la vieja Europa, que a su vez lo recibió de Asia, pasando por el barniz USA que lo infecta todo de hedor comercial. El amigo Vicente Turrado hace pública una foto de niños disfrazados con ropas viejas y, a modo de caretas, bolsas de papel de estraza cortadas y pintadas. Pola de Siero 1917, dice él; Bibiano Coto observa la caligrafía y lo pone en duda; sea como fuere, a observación de las lectoras lo dejo, ni un céntimo han tenido que gastar estos chavales en grandes almacenes o pequeños chinos.
Pola de Siero 1917. O no.

Para redondear la broma, como si hubiera estado leyendo este artículo, que todavía andaba por el éter, otra persona a quien no conozco informa “Es un fake”. ¡Anda, mira un fake, y yo sin saberlo! (¿Qué h… será un fake?) En otra Pola, la de Lena, me dice Olvido que celebran Las Ánimas, parientes inmateriales de La Güestia, que asusta por casi toda la región cantábrica con diferentes apodos.

En la cocina de la casa familiar, mal iluminada, contando historias de muertos, fantasmas y aparecidos; así recuerdo yo esta noche. Calabazas había pocas en el barrio, pero tenía el mismo efecto un bote de conservas convenientemente agujereado, con una vela dentro, metido en la sebe. Las calles, o sea, les caleyes, no tenían iluminación pública o era una bombilla tímida y temblorosa a la que en ocasiones no le llegaba el fluido eléctrico, de modo que una luna en menguante ayudaba al espectáculo, al susto.

En cuanto a la enseñanza del inglés, tengo dudas de que lo estemos haciendo bien; me parece en ocasiones que está mal enseñado y peor digerido. Ahora que en el fútbol ya no se dice “corner” ni “off side”, resulta que entra el abuso por otros medios: En estos tiempos parece que no hay corredores, sino “runners” o “bikers”, sean pedestres o mecanizados; en las tiendas ya no hay saldos, ni los comerciales ofrecen productos descatalogados, sino “out lets”. No existen las salas de demostración sino “show rooms” y para colmo, leo que unos estudiantes no son invitados a una feria para exhibir sus habilidades como cocineros, sino que “los alumnos del ciclo de grado medio de cocina y gastronomía del IES Marqués de Casariego harán un showcooking”. (¡Toma ya! Si cuando mi güela preparaba el arroz con pitu se me ocurre deci-y que ta faciendo showcooking dáme co’l ganchu la cocina o mándame la cabeza a un baile apaches, amén de amenazame con lavame la lengua con estropajo, por decir pecaos)

Así las cosas, quizá tendremos que recuperar el castellano (del asturiano ya ni hablo, para no enfadarme, que es ésta página de sonrisas) en un viaje de ida y vuelta; los pueblos americanos nos lo devuelven intacto después de varios siglos de uso; y a nosotros, por desuso, se nos ha olvidado. Cito la viga en el ojo propio antes que la paja en el ajeno: puede que ya haya comentado en otra ocasión, y seguramente lo repetiré más veces, cómo el año pasado una persona querida me regaló “La pícara Justina”, novela sobre una noble mesonera de Mansilla de las Mulas, escrita por un presbítero (evidentemente) en el XVI. Debo señalar que necesité el diccionario a mi lado para leerla.
Me entrevisto con un joven venezolano que está intentando abrirse camino entre nosotros; tiene varias ofertas de trabajo y me solicita información sobre sus derechos laborales. Lo primero que le explico es que de esos derechos queda poco, gracias a Zapatero y, más propiamente, a Rajoy; aún así, le comento cómo va eso del alta en Seguridad social, tipo de contrato, horas semanales, vacaciones, nóminas…
– ¿Dudas?
– ¿Cómo se contempla el viático?
– En primer lugar, dejando de usar esa expresión.
– ¿?
– Es correcta, pero ya no se usa en el español de España.
– ¿?
– Este concepto se define habitualmente como “gastos de desplazamiento” y se refiere a la locomoción, y posibles comidas o alojamientos. La expresión “viático” solamente se usa para señalar la ayuda religiosa al moribundo, para aviar el camino del que ya no se regresa.
– ¡Con razón me miraban con cara rara cuando lo preguntaba!

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