Salgo muy temprano a comprar el periódico y el pan, casi acaban de abrir las calles. Caminan unos y otras con la cabeza gacha, la cara iluminada por la pantalla del móvil, sin atender ni siquiera al cruzar la calle. Morirán bajo las ruedas del Recollo. Me vienen a la cabeza las imágenes de The Walking Dead, ¡vivo en una ciudad de zombies!
Quizá sean las fechas, en el entorno del Halloween y del Samaín, o sea, formas de relacionarse con ausentes. Hay en el mundo miles de maneras de recordar a quienes ya no están; en España, el día 1 de noviembre es de obligado cumplimiento la visita a los cementerios.
Cuenta mucho el qué dirán, por eso quienes ni recuerdan a sus progenitores en todo el año, asean escrupulosamente el terrenillo municipal donde almacenan sus despojos, visten sus mejores galas, cargan con flores, -frecuentemente falsas-, y celebran una representación. Vanidad de vanidades. Yo tuve un compañero que estrenaba traje cada año, para que vieran en la aldea que había triunfado en la vida; no puedo poner aquí la opinión del marmolista al que no pagaba la losa de su madre. Otro, mucho más práctico, vendió el nicho de la suya en el cementerio de Lada para pagarse unas vacaciones en Benidorm.
En mis viajes suelo visitar los cementerios, absurda representación de la sociedad de clases; muchos se desviven por tener lujosas moradas para la eternidad, donde guardar la nada a la que quedarán reducidos. Traigo hoy el de Córdoba. A pocos pasos de la entrada, en mármol blanco que se vuelve cegador con el sol exultante, está un, no digo panteón sino cortijo, de un señor al que no conocí, si bien me cuentan que tenía relación con casinos o algo así. Y ahí lo tienes, erguido ante la mesa de juego, con sus barajas y todo. Una partida para la eternidad.
En mis viajes suelo visitar los cementerios, absurda representación de la sociedad de clases; muchos se desviven por tener lujosas moradas para la eternidad, donde guardar la nada a la que quedarán reducidos.
A veces, tienen estos hombres famosos disgustos post mortem; es el caso de Juan March Ordinas, que vio sus huesos revueltos cincuenta años después de finar por un asunto de herencias. Ana María Gallart tuvo que desistir al final de la demanda por falta de recursos económicos, pero el juzgado había admitido que podría ser descendiente del mallorquín que financió el golpe de Franco. A Carlos Garrido (Diario de Palma) debo la información según la cual el adinerado March había en su día comprado terrenos anexos al cementerio y los ofreció al ayuntamiento para ampliarlo, a cambio de un monumento funerario propio.
Ese deseo de cubrir apariencias aparece bien claro, si bien más modestamente, en el arraigado hábito de las esquelas, esas páginas que ayudan a los diarios en papel a sobrevivir. A veces las miro por ver sus curiosidades; busco las raras excepciones. La inmensa mayoría tienen una cruz a modo de despedida; aunque se pueden ver otros iconos como palomas, o quizá una rosa. La familia de Don R.C.S. tuvo a bien adornar el anuncio con el signo musical de la clave de sol. (En su honor, mientras corrijo estas líneas, suena Corelli).
La familia de Honorino Molleda disfrutó al menos de su sentido del humor hasta más allá del fin. Expresó claramente su deseo de que no emplearan indebidamente la paga, “No se admiten flores, prefiero que guardéis les perres pa tomar algo”.
Las exóticas. Como aquella de Grao, de un ateo manifiesto, enterrado sin símbolo de credo mágico; pese a ello, la mano mecanográfica del funcionario de pompas fúnebres escribió que recibiría “cristiana sepultura”. Hizo lo propio con una fallecida de nombre y apellido magrebíes. La costumbre. O alguna casi excéntrica; es el caso de la difunta para la que “pedían una oración por su alma” los hijos ¡y el perro! Los parientes de otro finado del Barrio incluyeron al “miembro peludo de la familia” con su nombre.
Hay otros que no quieren saber nada de iconos moros, judíos o cristianos; volvemos al cementerio de Córdoba, hay una lápida de alguien en cuya casa solamente hay una creencia sagrada: el Barça.
Me pongo de pie y me descubro a la memoria de Honorino Molleda, natural de Pión. Siempre, en estas fechas, repaso datos de una amplia carpeta de recortes, el de Norino tiene lugar privilegiado.
Me acordé de él cuando Vallina, presidente de los vecinos, hace dos años, en el acto de recepción del premio Pueblo Ejemplar, citó a Manuel Ángel Solís, que tanto trabajó por la sociedad. Por poco, no llegó a estar presente Norino; su familia disfrutó al menos de su sentido del humor hasta más allá del fin. Expresó claramente su deseo de que no emplearan indebidamente la paga, “No se admiten flores, prefiero que guardéis les perres pa tomar algo”. Y la esquela sencilla, sin cruces ni otras señales de superstición, sólo los datos imprescindibles, nombre y fecha. Y una afirmación incontestable: “Ya vos dije yo que taba malu”.